Las Ventajas Comparativas

Las ventajas comparativas dicen relación, en última instancia, con el hecho de que un país pueda producir un determinado bien a un precio más barato que otros competidores internacionales, debido a que cuenta con una mayor dotación de ciertos recursos naturales –  tal como el petróleo, el cobre, el hierro, la bauxita, etc. Mientras las condiciones que le conceden esa ventaja se mantengan, el país verá de su conveniencia producir tanto como se pueda del producto correspondiente, venderlo en los mercados internacionales y comprar con los ingresos que obtenga aquellos bienes y servicios en que sus ventajas productivas no sean tan altas.

Venezuela ha sido manifiestamente bien dotada por la naturaleza en lo que respecta a la disponibilidad de hierro, petróleo y bauxita, entre otros productos. Se puede decir que tiene ventajas comparativas en la producción de los bienes que más inmediatamente se pueden generar con esos recursos naturales. Pero esas ventajas se pueden perder. No son eternas ni inmutables. Si la tecnología que se utiliza en la producción de los bienes correspondientes es abiertamente obsoleta, por ejemplo, por mucho que la naturaleza coopere haciendo abundante un determinado recurso natural, esa ventaja se perderá en el proceso de producción.

Tener ventajas comparativas en la producción de petróleo o de bauxita, por ejemplo, significa que con la misma tecnología que se emplea en otras latitudes del mundo, o con la tecnología media que usan los competidores internacionales, las empresas venezolanas pueden obtener un rendimiento mucho mayor, y costos de producción mucho menores, precisamente por obra y gracia de esas ventajas que son atribuibles a la naturaleza. Pero si la tecnología de producción o de extracción es obsoleta o rudimentaria, entonces la ventaja comparativa sencillamente desaparece.

Lo mismo puede suceder si la gerencia cree que esa ventaja inicial le autoriza a incrementar en forma desmedida la nómina de trabajadores. Cualquiera de esas circunstancias conducirá a incrementar los costos y a perder en el mercado internacional la ventaja que la naturaleza ofrecía. Mucho de esto está presente en la situación que enfrenta la industria del aluminio y la industria siderúrgica: ventajas dadas por la naturaleza que han sido alegremente desperdiciadas por una mala gestión tecnológica y/o gerencial.

Si un país tiene ventajas comparativas en un determinado producto, el cual a su vez sirve de insumo o de materia prima a otros productos con mayor grado de manufacturación, pueden suceder varios escenarios. En primer lugar, si la industria primera – la que produce el bien donde se concentra la ventaja comparativa – vende al productor aguas abajo a precios internacionales, entonces este último no tiene ventaja comparativa alguna. Compra la materia prima al mismo precio al cual la compra cualquier competidor internacional. Si logra finalmente una ventaja a nivel internacional será por la calidad de su proceso de producción y/o y por la eficiencia de su gerencia. Muy por el contrario, si compra la materia prima a un precio más barato que la competencia internacional, eso significa que la industria primera está sacrificando parte de sus ganancias para hacer competitiva a la industria aguas abajo. Puede suceder que esta última mantenga o incluso incremente esa ventaja que ganó en la compra de la materia prima, con lo cual el país terminaría vendiendo el producto final con un mayor valor agregado y con ventaja comparativa.  La adecuada integración de toda esa cadena productiva termina así siendo positiva.

Pero puede suceder también que la falta de eficiencia tecnológica y/o gerencial de la empresa que recibe la materia prima termine por sacrificar la ventaja inicial, y la ventaja comparativa se pierda tanto para el producto inicial como para el producto aguas abajo.

En otras palabras, el tener ventajas comparativas en un determinado producto no asegura que se tengan ni que se mantengan las ventajas comparativas en toda la cadena productiva que se inicia con ese producto agraciado por la naturaleza. Así, por ejemplo, tener ventaja en el hierro, no asegura ventaja comparativa en la industria siderúrgica, ni esta última asegura ventaja alguna en la industria metalmecánica. Lo mismo puede suceder en la cadena que se inicia con la bauxita o con los plásticos. Es un grave error conceptual y político suponer que un país, por tener ventajas comparativas en un producto primario, tiene asegurado, por ese hecho, el tener ventajas comparativas en toda la cadena de producción que se puede generar a partir de ese producto.

En todo caso, si las empresas aguas abajo son empresas privadas, ellas detectarán con bastante rapidez si pueden o no crear o mantener las ventajas comparativas iniciales, o lo que deben hacer en términos tecnológicos o gerenciales para ser competitivos internacionalmente. En caso de compras de materia prima realizadas, dentro del mercado nacional, pero a precios internacionales, el desafío tecnológico y gerencial es mayor aún. La asociación con empresas extranjeras que aporten capitales, tecnologías y/o mercados, es una alternativa que siempre es necesario analizar.

 En síntesis, las cadenas productivas son positivas – y terminan por incrementar el valor agregado finalmente exportado – en la medida en que todos sus eslabones exhiben elevados niveles de eficiencia productiva, tecnológica y gerencial.