Alerta financiera invade al globo terráqueo

Una nueva crisis financiera mundial causada por la caída del dólar estadounidense no sólo es posible sino probable, y los efectos podrían ser devastadores para muchos países en desarrollo. Para prevenirla, las principales economías financieras deberían tomar medidas colectivas y establecer un servicio de crédito para ayudar a los países en desarrollo afectados por la reducción de las exportaciones o el aumento de las tasas de interés.

Otros oradores señalaron que el FMI está enfrentando una crisis de confianza y la gran amenaza de volverse irrelevante, mientras países en desarrollo decepcionados por las políticas de la institución reducen su dependencia de los créditos de la agencia, a la vez que surgen otras alternativas como fuente de financiamiento.

Buira y Abeles analizaron el probable impacto de una crisis potencial del dólar sobre países en desarrollo a través de una reducción de los flujos de capital, crecientes tasas de interés y reducción de las exportaciones.

Los autores señalan que el FMI es responsable de la promoción de la estabilidad financiera internacional, y su omisión en ese sentido es causa de gran preocupación. Actualmente, Estados Unidos es el mayor deudor neto del mundo. A fines de 2004, el resto del mundo poseía 12,5 billones de dólares de activos estadounidenses, mientras que los activos poseídos por Estados Unidos en el resto del mundo ascendían a casi 10 billones. Esto significa para Estados Unidos una posición de inversión internacional neta equivalente a menos 2,5 billones.

La demanda de fondos del FMI está en el punto más bajo de la historia, y los prestatarios se apresuran a pagar sus créditos por anticipado. Además, la institución ha perdido importancia porque los países tienden a tomar préstamos de mercados privados o acumular sus propias reservas de divisas, para no tener que pedirle créditos. Estos países también están realizando acuerdos regionales, por ejemplo los de canje financiero entre los bancos centrales para combatir ataques especulativos, y de un mercado regional para bonos en monedas locales.

Muchos de los más influyentes economistas –Paul Krugman, Jeffrey Sachs, Larry Summers y el FMI– y de los principales hombres de negocios –Peter Peterson y Warren Buffet– consideran que las políticas fiscales de Estados Unidos y el déficit comercial de 500.000 millones de dólares amenazan la estabilidad financiera mundial. Los políticos han extendido los temores de que la economía nacional quede a la merced de los inversores extranjeros y han apremiado a la adopción de medidas proteccionistas, que pueden dar lugar a nuevas oleadas de antiamericanismo y obstruir los pasos futuros hacia la integración mundial. Ahora bien, ¿conducen de verdad esas políticas miopes, como afirman los críticos, la economía mundial hacia el desastre?

A pesar de los recelos de los expertos, la demanda mundial del dólar sigue fuerte. En realidad, los grandes déficit presupuestarios creados por el Gobierno estadounidense hacen subir los tipos de interés, con lo que atraen el capital extranjero. De modo más importante, hay una confianza creciente en el dólar, impulsada por fuerzas ajenas al control directo del Gobierno estadounidense.

La capacidad fiscal de un país no sólo depende de su tasa de ahorro. También depende de la reputación general de las instituciones políticas y de la estabilidad de las organizaciones sociales. Antes de conceder préstamos, las entidades crediticias extranjeras evalúan la posibilidad de devolución analizando la salud de las instituciones políticas del deudor y si cuentan o no con el apoyo del consenso social.

¿Qué ocurre, pues, con la creciente deuda de Estados Unidos? En términos históricos, ha habido varios ejemplos de que la mayor potencia del mundo fuera también el mayor deudor. El auge de Holanda en el siglo XVII y de Inglaterra en el siglo XVIII puede atribuirse de forma directa a su capacidad para conseguir créditos a tipos de interés comparativamente bajos. Ambos países pidieron prestado un porcentaje de sus ingresos nacionales más elevado que rivales contemporáneos como Francia, Rusia y España.

Los países políticamente fuertes se enfrentan al peligro de extender demasiado su alcance fiscal al ser demasiado atractivos para los ahorros de sus vecinos. El dinero se envía a un país que parece políticamente fuerte, con lo que éste puede vivir por encima de sus posibilidades. Si se produce una interrupción a corto plazo de la capacidad de devolver o pedir prestado, el resultado puede ser una importante crisis financiera. Las consecuencias de una súbita interrupción de los flujos de capital pueden ser devastadoras.

Además los efectos de la declaración de quiebra por parte de Lehman Brothers no se han hecho esperar y las bolsas internacionales han caído en picado, dejándose entre un 4% y 5% el lunes posterior al anuncio de bancarrota del banco de inversión norteamericano. Esta caída es la más importante desde los atentados de las Torres Gemelas en Estados Unidos el 11-S, y ha afectado a todos los sectores, aunque son los bancarios y las aseguradoras los que la padecen con mayor virulencia.

Uno de los efectos más directos de esta crisis financiera sobre los consumidores es la aplicación de unas condiciones más restrictivas por parte de las entidades crediticias a la hora de conceder un préstamo. Si hasta hace pocos meses con solamente aportar la nómina y una vida laboral de varios años era suficiente para acceder a la financiación de una hipoteca o un préstamo personal, en estos momentos las fuentes consultadas admiten que «las condiciones se han endurecido notablemente» pidiendo más avales y, en muchos casos, disponer de una nómina por encima de la media nacional. Si no se cumplen estos requisitos, la respuesta de los bancos y cajas de ahorro es diáfana: «no se lo podemos conceder». En algunas sucursales bancarias incluso hay órdenes para limitar al máximo la concesión de créditos, y solamente aquellas personas que puedan justificar una economía saneada o la existencia de un patrimonio están en condiciones de acceder a una línea de financiación.

Todos los sectores, sin excepción, están fuertemente castigados: desde el bancario hasta el asegurador, pasando por el tecnológico. Ninguno se salva de la quema, y tan sólo las empresas afectadas por algún movimiento corporativo han sido capaces de sortear mejor las caídas acumuladas durante los primeros nueve meses de este año.

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