Aquel julio de 1814

El óleo de Tito Salas logra plasmar el dramatismo del momento: Boves carga sobre Caracas. Más de 20.000 personas entre mujeres, niños, ancianos y hombres en condición de combatir abandonan despavoridos la Ciudad Capital. El Libertador arenga, insufla ánimos, alienta a los que por costumbre y condiciones no pueden afrontar el reto. Huyen de una muerte segura por los intricados caminos de ese entonces. Los talones le son mordidos por los lugartenientes del asturiano feroz. En medio del descampado, de la más negra de las adversidades se abre paso la voluntad de sobrevivir para poder recuperar fuerzas y poder contraatacar. No todo estaba perdido, de las profundidades del pesimismo y la calamidad, de la caída estrepitosa de la Segunda República, surgió una pléyade de hombres resueltos a dar la talla y vencer.

La historia es para leerla, para aprender, para proyectarse como el más ágil de los pájaros, para dar forma a la constancia de propósitos, para no dejarse arredrar por las hordas que destruyen todo a su paso. Es para mejorarla a base de esfuerzos sensatos, racionales, constructivos. La misma sirve de pedestal para los sueños de la paz y el progreso colectivo. Es para la hazaña cotidiana y fructífera. Nos empina a cumplir y fabricar destinos promisorios. Es para hacernos mejores de lo que hemos sido. No es para manipuladoras andanzas, Es para avanzar construyendo nuevos espacios de inclusión y bienestar.

La historia sirve para construir naciones unidas.

En esos instantes de 1814 se fraguaban, a fuerza de coraje y decisión, las batallas de cinco y siete años adelante: Boyacá y Carabobo.

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