Brasil y su Mundial

El Campeonato Mundial de Fútbol que se inicia hoy en Brasil, es el más caro que se haya realizado hasta la fecha; o dicho en otras palabras, es aquel en el cual el Gobierno del país sede ha tenido que realizar más gastos con dinero de todos los contribuyentes. Se calcula que el Gobierno brasileño ha tenido que desembolsar alrededor de 13 mil millones de dólares para construir o repotenciar infraestructura deportiva, aeroportuaria y vial y para los demás gastos en seguridad, comunicaciones, administración,  etc. Doce estadios y 24 aeropuertos han tenido que ser construidos o reparados, al igual que varios cientos de kilómetros de carreteras y vías urbanas. ¿Se trata de gastos inútiles que nada le dejan al país? ¿O se trata de gastos que podrían haber sido mejor empleados en escuelas u hospitales? Las respuestas no son simples. Veamos.

En primer lugar, aun cuando sea obvio, es bueno recordar que el gasto público en infraestructura genera gastos, pero también genera infraestructura. Quedar con 12 estadios de nivel mundial y con 24 aeropuertos regionales es una ganancia neta para el país. Ello se puede traducir, a futuro, en mayor acceso al deporte o a los espectáculos deportivos, lo cual eleva la calidad de vida de la población. O la mayor comunicación de las regiones -por la vía de carreteras y aeropuertos-  con los grandes centros de Sao Paulo o Rio de Janeiro, se puede traducir en mejor y mayor movilización de personas y de mercancías. Y también  hay que considerar, que la inversión que se realiza en un determinado sector, tiene un efecto reactivador de la economía, mayor que el monto mismo que se gasta en la inversión inicial. Se calcula que esos 13 mil millones de dólares elevarán el ingreso interno bruto de Brasil en más de 50 mil millones de dólares. Es lo que los economistas llaman el efecto multiplicador de las inversiones.

Otro aspecto, más inmediato, tiene que ver con los más de  600 mil turistas que se supone que irán a  Brasil en los 30 días que durará el Mundial de Fútbol. Esa masa de turistas dejará por lo menos 3.600 millones de dólares en la economía brasileña, que es casi lo mismo que costó la construcción o reparación de los 12 estadios.

Pero el mayor ingreso que se genera por efecto de las nuevas inversiones, y el  ingreso que dejan los turistas durante su paso por Brasil, se canaliza hacia determinadas manos, pero no va a manos de todos los brasileños por igual. Taxistas, hoteles, restaurantes y una gran cantidad de vendedores y productores de bienes y servicios, por un lado, y empresas constructoras, contratistas y subcontratistas de todo tipo,  consultores, y empresas ligadas a  la producción de bienes relacionados, por otro, se beneficiarán con esa inversión y con esos turistas, pero  no todos los brasileños. Hay una gran masa que quedará al margen de los beneficios del mundial, pero que de una u otra forma se sienten con derechos sobre esos 13 mil millones de dólares que se han gastado en ese evento, y son, por lo tanto, el contingente más propenso a protagonizar marchas y protestas de todo tipo.

Otro aspecto importante de toda esta jornada deportiva es lo relativo a la imagen país. La imagen país -así como la imagen de una empresa o incluso de una persona- constituye un capital que permite incrementar sus potencialidades  económicas y políticas. Por ello, los países, las empresas y los políticos invierten cantidades no pequeñas de dinero en actividades encaminadas  a mejorar su imagen pública. Son actividades de marketing, que son necesarias para ciertos agentes económicos y políticos, una vez que han superado un determinado umbral de importancia. Y tener al mundo entero, durante un mes completo, pendiente de los que sucede en Brasil, es una oportunidad única como para proyectar una buena imagen país en todo al ámbito planetario. Pero es también un riesgo. Si todo sale bien, perfecto. El gasto realizado se podrá considerar como bien invertido. Pero si los estadios no están plenamente operativos, si los equipos de uno u otro país se quejan de los servicios dentro de uno u otro de esos estadios, o si algunos turistas de cierta notoriedad son asaltados o estafados, o si los hoteles resultan caros, insuficientes o sencillamente malos en cuanto a la calidad de sus servicios, entonces la imagen país que se proyecte puede resultar exactamente la contraria a la deseada.  Brasil ha gastado mucho esfuerzo y dinero, durante muchos años,  en proyectar internacionalmente una  imagen de país de categoría mundial, y sería lamentable que retrocediera en un mes a la categoría de país tropical y  tercermundista.

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