Contaminación del agua

Fuente: Consumer Eroski

Si las aguas de ríos y lagos contienen compuestos contaminantes que provienen de la industria y la agricultura, ¿por qué no iban a contener fármacos? La pregunta puede resultar ingenua, pero la realidad es que hasta hace muy poco no se ha empezado a constatar precisamente eso, que los analgésicos, antiinflamatorios, anticonceptivos, antibióticos y productos diversos que llenan nuestros botiquines y que se toman con más o menos asiduidad, acaban, en última instancia, en aguas de ríos y lagos. Las cantidades registradas no suponen, por el momento, un riesgo para la salud humana, pero preocupan los riesgos de la interacción de las diferentes sustancias.
Las concentraciones de fármacos detectadas en el agua no suponen, hoy, una amenaza para la salud
Cuando una persona o un animal toma un medicamento, gran parte del compuesto activo que lo forma se acaba excretando a través de la orina y las heces. Es así como recalan en las aguas residuales que llegan a las plantas depuradoras para ser tratadas. El problema es que los tratamientos en estas plantas no son suficientemente eficaces para extraer los residuos farmacológicos en su totalidad, por lo que acaban viajando hasta los ríos, lagos, mares, acuíferos y, al final, aunque en cantidades muy pequeñas, terminan en nuestros grifos.
¿Qué y dónde?
Se calcula, como promedio, que en el agua residual se hallan más de 20 fármacos de distinta composición, según el país y el consumo. El antidepresivo Prozac (fluoxetina) se ha encontrado en lagos y ríos de Canadá y Estados Unidos. En Suecia, un estudio revelaba a mediados de 2005 que las aguas del río Höje transportan diclofenaco, un antiinflamatorio de uso común, además del antiepileptico carbamezapina, propanolol (un beta bloqueante para la insuficiencia cardiaca) y antibióticos como el trimetoprim y el sulfametoxazol.
En España, un trabajo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) fue el primero que dio la alerta en 2005. Rastreó los residuos farmacológicos a lo largo de 18 puntos del río Ebro: en todos hallaron residuos de medicamentos, con los mayores niveles en varios puntos de la provincia de Zaragoza y en Navarra. Entre los fármacos que se detectaron en mayor medida destacan dos reguladores del colesterol, el ácido clofíbrico y el gemfibrozil; los analgésicos naproxeno y diclofenaco; el antiinflamatorio ibuprofeno; el antiepiléptico carbamezapina; y el atenolol, un beta-bloqueante.
El estudio revela, por tanto, que desde el gel de baño hasta la cafeína sin metabolizar de nuestro café matutino pueden acabar en las aguas. También se han empezado a detectar cantidades significativas de un desinfectante antibacteriano, el triclosán, que se incorpora en muchos detergentes y que preocupa porque podría generar resistencias en las bacterias. En Italia, una investigación del Instituto Mario Negri ha encontrado en el río Po cantidades inesperadas de cocaína: el caudal del río transporta diariamente el equivalente a cuatro kilogramos diarios de esta droga, lo que supone 1.460 kilogramos anuales (dato que reveló un consumo en la población muy por encima de las estimaciones oficiales).
Se acumulan e interaccionan
Las concentraciones de estos residuos no suponen un riesgo para la salud humana. Por ejemplo, el antiinflamatorio ibuprofeno se suele dispensar en grageas de 400 miligramos y, según el citado trabajo del Ebro elaborado por el CSIC, la máxima concentración de ibuprofeno hallada en el efluente de una depuradora es de 3.000 nanogramos por litro de agua, el equivalente a 0,003 miligramos disueltos en ese litro, muy por debajo del contenido habitual de una pastilla.
Lo que preocupa a los expertos es que en cada litro de agua no sólo puede haber ibuprofeno sino otros muchos fármacos que pueden interaccionar entre ellos. Otro factor a tener en cuenta es el efecto acumulativo en el ecosistema. Descubrir cómo afecta a los organismos acuáticos y, de forma indirecta, a la salud humana, es una de las prioridades actuales. Un temor fundado es que la exposición constante de los microorganismos del ecosistema -en el agua hay infinidad de virus y bacterias- a los antimicrobianos puede generar patógenos resistentes a esos fármacos, poniendo en peligro el tratamiento a futuras infecciones. No menos importantes son los efectos, todavía difíciles de prever, que tienen los residuos de las píldoras anticonceptivas y de terapias hormonales, que siguen activas al llegar al medio ambiente, y pueden alterar el sistema endocrino de los organismos.
Varios estudios ya han revelado la existencia de peces con signos de intersexualidad, en los que se da coexistencia de tejido testicular y de ovarios. En este caso, el fenómeno no puede atribuirse sólo a los fármacos sino que es el efecto combinado de contaminantes de origen diverso: a las hormonas femeninas sintéticas se les unirían las hormonas naturales, como la progesterona o el estradiol (que en las aguas residuales de grandes urbes alcanzan niveles muy elevados) y los contaminantes de origen industrial, como el nonilfenol, que mimetizan las hormonas femeninas.