Cuentos que invitan a ser tomados en consideración (II)

Afortunadamente, hay quienes han estado atento en su tránsito por esta dimensión, que se han preocupado por recolectar todas aquellas enseñanzas que nos legan seres despiertos, atentos, con un nivel espiritual que comparten con quienes están interesados en aprovechar la oportunidad de la vida en pro de su evolución espiritual.

Así encontramos escritos presentados en formas de cuentos, fábulas, anécdotas, que nos legan la relevancia de estar comprometidos durante el tiempo que se nos ha legado a compartir experiencias, a mantener avivada la llama de nuestro pebetero que nos ilumine la senda por donde andar, mientras se nos permite estar.

La Elocuencia del Silencio

Un padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible.

Por ese motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la filosofía vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno. El padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos filosóficos y enseñanzas metafísicas. Después, el padre preguntó sobre el Brahmán al otro hijo, y éste se limitó a guardar silencio.

Entonces el padre, dirigiéndose a este último, declaró:

–Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán.
*El Maestro dice: La palabra es limitada y no puede nombrar lo innombrable.

Las Pescadoras

Se trataba de un grupo de pescadoras. Después de concluida la faena, se pusieron en marcha hacia sus respectivas casas. El trayecto era largo y, cuando la noche comenzaba a caer, se desencadenó una violenta tormenta.

Llovía tan torrencialmente que era necesario guarecerse. Divisaron, a lo lejos, una casa y comenzaron a correr hacia ella. Llamaron a la puerta y les abrió una hospitalaria mujer que era la dueña de la casa y se dedicaba al cultivo y venta de flores. Al ver totalmente empapadas a las pescadoras, les ofreció una habitación para que tranquilamente pasaran allí la noche.

Era una amplia estancia donde había una gran cantidad de cestas con hermosas y muy variadas flores, dispuestas para ser vendidas al siguiente día.

Las pescadoras estaban agotadas y se pusieron a dormir. Sin embargo, no lograban conciliar el sueño y empezaron a quejarse del aroma de las flores: «!Qué peste! No hay quien soporte este olor. Así no hay quien pueda dormir». Entonces una de ellas tuvo una idea y se la sugirió a sus compañeras:

–No hay quien aguante esta peste, amigas, y, si no ponemos remedio, no vamos a poder pegar un ojo. Coged las canastas de pescado y utilizadlas como almohada y así conseguiremos evitar este desagradable olor.

Las mujeres siguieron la sugerencia de su compañera. Cogieron las cestas malolientes de pescado y apoyaron las cabezas sobre ellas. Apenas había pasado un minuto y ya todas ellas dormían profundamente.

*El Maestro dice: Por ignorancia y ausencia de entendimiento correcto, el ser humano se pierde en las apariencias y no percibe lo Real.

El Peso de las Creencias

Dos jóvenes monjes fueron enviados a visitar un monasterio cercano. Ambos vivían en su propio monasterio desde niños y nunca habían salido de él. Su mentor espiritual no cesaba de hacerles advertencias sobre los peligros del mundo exterior y lo cautos que debían ser durante el camino.

Especialmente incidía en lo peligrosas que eran las mujeres para unos monjes sin
experiencia:

-Si veis una mujer, apartaos rápidamente de ella. Todas son una tentación muy grande.

No debéis acercaros a ellas, ni mucho menos hablar, por descontado, por nada del mundo se os ocurra tocarlas. Ambos jóvenes aseguraron obedecer las advertencias recibidas, y con la excitación que supone una experiencia nueva se pusieron en marcha.

Pero, a las pocas horas, ya punto de vadear un río, escucharon una voz de mujer que se quejaba lastimosamente detrás de unos arbustos. Uno de ellos hizo ademán de acercarse.

-Ni se te ocurra -le atajó el otro-. ¿No te acuerdas de lo que nos dijo nuestro mentor?
-Sí, me acuerdo; pero voy a ver si esa persona necesita ayuda -contestó su compañero.

Dicho esto, se dirigió hacia donde provenían los quejidos y vio a una mujer herida y desnuda.

-Por favor, socorredme, unos bandidos me han asaltado, robándome incluso las ropas.

Yo sola no tengo fuerzas para cruzar el río y llegar hasta donde vive mi familia.

El muchacho, ante el estupor de su compañero, cogió a la mujer herida en brazos y, cruzando la corriente, la llevó hasta su casa situada cerca de la orilla. Allí, los familiares atendieron a la asaltada y mostraron el mayor agradecimiento al monje, que poco después reemprendió el camino regresando junto a su compañero.

-¡Dios mío! No sólo has visto a esa mujer desnuda, sino que además la has tomado en brazos.

-Así era recriminado una y otra vez por su acompañante. Pasaron las horas, y el otro no dejaba de recordarle lo sucedido.

-Has cogido a una mujer desnuda en brazos! ¡Has cogido a una mujer desnuda en
brazos! ¡Vas a cargar con un gran pecado!

El joven monje se paró delante de su compañero y le dijo:

-Yo solté a la mujer al cruzar el río, pero tú todavía la llevas encima.

¿Qué es lo importante?

Un monje de gran devoción e instruido, cruzaba una vez un río en barca cuando al pasar al lado de un pequeño islote, oyó una voz de un hombre que muy torpemente intentaba elevar unas plegarias. En su interior no pudo por menos que entristecerse.

¿Cómo era posible que alguien fuera capaz de entonar tan mal aquellos mantras?
Tal vez aquel pobre hombre ignoraba que los mantras debían recitarse con la entonación adecuada, el ritmo y la musicalidad precisas, con la pronunciación perfecta. Decidió entonces ser generoso y desviándose de su rumbo se acercó al islote para instruir a aquel desdichado, sobre la importancia de la correcta ejecución de los mantras. No en vano, se consideraba un gran especialista y aquellos mantras no tenían para él ningún secreto.

Cuando arribó, pudo ver a un pobre andrajoso de aspecto sosegado cantando unos mantras con poco acierto. El monje, con serena paciencia, dedicó algunas horas a instruir minuciosamente a aquel individuo que a cada momento mostraba efusivas muestras de agradecimiento a su improvisado benefactor. Cuando entendió que, por fin, aquel sujeto sería capaz de recitar los mantras con cierta solvencia se despidió de él, no sin antes advertirle:

-Y recuerda, mi buen amigo, es tal la potencia de estos mantras, que su correcta pronunciación permite que un hombre sea capaz de andar sobre las aguas.
Pero apenas había recorrido unos metros con la barca, cuando oyó la voz de aquel hombre recitar los mantras aún peor que antes.

-Qué desdicha -se dijo a sí mismo-, hay personas incapaces de aprender nada de nada.

-Eh, monje -escuchó decir a su espalda muy cerca de él.

Al volverse vio al pobre andrajoso que, caminando sobre las aguas, se acercaba a su barca y le preguntaba:

-Noble monje, he olvidado ya tus instrucciones sobre el modo correcto de recitar los mantras. ¿Serías tan amable de repetírmelo de nuevo?

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