El Discurso Democrático en Venezuela (Parte 1 de 5)

Resumen

El presente trabajo tiene un doble propósito. Por un lado, definir el horizonte discursivo que ha delimitado el espacio dentro del cual se han desarrollado los discursos políticos en Venezuela a lo largo del siglo pasado y los años transcurridos del presente. Por el otro, proporcionar ejemplos que ilustren la materialidad de este dispositivo. Para alcanzar el primer objetivo, procederemos a
definir y precisar teóricamente los términos discurso y horizonte discursivo. Se prestará atención, igualmente, al papel que juegan las particularidades culturales o tradiciones de comportamiento en el marco de los distintos procesos de universalización modernizante que se han operado en Venezuela. En el segundo objetivo, la tarea tendría un sesgo de carácter empírico, es decir, se trataría de mostrar realizaciones institucionales que evidencien lo peculiar de las distintas modernidades que se han construido en el país.

Intentaremos desarrollar este conjunto de tareas en el marco de una perspectiva con cierto acento antropológico. En razón a ello, posaremos la mirada sobre la dimensión cultural de la política.

Vale decir, el papel que desempeñan las significaciones en la conformación de los actores políticos y en la construcción de los acuerdos y conflictos siempre presentes en nuestra sociedad.

Especial atención prestaremos a las lógicas (de la equivalencia y la diferencia) que han orientado la dinámica interna del dispositivo simbólico que denominamos petro racionalismo estatal.

Finalmente, intentaremos construir un esquema diacrónico que de cuenta de los distintos discursos subsidiarios de este dispositivo simbólico que ha caracterizado la cultura política del país.

Palabras Clave:

Discurso democrático, Lógicas de la diferencia y la equivalencia, Cultura y política.

-I-

En un cierto sentido la línea de argumentación, brevemente resumida, se distancia de los análisis de inspiración politológica que tradicionalmente se han llevado a cabo en América Latina y Venezuela. Parecería apropiado, entonces, definir brevemente algunos de los rasgos teóricos que caracterizan gran parte de los estudios englobados bajo este concepto.

La mayoría de las investigaciones enmarcadas en el ámbito de la ciencia política sobre América Latina y Venezuela han sido tributarias de una visión de la democracia derivada de las propuestas teóricas desarrolladas por investigadores como Dahl (1971), Linz y Stepan (1978), Sartori (1988), Schmitter y Karl (1991), Huntington (1968 y 1994), Przeworski (1991) entre otros. En líneas generales estos autores comporten una visión de la democracia en términos de régimen político y, en consecuencia, su atención tiende a concentrarse en la dimensión institucional de esta forma de gobierno. A tono con esta concepción, el énfasis de sus investigaciones tiende a ser colocado en los aspectos procedimentales que pudieran garantizar la selección de representantes a partir de ciertas condiciones de pluralismo partidista y participación de los ciudadanos. Este enfoque institucionalista se encuentra fuertemente engarzado con una concepción que postula la mutua implicación que debería existir entre democracia y economía de mercado.

En América Latina son diversos los autores que han compartido y utilizado esta matriz teórica para el análisis de los procesos de democratización que se llevaron a cabo en los países del Cono Sur a partir de la década de los ochenta (1). En general, estos estudios tendían a derivar hacia proposiciones prácticas en la búsqueda de reformar el aparato estatal con el propósito de ponerlo a tono con las exigencias que se derivaban de los procesos de transición democrática. Es así como se generaban, por ejemplo, recomendaciones para la formulación de políticas públicas, sugerencias para hacer más eficiente la administración estatal, las instituciones representativas y para profundizar los procesos de descentralización política y administrativa etc. En otras palabras, la consolidación de la institucionalidad democrática era concebida como un proyecto de corte racionalista diseñado para procesar las «nuevas» demandas de la sociedad y superar las matrices culturales que se suponían refractarias al «desarrollo». En el fondo estas investigaciones y sus recomendaciones de ingeniería institucional, estaban orientadas a la búsqueda de «fórmulas» que facilitaran una proximidad institucional de nuestros países con los modelos de democracias consolidadas en los Estados Unidos y Europa.

(1) Véase: Lechner (1986 y 1990), O’Donnel (1992), Garretón (1994 y 1997), Cavarozzi (1994) entre otros. En Venezuela, los estudios y proposiciones adelantadas por la Comisión para la Reforma del Estado (COPRE) pueden ser considerados ejemplos de este enfoque institucionalista.

Vamos a detenernos brevemente y explorar rápidamente los supuestos sobre los cuales se asentaban estas proposiciones y su visión de la relación entre cultura y política (2). En líneas generales este tema se asumía a partir de la premisa de la existencia de una cierta simetría entre la dimensión de la cultura y la de la política. El ejemplo paradigmático de esta relación lo aportaban las sociedades desarrolladas del atlántico norte que lograron articular armoniosamente ambas expresiones. En el extremo opuesto, se ubicaban los pueblos caracterizados por «una anarquía política del significado» (Geertz, 1973: 265), situación ésta que expresaba la disociación entre las estructuras formales de la política y la dimensión cultural o de «los apegos primordiales» (3).

A partir de esta caracterización teórica e histórica se ha diseñados gran parte de las recomendaciones y formulaciones de políticas públicas generadas desde organismos internacionales y nacionales. Modernizar, desde esta óptica, implícitamente significaba la modificación de los «esquemas de valores» que supuestamente obstaculizaban los diseños de desarrollo a través de los cuales se aspiraba que nuestras sociedades alcanzaran la tan anhelada condición moderna.

(2) No es fácil establecer una conexión orgánica entre los acontecimientos que dan forma a la vida política y la trama de creencias que forma una cultura. En este sentido nos acogemos a la observación de Clifford Geertz, según la cual, «cultura no es ni culto ni usanza, sino que son las estructuras de significación en virtud de las cuales los hombres dan forma a su experiencia; y política no es aquí golpes de estado ni constituciones, sino que es uno de los principales escenarios en que se desenvuelven públicamente dichas estructuras» Geertz, Clifford 1973:262.

(3) Por apego primordial se entiende «el que procede de los hechos «dados» – o, más precisamente, pues la cultura inevitablemente interviene en estas cuestiones, los supuestos hechos «dados»-de la existencia social: contigüidad inmediata y las conexiones de parentesco principalmente, pero además los hechos dados que supone el haber nacido en una comunidad religiosa, el hablar una determinada lengua o dialecto de una lengua y el atenerse a ciertas prácticas sociales particulares. Estas igualdades de sangre, habla, costumbres, etc. se experimentan como vínculos inefables, vigorosos y obligatorios en sí mismos» Geertz, 1973:222

Retomemos la argumentación inicial y resaltemos un aspecto de carácter teórico subyacente en casi la totalidad de estos estudios. El supuesto talante universal que revestían estas políticas. Esta circunstancia teórica explica que estos diseños prescindieran de las particularidades culturales, «vigorosas y obligatorias en sí mismas», que singularizaban a estas sociedades como pueblos y naciones. Esta vocación homogenizante, implícita en su diseño y aplicación, se derivaba de la creencia según la cual estas proposiciones eran portadoras de una supuesta racionalidad. Esta condición les otorgaba una validez de carácter universal que hacía posible, a estas formulaciones en el ámbito de lo público, obliterar la dimensión donde se expresaban los «apegos primordiales» característicos de estas sociedades.

Para finalizar, esta sección pudiéramos concluir que esta versión del racionalismo político (4) se constituyó en el horizonte discursivo que dotó de sentido a estos ejercicios de ingeniería institucional que se llevaron a cabo en diversos países de América Latina. Esta circunstancia ayuda a explicar el porque de nuestras múltiples modernidades (5) y la circunstancia de que éstas fueran concebidas como el resultado de un proceso de transición que obliteraba las particularidades culturales presentes en estas sociedades.

Una vez explicitado algunos de los supuestos teóricos sobre los cuales se ha asentado gran parte de la reflexión politológica en el país y América Latina, parece el momento apropiado para definir los parámetros teóricos dentro de los cuales intentaremos analizar lo que he denominado el discurso democrático en Venezuela.

(4) Este concepto lo utilizamos en el marco conceptual implícito en la apuesta teórica diseñada por Michael Oakeshoot, en particular, su crítica a dos de las características sustantivas del racionalismo político: la política de la perfección y la de la uniformidad. Por la primera, este autor entiende, una suerte de «evanescencia de la imperfección’, en el sentido de que el racionalista no puede imaginar una política que no consista en la resolución de problemas, ‘o un problema político para el que no exista ninguna solución racional». En el caso de la segunda característica, su argumentación se orienta, a explicitar un esquema que no reconoce la diversidad y, en consecuencia, piensa la actividad política como «la imposición de una condición uniforme de perfección sobre la conducta humana» Oakeshoot, 2000: 21-54.

(5) Con este concepto se pretende disputar la creencia de acuerdo a la cual existe una condición moderna y que su desarrollo y plenitud implica la disolución y/o transformación de los componentes que definen la dimensión tradicional de nuestras culturas. Por el contrario, la modernidad, global y localmente, es múltiple y su arraigo depende de la presencia continua de las tradiciones como un agente activo en su definición y consolidación. Véase: Tu Wei Ming (2000) Multiple Modernities: A Preliminary Inquirí into de Implications oí East Asian Modernity. pp 256-266. En: Harrison L. and Huntington, D (2000) Culture Matters. How Values Shape Human Progress. Basic Books.

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(*) Universidad de Carabobo,
Centro de Estudios de las Américas
y el Caribe (CELAC)