El Don del Dominio Propio

“Mejor es el que domina su alma
que quien conquista un reino”.

(Salomón)

(*) Lcdo. Rafael Ayala – Al estudiar la historia universal descubrimos que el hombre se ha empeñado en conquistar a otros. Desde tiempos ancestrales el reconocimiento y poderío de los grandes líderes radicaba en su capacidad para someter a otros poderosos. Los aztecas y los tlaxcaltecas combatían para apoderarse de sus territorios; los romanos expandieron su imperio por toda Europa, África y Medio Oriente; los franceses, encabezados por Napoleón, obtuvieron triunfos históricos sobre otras naciones. A la fecha vemos como dictadores (bajo el título de presidentes democráticos) ejercen dominio sobre sus propios pueblos.

Pareciera que el anhelo humano de ejercer potestad sobre los demás fuera un cáncer incurable y genético. Todo esto con el afán de demostrar que somos valiosos y poderosos.

Sin embargo, la vida cotidiana nos enseña que el verdadero poder radica en ejercer dominio sobre nosotros mismos, no sobre los demás. Recuerdo como hace unos cuantos años un presidente centroamericano, el mismo año en que fue nominado al premio Nóbel de la Paz, su esposa le solicitó el divorcio.

Pienso también en gente sumamente competente es el caso de un ex presidente norteamericano, quien a pesar de haber sido reelecto en ese puesto (quizás el de mayor poder en el mundo actual), no será recordado en la historia por su gran gestión, sino por el desliz sexual que tuvo con una joven becaria de la Casa Blanca. El hombre más poderoso del planeta e igual de débil que cualquier simple mortal.

Ejemplos como los anteriores me llevan a concluir que el rey hebreo Salomón tenía razón cuando afirmó, que implica mayor poderío ejercer control sobre nosotros que sobre otras personas. Estoy convencido que los grandes logros y las terribles derrotas de nuestra vida, están relacionadas con qué tanto dominio propio ejercemos. El control sobre nuestros gustos, deseos e incluso caprichos, es clave para que vivamos en paz, obtengamos felicidad y alcancemos nuestras metas. No existe un sólo medallista olímpico que, para obtener su presea, no haya requerido controlar su apetito, cuidar su estilo de vida, horas de descanso y haya tenido que disciplinarse en sus entrenamientos. Una persona que desea mantener su salud, mejorar su economía, sostener una amistad o trascender en la vida de otros, también requiere del auto control. Mantenernos fieles a nuestros principios, sueños y obviamente a nuestra pareja implica ejercer dominio propio.

También fue Salomón quien afirmó que a nadie agrada en un inicio la disciplina, pero en el mediano y largo plazo, produce frutos apacibles. El dominio propio es un maravilloso regalo que poseemos las personas. Cuando lo ejercemos, lo hacemos crecer. Cada vez que decidimos postergar una gratificación personal u optamos por hacer lo correcto en lugar de ceder ante seductores atajos inconvenientes (desde repetir la dosis de un delicioso postre hasta aceptar un apetecible soborno), fortalecemos y hacemos crecer el músculo de la voluntad, soporte central del dominio propio.

Pensemos en las cosas que más anhelamos alcanzar, esas metas, sueños y objetivos que anhelamos.
Les garantizo que, para obtenerlas, debemos ejercer control sobre nosotros, requerimos disciplinarnos e incluso abstenernos de algunas actividades agradables. En otras palabras: pagar un precio, el costo del dominio propio. Para fortalecer esta área de nuestra vida, le recomiendo iniciar con pequeñas acciones, ganando batallas ligeras sobre nosotros mismos: comer un poco menos; no servirnos nuevamente un platillo; abstenernos de comprar lo que no requerimos; tomar un tiempo diario para ejercitar nuestro cuerpo o hacer oración; leer veinte minutos cada noche; levantarnos quince minutos más temprano; detener nuestras palabras hirientes; forzarnos a dar las gracias y disculparnos en los pequeños detalles; ahorrar una cantidad cada mes o semana. Estos son ejemplos sencillos para ejercitar nuestra voluntad. Quizás les parezcan insignificantes, pero les aseguro que no los son, pues las grandes victorias sobre nuestra naturaleza, se obtienen a través de ganar pequeñas batallas.

El Imperio Romano no se construyó con el triunfo de una gran guerra, sino con la conquista paulatina por pequeñas batallas.

Recordemos el precepto universal que nos enseña, que quien es fiel en lo poco, lo podrá ser en lo mucho.

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(*) Conferencista e instructor internacional sobre temas de efectividad organizacional y personal, así como de desarrollo humano, inspiración y relaciones personales y familiares, con participaciones en varios foros de España, Estados Unidos, Guatemala, Costa Rica, Argentina, Venezuela, Rep. Dominicana, Colombia y a lo largo de la República Mexicana. Reside en Puebla, México.