El enigma bolivariano: Ocho preguntas y ocho respuestas sobre la Venezuela de Hugo Chávez (Parte 1 de 4)

-Domingo Alberto Rangel, Alzado contra todos (memorias y desmemorias), Vadell Hermanos Editores, Caracas, 2003.-

No hay fenómeno del escenario político latinoamericano que sea a la vez más comentado como desconocido en su dinámica real que la “revolución bolivariana” en Venezuela. Para unos, el chavismo es un régimen populista autoritario, que está sofocando a la sociedad civil y amenaza las libertades democráticas. Para otros, el “socialismo del siglo XXI” abre el camino a mañanas venturosos para todos los pueblos de la región. La verdad es bastante más compleja y a menudo más sorprendente.

I. ¿Hugo Chávez es de izquierda?

En su juventud, Chávez sufrió la influencia de los pequeños círculos comunistas de su provincia de Barinas (en los llanos venezolanos), sin comprometerse, sin embargo, en una militancia activa. En los años setenta y ochenta, participó de varias intrigas entre círculos de oficiales jóvenes y sectores de la izquierda radical venezolana que practicaban una suerte de entrismo en las Fuerzas Armadas. Fue a la cabeza de una coalición de pequeños partidos de izquierda, aliados a su propio movimiento, el MVR (Movimiento Quinta República) que Chávez accedió al poder en 1998. Numerosos altos funcionarios del Gobierno bolivariano provienen de la guerrilla de los años sesenta o de la izquierda socialista que la sucedió.

Durante los años noventa, Chávez se dejó seducir por el nacionalismo antiimperialista exacerbado de Norberto Ceresole, un ideólogo argentino antisemita y próximo a los militares de extrema derecha denominados “carapintadas”, que predicaba una especie de nassero-peronismo autoritario y “posdemocrático” -según sus propios términos- fundado sobre la pirámide caudillo-Ejército-pueblo. Sin duda cansado de las extravagancias ideológicas de su asesor, Chávez termina por expulsarlo de Venezuela en 1999. Al comienzo de su mandato, invocaba con cualquier motivo El oráculo del guerrero, un manual de sabiduría new age a lo Paulo Coelho, escrito por el también argentino Lucas Estrella. Más recientemente, Chávez se abocó a hacer compartir con sus colaboradores su entusiasmo por Los miserables, de Víctor Hugo (1). Antaño admirador declarado del entonces primer ministro británico Tony Blair y de su Tercera Vía, hoy tajantemente rechazada, el presidente venezolano aprovecha sus visitas al extranjero para multiplicar las profesiones de fe más eclécticas, declarándose de buena gana castrista en Cuba, maoísta en China, peronista en Argentina o admirador del Libro Verde de Muamar El Gadafi en Libia. Algunos ven en él un oportunista cínico obsesionado por el poder y totalmente desprovisto de verdaderas convicciones ideológicas. Sin embargo, Chávez es sin duda sincero cuando dice que su corazón sangra por los pobres, considerando además que se percibe a sí mismo como un plebeyo provinciano y zambo (mezcla de negro e indígena), rechazado por la oligarquía y la gente bien.

En ausencia de un cuerpo doctrinario muy elaborado, es a menudo difícil discernir lo que se agrupa alrededor del proyecto bolivariano: los comunistas ortodoxos del PCV, todavía traumados por la caída del Muro de Berlín, varios socialdemócratas teñidos con los colores bolivarianos, los populistas radicales de la Unión del Pueblo Venezolano (UPV) ligados a la colorida figura de la pasionaria plebeya Lina Ron, animadora de un célebre programa de radio chavista, los militantes que exaltan la mitología guevarista, los activistas sociales nacidos de las luchas urbanas de los años noventa, las corrientes sindicales de izquierda portadoras de las tradiciones de autonomía obrera que se expandieron en los ochenta, o los adeptos a la participación popular y la economía social. En el seno del principal vehículo político del proceso bolivariano, el MVR, puede verse desde huérfanos de la izquierda radical hasta viejos zorros de la política tradicional oportunamente convertidos a la retórica revolucionaria.

Caracterizado por una estructura con escasa consistencia pero a la vez muy vertical, este partido constituye, además, una cómoda plataforma electoral y profesional para los centenares de militares reconvertidos en empresarios públicos o privados que ocupan ahora el aparato estatal. Frente al chavismo, existe una izquierda antichavista. Es el caso del reformista Movimiento al Socialismo (MAS, que no tiene ningún nexo con la sigla boliviana) que se pasó a la oposición, luego de algo más de un año de participación en el Gobierno, pero también de los marxistas-leninistas de Bandera Roja, que controlan importantes sectores del movimiento estudiantil y prestan fornidos servicios de seguridad a las movilizaciones de la oposición. Una buena parte de los intelectuales marxistas venezolanos, que participaron de las luchas armadas y civiles de los años sesenta, setenta y ochenta denuncian de manera, a veces virulenta, a un régimen que consideran como una enorme estafa ideológica. Es el caso de Domingo Alberto Rangel, historiador de renombre y antiguo dirigente del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR), del ex líder guerrillero Douglas Bravo y de decenas de sus colegas.

La mayoría de las figuras más prestigiosas y calificadas de la cultura venezolana se muestra bastante hostil al régimen. Hecho sintomático, los principales “teóricos” del proceso bolivariano y del “socialismo del siglo XXI” son extranjeros: Heinz Dieterich, un catedrático alemán residente en México, y Martha Harnecker, filósofa marxista de origen chileno fuertemente ligada al régimen castrista.

Otros referentes progresistas como Margarita López Maya asumen una posición más “anti-antichavista” que propiamente chavista. Sin expresar gran entusiasmo acerca de la figura de Hugo Chávez, este grupo de intelectuales no desean ser asociados a una oposición a la que consideran facciosa, clasista y racista.

La izquierda radical venezolana nunca ha sido muy fuerte y nunca supo atraer a más del 8% o 10% del electorado. El compromiso histórico entre la socialdemocracia y la democracia cristiana -materializado en 1958 bajo el nombre de Pacto de Punto Fijo- después de marginalizar y perseguir a la izquierda, bloqueó su desarrollo al cooptar a una buena parte de su base social. Desde 1998, Chávez pulverizó lo que quedaba de los partidos tradicionales. Conviviendo con neoliberales, golpistas y residuos del aparato “puntofijista” en el oportunismo de la supervivencia electoral, la izquierda opositora está condenada a la impotencia y al declive. En la orilla bolivariana, Chávez no admite aliados que no estén completamente domesticados, como el partido Patria para Todos (PPT), que agrupa a la mayoría de los antiguos cuadros del movimiento Causa Radical (una especie de pequeño PT venezolano hoy moribundo) y que sobrevive colonizando sectores del aparato estatal al precio de un seguidismo servil, mientras que su historia le hubiera permitido fungir como la conciencia crítica y democrática del bloque chavista.

Existen fuerzas interesantes en la izquierda sindical, pero su dependencia en relación a la mística revolucionaria chavista y la gran debilidad demográfica y social del sector asalariado formal minan la posibilidad de transformarse en una alternativa real. El futuro de la izquierda venezolana pasa probablemente por realineamientos de sectores del chavismo, pero resulta imposible prever qué tipos de rupturas y de recomposiciones organizativas durables podrían producirse en el seno del movimiento bolivariano. Chávez es todavía joven y la forma caudillista, personalista y carismática de la adhesión al Chavismo, garantiza por el momento, un control relativamente eficaz y una regulación vertical de las numerosas contradicciones internas.

Fuente: http://noticieroalternativo.com/2009/12/03/el-enigma-bolivariano-ocho-preguntas-y-ocho-respuestas-sobre-la-venezuela-de-hugo-chavez/#