El Gran Muro Verde

ALEX FERNÁNDEZ MUERZA – Un muro de árboles y vegetación de 15 kilómetros de ancho y 7.775 kilómetros de largo, que atraviese once países africanos al sur del Sahara para luchar contra la desertificación y la pobreza, propuesto en los años ochenta, el Gran Muro Verde cuenta ahora con el respaldo económico de varias organizaciones internacionales para convertirse en una realidad. No sería el primer proyecto de estas características en el mundo, como lo demuestran diversos cinturones verdes en China, Canadá o Estados Unidos.

La desertificación y la sequía ganan la batalla en África. El Sahel, una zona de transición entre el Sahara y las sabanas, ve cómo la arena invade su territorio a una velocidad de hasta un kilómetro al mes. El lago Chad, ubicado en la frontera de esta franja natural, ha pasado de cubrir más de 15.000 km2 en los años sesenta a no superar los 325 km2 en la actualidad.

Pero la guerra no está perdida. Así lo piensan al menos los impulsores del Gran Muro Verde (GMV). La idea, propuesta en los años ochenta por Thomas Sankara, en aquella época jefe de estado de Burkina Faso, consistiría en levantar un muro de árboles y arbustos de 15 kilómetros de ancho, que atravesaría de punta a punta el continente. En concreto once países, desde Senegal, en el oeste, hasta Djibouti, en el «cuerno de África», y en medio, Mauritania, Mali, Burkina Faso, Nigeria, Níger, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía. Una distancia continua de 7.775 kilómetros que se desviaría en caso de tener que hacer frente a obstáculos como ríos, lugares rocosos y montañas o para unir las zonas habitadas.

El muro verde proporcionaría una nueva fuente de alimentos y de energía

La falta de apoyos, sobre todo económicos, dejó aparcado el proyecto hasta que hace seis años la Unión Africana empezó a buscar adhesiones para su puesta en marcha. El trabajo parece dar sus frutos: la organización internacional Global Environment Facility (GEF) ha confirmado que destinará hasta 115 millones de dólares (unos 81 millones de euros) para apoyar su construcción, que también cuenta con el respaldo institucional de la Convención de Naciones Unidas para Combatir la Desertificación (UNCCD). Otras organizaciones de ayuda al desarrollo también han prometido inversiones de hasta tres mil millones de dólares. El Gobierno de Senegal es uno de sus más firmes valedores y ha creado una página web sobre el proyecto.

Sus defensores destacan varias ventajas. Además de detener la desertificación y la erosión, el muro protegería los recursos hidrológicos de la zona y contribuiría a restaurar o crear hábitats de apoyo a la biodiversidad. Gracias a esta gigantesca masa forestal, se contaría con una nueva fuente de alimentos y de energía, proveniente de la biomasa, y constituiría un aliado contra el cambio climático.

Desde la UNCCD creen que los beneficios del GMV irían mucho más allá de los ecológicos. Al recuperar la zona, se ayudaría a luchar contra la pobreza, se detendría la emigración y se atraerían otros programas económicos y medioambientales. La cooperación internacional y entre los países involucrados mejoraría la inestabilidad política de la zona, un factor clave en la actualidad tras las revueltas en los países árabes.

La gran muralla china verde y otros proyectos similares

África no sería el primero en poner en marcha un proyecto de estas características. Parece lógico que China, el país de la famosa gran muralla, se les adelantara. En 1978, el gigante asiático comenzó el levantamiento de una «fortificación verde» en el norte del país, paralela a la milenaria construcción, con el objetivo de alcanzar en 2050 una longitud de 4.500 kilómetros, desde Xinjiang, en el oeste, hasta Heilongjiang, en el este.

La idea sería la misma: detener la pérdida de vegetación, en este caso por el avance del desierto del Gobi. Se calcula que cada año las tormentas de polvo alcanzan hasta 2.000 km2 de tierra vegetal y su severidad va en aumento. Sus efectos sobre la biodiversidad, la producción agrícola o los problemas respiratorios no solo afectan a China, sino a otros países cercanos, como Japón y las dos Coreas.

La muralla verde china se compone de un cinturón de árboles y de vegetación resistente para estabilizar las dunas. Junto con estos elementos, una capa de grava lucha también contra la arena y para estimular la fertilidad del suelo. La siembra de las plantas se realiza con el lanzamiento de semillas desde el aire y de forma manual.

Los chinos no han sido los primeros en proponer un cinturón verde. En 1934 se puso en marcha en Estados Unidos el proyecto Shelterbelt WPA. Su objetivo era hacer frente a las tormentas de polvo que acababan con las cosechas de las denominadas Grandes Llanuras, una franja en la parte central del país que abarca desde Canadá a México. Ocho años más tarde, sus responsables habían plantado 220 millones de árboles.

En Canadá, el Gobierno creó el Departamento de Rehabilitación Agrícola para mitigar la erosión del suelo y la degradación de la tierra sufrida desde los años treinta. En 2008 se habían plantado unos 600 millones de árboles. Y en la antigua Unión Soviética se instauraba en 1948 el denominado «Gran Plan para la Transformación de la Naturaleza», con el objetivo de crear una enorme red de muros verdes a lo largo de las estepas del sur del país.

Desafíos de las murallas verdes

Diversos expertos han recordado los elementos de los que depende el éxito o fracaso de estos proyectos de muros verdes. Las especies deben aguantar las condiciones de sequía y adaptarse al lugar sin consumir grandes recursos. Diversos estudios han mostrado que en la región china de Minquin los árboles del gran muro verde habían reducido varios metros los niveles de agua subterránea. En el caso del proyecto africano se ha pensado en 37 posibles especies.

La reforestación se debe hacer no sólo en cantidad, sino también en calidad. En 2008, las tormentas invernales destruyeron el 10% de los nuevos árboles plantados en el muro verde chino. La plantación de árboles de crecimiento rápido reduce la diversidad biológica de las áreas forestales, al crearse áreas que no son adecuadas para las plantas y animales de esos hábitats. El proyecto debe contar con la participación de los habitantes de la zona y, en especial, de los agricultores. De lo contrario, el sistema tendrá grandes dificultades para continuar a largo plazo.

Por su parte, algunos expertos consideran que estos muros son un parche que no ataca el fondo del problema, es decir, la sobreexplotación de los recursos naturales o el desarrollo insostenible.

Fuente: http://www.consumer.es/web/es/medio_ambiente/naturaleza/2011/04/28/199967.php