El Hombre de la Isla Robben

“Soy el dueño de mi destino,
Soy el capitán de mi alma”

William Ernest Henley

Un alma grande produce frutos maravillosos y trascendentes para su entorno, de igual manera la constancia y los ideales sólidos perfilan victorias, aunque estas lleguen a muy largo plazo. Este es el caso de un hombre nacido en una humilde aldea africana y que, por razón de sus luchas y convicciones le tocó habitar, contra su voluntad, en una isla convertida en cárcel: la isla Robben en Sudáfrica, donde estuvo confinado durante dieciocho de sus veintisiete años en presidio. Naturalmente nos referimos a la colosal figura de Nelson Mandela o “Madiba” como se le conoce entre los suyos. Un hombre que se inscribe dentro de la estirpe de personajes como Tolstoi, Gandhi y Martin Luther King.
Muchas experiencias y actitudes ricas y valiosas podemos aprender de Mandela. Probablemente su faceta más estudiada, sea la de la inmensa tolerancia que desplegó frente a sus rivales, a los que sin espíritu de revancha llamó, una vez convertido en Presidente, al trabajo mancomunado de levantar una nación. Sin embargo, hay otros aspectos en este luchador por la libertad, que resultan interesantes de analizar y, de ser posible, incorporar a nuestro acervo y a nuestro diario vivir.

Uno de estos renglones que brillan con el matiz propio de la grandeza, lo representa la proverbial humildad de Mandela, no sólo para comunicarse con sus semejantes, sino para reconocer errores con rapidez, escuchar con paciencia y proseguir en una tarea que lucía más que cuesta arriba, por un período de tiempo que superó los 40 años. Durante todo ese largo peregrinar, no permitió que la soberbia, ese lobo sediento, anidara en su espíritu; antes bien, se empeñó en ser accesible y proclive al diálogo fecundo. Otra característica destacable en este líder, fue su tesón por estudiar constantemente (leyes y otros temas) materias que facilitasen su labor de lucha y de desafío a un régimen autoritario, abusivo, retrógrado, excluyente y explotador. Nunca Mandela dejó o ha dejado de escrutar variables, de recoger datos y analizar escenarios.

No menos fundamental en la personalidad de este conductor de su pueblo, es la capacidad intrínseca de integrar equipos políticos, como el CNA (Congreso Nacional Africano), de acción continua, en los que se diseñaron estrategias y tácticas diversas en función de las iniciativas y ataques de un gobierno como el del “National Party”, agrupación política Sudafricana que rigió los destinos de ese país por un extenso lapso de tiempo.

Mandela, y el resto de los integrantes de la agrupación que buscaba reivindicar los derechos legítimos en su propia tierra (el pueblo negro sólo tenía derecho al 13% de su propio territorio), mantuvo en forma permanente la fe en la fuerza de sus principios, en esa amalgama de ilusiones y anhelos que rondan al ser humano como materia inalienable de su ser. La dignidad, entendida como ese respeto sagrado a sí mismo, a su esencia más íntima, es otra cualidad cardinal en este paladín de la reivindicación y la libertad.

En momentos en los que Venezuela vive horas de incertidumbre, de oscuridad y desdicha, es refrescante toparse con el ejemplo de personajes como Nelson Mandela. Resulta saludable reflexionar sobre la gesta que protagonizó en circunstancias terriblemente desventajosas.

En el juicio (1963), que finalmente lo llevó a prisión durante casi una treintena de años, decidió defenderse a sí mismo. En éste párrafo de su alegato final resume de manera encomiable su visión y sentir frente a su pueblo y la historia:

“He dedicado toda mi vida a la lucha del pueblo africano. He combatido la dominación blanca y he combatido la dominación negra. He acariciado el ideal de una sociedad democrática y libre, en la que todas las personas convivan juntos en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que aspiro a alcanzar. Pero, si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”

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