El impacto de las palabras (*)

“Las palabras son maravillosas cuando
se utilizan de manera adecuada.
Una palabra adecuada puede cambiar una vida.”

J. Meyer

Therese era una fabulosa trabajadora, amiga y colega. Todos en su oficina la querían, desde sus jefes hasta la señora de la limpieza. Ella siempre tenía una palabra amable para todos.

Uno de sus mayores atractivos era su sorprendente capacidad de ayudar a las personas a sentirse bien consigo mismas.

Ella podía hacer que alguien -cuyos sentimientos hubieran sido heridos- se sintiera como lo mejor del mundo desde las rebanadas de pan –el desayuno–; ella podía hacer que un colega inseguro se sintiera como un genio. Su sentido del humor siempre elevaba el ánimo de los demás y les hacía reír. Incluso si estaban molestos o infelices.

No sólo eso, sino que ella también era inteligente, muy inteligente. En los cinco años que llevaba en el trabajo, había recibido tres ascensos y su jefe le había dicho recientemente que estaba en la vía rápida hacia un puesto de la gerencia. Si las cosas continuaban de la misma manera, ella -incluso- podría esperar una vicepresidencia solamente unos años después.

Una noche, mientras trabajaba hasta tarde en un proyecto, descubrió que su jefe había incluido una cita con mal juicio en un discurso que él escribió y que le había pedido a ella que editase. Él había escrito una imprudente broma que a algunos podría parecerles ofensiva. Therese agarró el teléfono para dejarle un mensaje de voz y decirle lo que pensaba. Dijo: «¿En qué estaba pensando, jefe? ¿No se da cuenta de que el director general aborrecerá esa broma? Y él no tiene sentido del humor».

Desgraciadamente, en lugar de enviar el mensaje de voz a su jefe, Therese sin darse cuenta presionó un botón que envió el mensaje de voz a todos en la empresa. A la mañana siguiente, se produjo el caos. Aunque Therese no fue despedida, no obtuvo el siguiente ascenso, ni el siguiente después de ése.

El haber presionado un botón había sellado su futuro en la empresa. Ése es un incidente extremo, pero hay muchos otros en la actualidad que tienen consecuencias mucho mayores. Los niños ya no se burlan unos de otros; se acosan unos a otros, y el acoso escolar no es una excepción entre los estudiantes, es la norma. No solamente suceden en la escuela o en el parque; también se producen en la Internet. De hecho, una nueva palabra ha entrado en nuestro vocabulario: ciber-acoso. Facebook ahora se utiliza -a veces- como un arma. Nunca en la historia del mundo las palabras han sido tan baratas, rápidas, irrevocables y virales. Mediante teléfonos celulares y la Internet, ahora tenemos mensajes de texto, correo electrónico, mensajes instantáneos, blogs, Facebook, Twitter y YouTube. Además, tenemos radio, televisión y medios de comunicación impresos.

Las palabras vuelan por la atmósfera como nunca antes. En junio de 2010, el 77,2 por ciento de los estadounidenses usaban la Internet (267 millones de personas). Una cuarta parte de la población mundial está en línea. El 41 por ciento de todos los estadounidenses mantienen activamente una página de perfil en Facebook, que genera mil millones de contenidos cada día. El uso de Twitter en EE.UU. ha explotado desde un 5 por ciento en 2008 hasta el 87 por ciento en 2010, y ahora las cifras son aún mayores. En 2010, más de 17 millones de estadounidenses utilizaron Twitter, y el promedio de «tweets» por día -solamente en Estados Unidos de Norteamérica- fue de 15,5 millones. Obviamente, hay buenos usos de todas estas formas de comunicación; sin embargo, hay muchas consecuencias inquietantes, incluyendo el acoso en línea que ha conducido al suicidio de adolescentes, el robo de identidad, riesgo de la seguridad infantil, adicción a la pornografía y carreras arruinadas. Solicitantes de un empleo no lo tienen debido a relatos de mala conducta en Facebook; trabajadores envían desacertados mensajes de correo electrónico antes de pensar.

Personas han destruido relaciones, al teclear sus pensamientos más íntimos en mensajes de correo electrónico y después presionar el botón «enviar», antes de darse cuenta de lo revelador que era ese mensaje. Debido a la información que está disponible hoy día, la intimidad personal se ha desvanecido.

Tristemente, una persona puede decir cualquier cosa sobre otra, sea cierta o no, y se queda por ahí flotando en el ciberespacio, tan sólo esperando a que alguien tenga acceso a la información. La reputación de personas ha quedado destruida por lo que otros han dicho, y -sin embargo- no había algo de cierto en sus palabras. Se podría decir que se está produciendo una «explosión de palabras», y aún no hemos visto el daño que será causado por eso hasta que las personas aprendan el poder de las palabras y establezcan el compromiso de utilizarlas de manera piadosa.

El lector o lectora habrá oído decir a alguien: “Te vas a comer esas palabras”. Puede sonar a mera frase, pero -¡en realidad!”- muchas personas en algún momento se han comido sus palabras. Lo que se dice no sólo afecta a otras personas, sino que también afecta a la propia persona.

Las palabras son maravillosas, cuando se utilizan de manera adecuada. Pueden edificar, alentar y dar confianza a quien las oye. Una palabra adecuada y pronunciada en el momento correcto puede cambiar una vida… ¡efectivamente!

Es muy grato dar la respuesta adecuada, y más grato aún cuando es oportuna. (Proverbios 15,23).

Podemos -literalmente- aumentar el propio gozo personal diciendo palabras adecuadas. Pero, también hay disgustos internos innecesarios cuando se habla infundadamente sobre los problemas personales o situaciones pasadas que han hecho daño en las relaciones interpersonales.

Las palabras que salen de la boca entran en los propios oídos de la persona que las pronuncia al igual que en los oídos de otras personas, y -después- pasan al alma, donde causan gozo o tristeza, paz o disgusto, dependiendo del tipo de palabras que se haya pronunciado.

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(*) Las ideas expresadas en este espacio, han sido inspiradas en el escrito “Palabras de Aliento” de la Dra. J. Meyer publicado en la Web http://avanzapormas.com/palabras-de-aliento-2010.html