El lenguaje utilizado por el Líder refleja su personalidad

“El que demora en enojarse demuestra
inteligencia, el que no se domina
manifiesta su locura”

Proverbios 14, 29

El lenguaje, un medio de comunicación estrechamente ligado al pensamiento, no existe bajo una forma homogénea, sino en múltiples variedades, desde las distintas modalidades sociales, que se configuran conforme a las experiencias y necesidades de cada grupo y a las particularidades individuales en el uso de la lengua, donde ésta se convierte en un reflejo de la personalidad.

El lenguaje, en su manifestación oral, se adquiere de modo natural en los primeros años de vida. En cambio, el lenguaje escrito requiere un largo aprendizaje para llegar a utilizarlo de manera plena. En este proceso de aprendizaje, se distinguen dos aspectos paralelos y continuados: la lectura y la escritura. La meta última de la lectura es la comprensión de los textos escritos, lo que exige previamente el dominio de la lectura rápida, la lectura expresiva y la lectura silenciosa; luego, vienen la sindéresis y la hermenéutica. La capacidad de expresarse por escrito, requiere también una práctica continuada y sistemática, que no se puede limitar a la corrección ortográfica, sino que abarca también la puntuación, directamente relacionada con la organización del texto.

Acerca del liderazgo se ha escrito mucho y existe mucha literatura de este apasionante tema, basados tanto en las investigaciones empíricas, (producto de la experiencia vivida: del ensayo y del error), así como en la teoría. Dichos estudios abarcan desde la clásica teoría X e Y de Mc Gregor y sistemas de Likert, y se pasean a través de la cuadrícula gerencial de Blake y Mounton, debiéndose mencionar a Peter Drucker, en “El Líder del Futuro”, y a Peter Senge, en su clásica obra “La Quinta Disciplina”, quienes han escrito y planteado temas muy importantes alusivos al arte del liderazgo.

Para reformular el fenómeno del liderazgo, hay que apreciarlo desde sus fundamentos más elementales. Esto quiere decir que el desafío es: reflexionar sobre una “identidad” del liderazgo, tanto que la definición sea lo suficientemente amplia, como para que todo fenómeno particular se vea expresado en estos fundamentos, pero que al mismo tiempo sea lo adecuadamente consistente y reducida como para no incluir otros fenómenos que no son propios del liderazgo.

Así, si se tiene claro que es un proceso de influir sobre otros; se puede ver que esto sólo es posible a través del poder que el lenguaje le confiere a quien lo utiliza, admitiendo al lenguaje como la capacidad de crear y describir el mundo. De otra manera, es el medio por el que una/s persona/s le confiere/n poder a otra/s para emitir declaraciones y juicios, hacer peticiones y realizar ofertas, y fundir todo ello en sus descripciones acerca del mundo.

El líder, entonces, es quien influye en un “sistema humano” y pareciera que no hay mucho que decir sobre este sistema. Sin embargo, no es trivial pensar si los clientes son parte del sistema o están fuera de él; lo mismo se puede preguntar sobre los inversionistas, de si ellos participan -o no- dentro del mismo, o el sistema es lo que trabaja para ellos. Tampoco está claro, de si se puede hablar de la misma forma de sistemas humanos sociales o sistemas humanos con actividad productiva. Está claro que quienes confluyen en el sistema, para conformarlo, ven en él la suerte de satisfacer sus necesidades o expectativas, sus emociones.

Una de las competencias que debe desarrollar todo líder, que pretenda ser exitoso, es la habilidad comunicacional en todos sus formatos, (oral, escrito y corporal), y dentro de este componente el lenguaje utilizado por el líder refleja su verdadera personalidad. Por cuanto otra de las habilidades necesarias e dispensables es la estabilidad emocional; en consecuencia, los líderes deben aprender a utilizar eficientemente su inteligencia emocional, (pensamientos, emociones y conductas), para demostrar una prudencia valerosa y un extraordinario equilibrio emocional. Desde el punto de vista de liderazgo, comunicar: “es llegar a compartir algo de ellos mismos. Es una cualidad racional y emocional que surge de una necesidad de ponerse en contacto con los demás, intercambiando ideas que adquieren significado de acuerdo con las experiencias previas comunes”.

Los líderes -al igual que todas las personas- eligen el lenguaje que utilizan de una manera más o menos espontánea, a partir de sus reservas personales. A este respecto, existe mucha literatura sobre el particular, relacionando los aspectos sensoriales y lingüísticos de las representaciones. Los estudiosos de este tema hacen una comprobación de la riqueza o pobreza lexical –el uso indiscriminado de las palabras obscenas, es una clara evidencia de dicha pobreza– en la expresión de las emociones, sí bien sus criterios de observación obvian parcialmente los valores asociados a las palabras.

Determinadas expresiones se llenan de un valor afectivo notorio: evocan -por sí solas- imágenes fuertes y constituyen lo que en PNL, (Programación Neuro-Lingüística), se denomina “anclaje”. Todas las personas poseen este tipo de palabras: es mejor saberlo para utilizarlas o evitarlas. Una vez más, es difícil saber, sin tratar de explorarlo, cuáles son -para los interlocutores- las palabras que tienen un peso emocional particular. La PNL propone como herramientas los medios clásicos de observación, junto con el metamodelo, (la representación del modelo), y el calibraje. Este último consiste en observar globalmente el estilo de comportamiento de las personas –incluyendo, por supuesto, a las que ocupan posición de lideranza– cuando se expresan, teniendo en cuenta múltiples signos: postura, gestualidad, calidad de la voz, claves de acceso visuales, y microcomportamientos tales como los cambios más sutiles de la expresión del rostro.

Comunicación no sólo es hablar, es escuchar, (más que “oír”), e interiorizar y esto lleva a un paradigma totalmente diferente, porque en lugar de ponerse en posición ACTIVA, se asume aparentemente una disposición de comportamiento PASIVO y, (“aparentemente” porque se necesita mucho más coraje, mucha más valentía, energía y disciplina para escuchar e interiorizar), que para hablar, pues se debe adoptar una actitud activamente receptora, (que superficialmente luce como “pasiva”): como una antena de radiorreceptor: que pareciera sólo estar solamente desplegada, cuando realmente está capturando -¡del mejor modo imaginable!- las señales que están emitiéndose. Entonces, también hay que saber emitir. Y para que se logre el cometido de la función de “comunicación”, (de común-acción), se hace imperioso establecer un sistema bidireccional, (emisión-recepción: las dos mitades de una misma moneda), sin ruidos y de sintonía perfecta. Cuando se actúa de esta manera: ¡somos líderes y estamos creando las bases de la comunicación que es aprender a oír, escuchando e interiorizando!

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