El nuevo modelo petrolero venezolano

Resumen Ejecutivo

Por Eduardo J. Betancourt*

Las naciones, al igual que las empresas, en cierto momento de su historia deben reconocer la necesidad de un cambio de modelo en la gestión de sus recursos, para adaptarse a las nuevas realidades del entorno y sacar el mejor provecho. En el caso venezolano hemos tenido dos modelos de gestión petrolera (y aquí abarcamos todos los hidrocarburos): el de las concesiones y el de la nacionalización. Ambos respondieron a realidades y percepciones de su momento. Las nuevas realidades imponen un nuevo viraje. No se trata de regresar a ninguno de los modelos anteriores, sino de establecer un modelo diferente cuyas bases debemos discutir.

El modelo de concesiones fue cambiado por tres razones fundamentales:

  • La desconfianza surgida contra las grandes empresas petroleras (las «siete hermanas») al acusárseles de constituir un cartel y manipular los precios a su conveniencia
  • La ideologización del negocio petrolero, basada en el nacionalismo, el control de las riquezas por parte del Estado y la demonización de los grandes beneficios obtenidos por las grandes empresas
  • El éxito inicial de la OPEP en lograr acuerdos entre los países productores y el éxito del embargo petrolero de los árabes, que hizo subir repentinamente el precio del petróleo, lo cual produjo la sensación de que los países podían tomar el control de la industria.

La Nación no tenía preparada una estrategia a seguir cuando anuncio la política de “no más concesiones” en 1958. Las concesionarias si la tenían y era la de sacar el máximo provecho a las concesiones con la mínima inversión y gastos. Para fines de los 60 el Estado comprendió que no podía esperar hasta el vencimiento de las concesiones para tomar el control de la industria.

El modelo de la nacionalización fue exitoso en su momento, aunque propició la estatización de las actividades petroleras medulares. Entre las ganancias más importantes están: el desarrollo de una gran capacidad gerencial en el manejo de la industria, que incluía un conocimiento profundo del mercado internacional, lo que unido a la capacidad técnica adquirida antes de la nacionalización, permitió el desarrollo de una personalidad propia en el contexto nacional e internacional y una visión del país basada en sus ventajas (como en su oportunidad lo destacó Espinasa), el establecimiento de sistemas de formación y desarrollo del capital humano, la formación de una cultura organizacional sólida y un desarrollo tecnológico adaptado a la industria.

El éxito del modelo de la nacionalización, en el período democrático, se fundamentó en:

  • Una clara separación de roles entre el Ministerio, la Casa Matriz y las operadoras,
  • La meritocracia como sistema de selección de personal para los cargos
  • Un sistema de recursos humanos competitivo con el sector privado
  • Mecanismos de contrapeso («check and balance»)
  • El “blindaje” contra la influencia político partidista y
  • El manejo de la Casa Matriz y las operadoras como entes de derecho privado primordialmente, para tener flexibilidad y agilidad

El modelo de la nacionalización estuvo basado en cuatro creencias fundamentales: que la manera de controlar la industria era operándola, que los hidrocarburos tendrían una vida ilimitada como fuente de energía hasta que se agotaran, que la industria sería capaz de desarrollarse con sus propios recursos y que por ser una industria estratégica debería estar totalmente en manos del Estado. Todas estas creencias requieren ser revisadas.

Las nuevas realidades obligan a cambiar el modelo petrolero. El calentamiento global, el «fracking», el desarrollo de energías alternativas más limpias y el incremento de eficiencia en el uso de energía, producto de la revolución tecnológica, le deja a los hidrocarburos una ventana de oportunidad puede estar entre 30 y 60 años, según el escenario que se tome. Para aprovecharla al máximo se necesita la participación masiva de inversiones y empresas privadas, nacionales y extranjeras, y para eso hay que crear las condiciones necesarias para atraerlas.

El nuevo modelo petrolero deberá contar con tres elementos fundamentales:

  • La modificación del marco legal para crear seguridad jurídica y agilidad procedimental, permitir la participación privada (nacional y extranjera) en las actividades primarias de la industria y crear los incentivos necesarios para hacerla competitiva y así para atraer nuevas inversiones y a empresas con capacidad tecnológica y humana, que nos permita aprovechar la ventana de oportunidades que aún le queda a los hidrocarburos.
  • Respetar la Constitución vigente, para evitar una discusión interminable.
  • Lograr el compromiso del sector político y la sociedad civil en que, por una parte hay que respetar y apoyar a la industria petrolera para poder desarrollarla al máximo de su potencialidad en la ventana de oportunidad que aún queda para los hidrocarburos, y por la otra, hay que abandonar la dependencia del petróleo y desarrollar una economía basada en el aprovechamiento de todas las otras ventajas comparativas y competitivas del país.

Un nuevo modelo petrolero debe diferenciarse del actual en varios elementos: la administración debe perseguir sacar el máximo provecho de los yacimientos, para lo cual es preferible tomar una parte sustancial de una «torta» muy grande que la totalidad de una torta muy pequeña; la administración debe pasar de PDVSA a una Agencia no operadora, que inspire respeto interno y confianza externa; los términos de contratación deben ser definidos con base en un plan estratégico que contemple las necesidades internas y las posibilidades de exportación externa, para determinar los objetivos perseguidos en el tiempo y las empresas con las que preferiblemente debería asociarse el Estado; los contratos entre el Estado y las empresas privadas deben ser elaborados de una manera tal que traigan beneficios equitativos para ambas partes durante su duración y que sea del interés de los contratantes su fiel cumplimiento; la empresa estatal de hidrocarburos debería operar en igualdad de condiciones que el resto de las empresas, para lo cual debe ser reestructurada de una manera ágil y eficiente, y preferiblemente abierta a la participación privada; se debe abandonar la concepción rentista.

No obstante, el nuevo modelo debería conservar las cosas que hicieron exitoso en su momento al modelo de la nacionalización, entre ellas: debe respetar la Constitución vigente; debe tener una clara definición de los objetivos finales de la administración de hidrocarburos; debe establecer una clara separación de roles entre el Ministerio, la Agencia Venezolana de Hidrocarburos y la empresa estatal operadora; debe obedecer a un modelo de organización que permita por una parte lograr una AVH que inspire confianza en el sector externo y respeto en la estructura interna del Estado, y por la otra, tener una empresa operadora redimensionada para sus posibilidades reales, que sea eficiente y competitiva.

En resumen

La situación de la industria petrolera venezolana es sumamente delicada y requiere de la colaboración y entendimiento tanto del sector petrolero como del sector político y la sociedad civil, para lograr una solución satisfactoria que permita reactivar a la industria y aprovechar la ventana de oportunidad que todavía existe para los hidrocarburos. Para eso es necesario cambiar el modelo de la nacionalización por un nuevo modelo diferente al actual y al anterior del régimen concesionario. La Agencia Venezolana de Hidrocarburos jugará un papel primordial en ese cambio de modelo y deberá ser diseñada cuidadosamente, ya que del éxito de la Agencia, dependerá el éxito de la industria. Es necesario abrir el diálogo entre la comunidad petrolera y los sectores decisorios del país, especialmente el sector político y la sociedad civil. La creación de un marco legal apropiado y de un entendimiento nacional para proteger la industria, por encima de los intereses especiales y de las ambiciones políticas es fundamental.

* Eduardo J. Betancourt es Ingeniero Mecánico (UCV) y Abogado (UCV), con Maestría en Ingeniería de Petróleos (LUZ) y Especializaciones en Derecho Internacional Económico y de la Integración (UCV), y en Desarrollo Organizacional (UCAB). Trabajó en la Industria Petrolera durante 35 años, en las Compañía Shell de Venezuela y PDVSA, donde formó parte de su nómina ejecutiva. Ha sido profesor de postgrado en las áreas de Planificación Estratégica, Reestructuración y Optimización Operacional y Gestión Estratégica de Capital Humano, en la Universidad Central de Venezuela, Universidad Católica Andrés Bello y Universidad Simón Bolívar. Desde el año 2000, fecha de su retiro de PDVSA, se desempeña como consultor empresarial y profesor universitario. Es autor de varios libros, el último de ellos: “Estrategia, la piedra angular del éxito” (Amazon).

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