El turismo ¿una alternativa para el desarrollo rural?

En las últimas décadas, se ha puesto de manifiesto la dificultad que tiene el sector agrícola, como motor suficiente para el desarrollo rural. Es por ello, que se plantean nuevos enfoques y modelos de desarrollo en las áreas rurales. Dentro de este enfoque existen experiencias en áreas rurales (Gilbert, D. 1989; De Sauza, A. 1997; Pérez, M. 2003; García, B. 2003; Mediano, L. 2004), que ponen de manifiesto la importancia de variables como la integración cultural de la comunidad, una conciencia colectiva que permite crear y reproducir los recursos humanos y las actitudes y valores para movilizar los recursos. Todo esto nos lleva al término sostenible, el cual implica permanencia, acción integrada en el entorno, aprovechamiento óptimo de los recursos, integración de la población local, preservación y mejora, todo aquello que permita un proceso sostenible y por tanto duradero (Pérez, M., 2003).

El concepto de turismo rural está íntimamente relacionado al concepto de desarrollo sostenible, ya que esta actividad implica el respeto al patrimonio natural y cultural del entorno en que se desarrolla. Esta nueva forma de hacer turismo son modalidades alternativas al modelo tradicional basado en la explotación del medio natural. La demanda turística en el espacio rural ha aumentado considerablemente en los últimos años, debido principalmente a dos fenómenos paralelos, y el uno como consecuencia del otro: el regreso al espacio rural por parte de la demanda turística urbana, y la visión más natural de la vida en el medio rural. La aparición de estas nuevas formas, ha estado favorecida por toda una serie de circunstancias, entre las que merecen la pena ser destacadas las siguientes (Gilbert, D. 1989; De Sauza, A. 1997; Ivars, J. 2000; Pérez, M. 2003; García, B. 2003; Mediano, L. 2004):

– La coincidencia con la toma de conciencia acerca de los graves problemas medioambientales por los que atraviesa el planeta.
– La crisis energética y económica.
– La repercusión de las dos anteriores en la configuración de la oferta turística.
– El aumento del nivel de vida y por tanto de los niveles, no sólo de renta, sino también, culturales de los ciudadanos.

Pareciera que estuviésemos asistiendo al nacimiento de una nueva conciencia ambiental en los consumidores turísticos, que responden a diferentes cambios cualitativos que se vienen produciendo en distintos segmentos de la demanda en los últimos años, en cuanto a expectativas y motivaciones y que forman parte de un proceso de difusión de un nuevo modelo cultural.

Por otra parte, es evidente que la actividad turística implica un riesgo; no sólo porque normalmente se demandan espacios de notable calidad natural, paisajística y/o cultural, sino también, y sobre todo, porque el desarrollo turístico de una zona, implica la activación de numerosos factores de riesgo, tanto en el ciclo del transporte como en el ciclo de la estancia (ocupación de suelo, aparición de infraestructuras, emisiones y vertidos, etc.). Pero ese riesgo se puede reducir al mínimo, teniendo en cuenta el tipo de turismo, la fragilidad específica del destino turístico y desarrollando proyectos respetuosos con el medio, de forma tal que se conjuguen contemplación, uso y disfrute y el turismo se convierta en motor de desarrollo para la comunidad local.

Conseguir esto, se enmarca en la respuesta al reto de mejorar la calidad de vida, utilizando los recursos propios sin destruirlos ni deteriorarlos, a partir del desarrollo turístico. Ya no se trata de perfeccionar los conceptos y la teoría del turismo sostenible en los destinos, sino de aportar ideas para realizaciones concretas, que puedan ser utilizadas en la definición de una estrategia propia de desarrollo local. A la hora de planificar cualquier actuación en el medio rural, hay que partir de la necesidad de encontrar un punto de equilibrio, entre lo que el turista demanda y las condiciones que posee una determinada zona, para ser capaz de soportar dicha demanda. Se trata de cuantificar la rentabilidad social de los proyectos turísticos en el medio rural (Casanueva, García del Junco y Caro, 2000).

Todo nuevo proyecto turístico en el medio rural, va a tener siempre su incidencia en la zona en que se desarrolle, y entre sus objetivos está el centrarse en la calidad, más que en la cantidad. No se puede concebir un turismo rural que se desarrolle en un entorno degradado. El turista rural exige y da por supuesto, que las vacaciones que contrata, van a desenvolverse con la calidad ecológica que demanda. Estos turistas deben estar conscientes de su influencia en el entorno y de las actividades que pueden realizar, por ser inofensivas para el medio, así como de aquellas que no deben llevar a cabo, porque perturbarían de forma notable, la calidad de los recursos naturales para su disfrute futuro. Por ello, antes de emprender cualquier proyecto turístico, es necesaria su evaluación. Esta debe efectuarse teniendo en cuenta los resultados económicos y medioambientales, así como culturales y sociales.

Es allí, donde comienza la verdadera labor del empresario rural, diseñando y comercializando una oferta, no sólo adecuada para los turistas seleccionados y para el logro de sus propios objetivos, sino también, acorde con las limitaciones y parámetros previamente establecidos. Casillas, Moreno y Oviedo (1995), coinciden también en la necesaria planificación de este tipo de turismo que, básicamente, se concretaría en dos grandes líneas de actuación: la creación de las infraestructuras, necesarias para la minimización de los impactos físicos negativos del turismo, así como la potenciación de los impactos positivos. Por otro lado, la transmisión de valores a las partes, directa o indirectamente, implicadas en este desarrollo turístico; es decir, la educación de dichas partes en su actuación sobre el entorno.

Para ello, a decir de Espallardo, O. (2000), se deben adoptar medidas que ayuden a mantener las raíces y señas de identidad territorial de la población autóctona. Entre esas medidas deberían estar, al menos, las siguientes:
– Evitar el abandono de terrenos de cultivo.
– Preservar el pueblo, manteniendo los hábitos y costumbres locales.
– Integrar la actividad turística.
– Fomentar las instituciones y manifestaciones culturales. 

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