En defensa del fuero universitario

Existe la comprensión generalizada que el desarrollo social, tecnológico y económico que  están teniendo los países emergentes, está fundamentado en el desarrollo de la sociedad del conocimiento; es decir, en el conocimiento científico y tecnológico que genera su desempeño.

Si esa es la realidad que actualmente vive Latinoamérica, ¿cómo se puede ser tan miope, tan poco visionario, para no entender que acabar con la infraestructura académica y científica de nuestras universidades, es uno de los peores daños que se le puede hacer a nuestra sociedad venezolana?

Acabar con esa infraestructura, es cuando se le obliga a sus integrantes a abandonar la docencia, la investigación y la extensión, por la falta de un presupuesto adecuado para el cabal funcionamiento  de las universidades.  

El sueldo de un profesor universitario en Venezuela es deprimente, da vergüenza, es mucho menor que el que devenga cualquiera de sus alumnos de postgrado, de cualquier empleado medio, de cualquier vendedor y hasta de muchos obreros, taxistas y trabajadores de la economía informal. Y si se compara con los ingresos que devengan los militares, parlamentarios, gerentes públicos y privados ni se diga; y si la comparación se realiza con los de sus similares en otros países, la diferencia es del cielo a la tierra.  

De que le vale a un profesor  universitario, dedicarse durante tantos años y pasar por los escollos que el mérito académico exige, para luego no recibir una compensación honrosa y justa. No corregir de inmediato  esta disfuncionalidad, esta anomalía por la que atraviesan los docentes de nuestras universidades, es atentar contra la calidad del sistema educativo universitario venezolano, ya que continuará estimulándose el éxodo de nuestros profesores universitarios a otros empleos y a otras latitudes,  donde se les brinde la oportunidad de nivelar su salario real y de tener una calidad de vida junto con su familia, acorde con su profesionalismo.

Y que conste, la problemática planteada por el sector universitario progresista no es una mera cuestión de mejores salarios, es que a las universidades no se les suministran los recursos adecuados para realizar la totalidad de sus labores y se les obstaculiza hacerse más competitivas nacional e internacionalmente. De lo que se trata, es de lograr los recursos que permitan rescatar y mejorar el prestigio en términos de la calidad de la educación suministrada y de sus actividades de investigación y extensión.

Es difícil comprender, que con los recursos que se han manejado en esta última década, una de las instituciones de mayor prestigio y reconocimiento como la Universidad haya sido sometida a excesivas restricciones presupuestarias con el propósito de disminuirla en sus alcances, mientras que el país entero conoce la forma como han sido dilapidados los recursos provenientes del petróleo.

Es cierto que el país está dividido en dos formas de pensar políticamente; pero de lo que se trata es de respetarse, discutir y tratar de coincidir en lo que más le conviene al país. No le conviene al país, acabar con la infraestructura universitaria autónoma y democrática que por generaciones  ha prevalecido en Venezuela y; no se puede pretender, que por el hecho de no aceptar la imposición de ideales socialistas, revolucionarios y anticapitalistas, la eliminen sin discusión con los principales dolientes.

No es ningún contrasentido, que se delibere en hacer más eficiente y efectivo el gasto e inversión universitaria; todo lo que sea factible de mejorar, que se haga. Pero, pretender pagarle al personal universitario sueldos paupérrimos y poner a depender  los beneficios sociales del personal universitario de instituciones gubernamentales que se sabe que no funcionan, no se puede aceptar, y mucho menos si esto ha sido decidido unilateralmente.

Y lo más importante, lo más sagrado a defender, que es la autonomía, la democracia, la libertad de pensamiento que prevalece en el seno universitario. Si en alguna institución siempre ha tenido vigencia la discrepancia ideológica,  es en la universidad autónoma, allí las cosas se dicen sin el temor al acoso, al abuso de los directivos. Los docentes, estudiantes, empleados y obreros saben que cuentan con una verdadera participación y levantan su voz y su protesta cuando perciben que se atenta contra sus derechos.

Por todas estas razones, la sociedad venezolana en general debe entender que, después que se haya destruido la capacidad académica –científica – cultural y profesional del país, nos costará generaciones reponerlas. Por tanto, es la sociedad misma la que debe rechazar, oponerse a ese tratamiento discriminatorio con nuestra institución universitaria autónoma y; exigir, el reconocimiento de nuestras universidades  por el bien de la futura formación de la calidad universitaria de nuestros hijos y por el desarrollo y bienestar del país.

De poco le servirá al país graduar profesionales de baja calidad en su formación; por el contrario, se requiere de profesionales excelentes, capaces de aprender del conocimiento científico y generar y adaptar tecnologías novedosas que nos permitan transitar exitosamente el futuro del país.

Causa sorpresa en oportunidades, percibir que la sociedad sea pasiva y no acompañe esta lucha por la democracia venezolana que llevan a cabo los universitarios. Y que existan grupos que se hacen llamar universitarios revolucionarios que atenten contra la vida de estudiantes, profesores y autoridades que si entienden el significado de la autonomía universitaria.

La pasividad de la sociedad civil, empresarial y en general, también le hace mucho daño al sector en conflicto, corriéndose  el riesgo que nuestros gremios profesorales, estudiantiles, empleados y obreros se desilusionen  al percibir  poco respaldo  a las actividades efectuadas en la lucha por la autonomía universitaria.

Cabría preguntarse ¿qué familia venezolana no está  relacionada con la Universidad y/o es doliente de la misma? Entonces la debemos defender y acompañar a FAPUV hasta el final, seamos solidarios, en la unión esta la fuerza.

De manera que la invitación es a estar alerta en la defensa de nuestro más importante recurso, el humano y especialmente el que constituye nuestra infraestructura académica,  científica y cultural.