Ética personal y Mirada interior

“Nuestro compromiso no es convertirnos
unos en los otros; es reconocernos unos
a los otros; aprender a ver al otro
y a honrarlo por quien es”
H. Hesse

Es bueno admitir que en este mundo globalizado, desde cierto tiempo, términos como: ética, valores y moral se han transfigurado en palabras sin sentido, en palabras huecas.

Lo mismo ha venido sucediendo con los vocablos: honor, lealtad, servicio, dignidad, sabiduría, comprensión, bondad y amor; para no nombrar valores empresariales como: seriedad, puntualidad, búsqueda de la excelencia y la satisfacción por las tareas llevadas a cabo y por las ganancias, fruto de un esfuerzo honesto y digno.

En cambio, términos como dinero, poder, arrogancia, amoralidad, corrupción, impunidad, aprovechamiento, facilismo e imagen, han tenido una creciente y avasalladora importancia. Lamentablemente, estos estilos actitudinales son los que han venido prevaleciendo en esta República Bolivariana de Venezuela, y los máximos líderes de la gestión pública –con su habitual comportamiento– han abonado grandemente la reafirmación de esta conducta en el soberano, por cuanto, “sin querer queriendo”, han venido estimulando los factores psicológicos y psicosociales que apoyan este mal proceder. En lugar de incitar a este estilo actitudinal, deberían buscar herramientas y técnicas para que sus seguidores y el pueblo en general, empiecen a recuperar los valores en los ámbitos: individual, organizacional y ciudadano.

Para que estas ideas de cambio se pongan en marcha, se hace necesario una permanente y rigurosa toma de conciencia y un honesto cuestionamiento de si mismo por parte de los altos personeros de este régimen y de sus seguidores, lo que constituye el primer escalón para comprender y modificar el presente estado de cosas.

Tradicionalmente, los sociólogos han analizado los valores, considerando los componentes culturales de la desorganización de los escenarios sociales, reforzando dichos estudios en la perspicacia de la manera, còmo los elementos emocionales e instintivos, desde dentro de cada persona, contribuyen a determinar la crisis de la cultura y, por consiguiente, ¡la crisis de los valores!

Los resultados de estos estudios incluye, la comprensión sobre el origen psicoafectivo de la crisis de la sociedad y en la persona: comprobando que ciertos errores y fallas en la crianza y en la educación, dan lugar a alteraciones emocionales y caracterológicas –tal vez en las altas esferas del régimen se pueden identificar muchos de estos estilos actitudinales–, los adultos con rasgos –así sean leves– de estas alteraciones, –casi siempre sin conciencia de ello– tienen afectada, en mayor o menor grado, la autoestima y desarrollan tendencias hacia la desvalorización de los otros, la división interior, la hinchazón narcisista del ego y finalmente: ¡LA TRANSGRESIÓN ÉTICA!

Las personas que tienen este estilo actitudinal negativo anti-valores, y quieren cambiarlo por uno positivo, deben dar el primer paso dentro de sí mismas, por cuanto para iniciar el análisis de los valores se requiere de la mirada interior.

Así, pues, la tarea inicial para alcanzar un ajustado juicio de la causa de la crisis de los valores, la amoralidad y la corrupción, será echar una mirada cuestionadora dentro de sí mismos. Formulándose entre otras las siguientes interpelaciones: ¿Cómo está mi propia ética? ¿Cuáles valores apoyo y defiendo? ¿Cuáles diferencias existen entre los valores que suscribo en público y los que suscribo en privado? ¿Cómo explico –para mi mismo– esas diferencias? ¿Hasta qué punto descifro, si mis conductas están motivadas por mi interés personal o por mi respeto a una escala de valores? ¿Suele corresponder mi comportamiento cotidiano a los valores que apoyo? ¿En cuáles casos si y en cuáles no?

Estos juicios son los instrumentos idóneos, para dar inicio en las personas que tienen en estilo conductual anti-valores a la razón de sí, al desarrollo de la toma de conciencia, el cuestionamiento propio y de la escala de valores individual, descubriendo cómo usar la mirada interior con eficacia, pero sin angustia ni culpabilidad. Es decir, conviene adoptar lo que se denomina “la personalidad de la impersonalidad”, un modelo en el cual no dominan las suposiciones o creencias individuales, que lleva a conducirse de una manera absolutamente neutra, justa, maravillosa, donde no reina lo que ampara o escuda y absurdamente ancla en el estado actual, sino donde capitanea lo debido, lo adecuado, lo verdaderamente conveniente debido a lo que entraña y lo que deriva de ello: el mejor desarrollo personal, que conduce al grupal, al social y esto debe empezar por la toma de conciencia, debe luchar contra el principio -más o menos vigente- en esta cultura- de que “de eso no se habla”, ni siquiera con uno/a mismo/a.

Por esta última idea, Venezuela está como está. Los líderes de la gestión pública deben buscar -a como dé lugar- el desarrollo de las tendencias potenciales hacia el bien, hacia una cultura con muchos fundamentos éticos, principios y valores, tendente a la eliminación total de la cultura de desvalorización que se pretende imponer.

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