Hacia la segunda independencia

Luis Pedro España N.Para que la segunda independencia del país sea una realidad, no necesitaremos sólo del diseño de un proyecto que se centre en aquellas cosas que deben hacerse, sino también en que dicho proyecto cuente con el consenso mayoritario y no excluyente del país.

La dificultad para la construcción del consenso no se encuentra del lado técnico, o en el contenido de las políticas públicas, sino más bien del lado de los acuerdos necesarios para viabilizar y mantener en el tiempo las políticas.

Si nos fijamos en los errores de los planes y programas del pasado, veremos que lo que ha impedido la independencia económica y social es la falta de consenso.

Cuando a finales de los años setenta comenzaron nuestros problemas económicos, el sistema político lució incapaz de dar respuestas evolutivas favorables. Así, lo que no nos permitió cambiar de modelo de crecimiento, ni permitió que las políticas públicas de Venezuela evolucionaran fue, que frente a cada disidencia que advirtiera sobre el problema de inviabilidad en el que se encontraba el país, esas voces no fueron escuchadas porque no provenían de los centros, exclusivos, impermeables y privilegiados de decisión política y económica.

La disidencia fue algo que no fue tolerado en la sociedad venezolana y su democracia. El pánico al debate fue lo que hizo que la oposición de entonces (hoy en el poder) se lanzara a la oposición desleal, cuando no directamente a la conspiración contra la privilegiada posición de poder detentada por parte de los jerarcas de los partidos políticos y los centros de poder.

Esto fue lo que acompañó y causó la inacción política de la crisis de los ochenta y noventa, y que se expresó en la ausencia de iniciativas para atajar la crisis durante los terribles años ochenta.

Pero, igual como el sectarismo político impidió la evolución de nuestro modelo de crecimiento, la dictadura de los sabios que se instaló a comienzos de los noventa tampoco fue suficiente para lograr con éxito la adaptación de nuestro modelo de desarrollo. Por el contrario, desató los demonios de la conspiración, los golpes militares y las aventuras radicales del presente.

Hoy asistimos a una situación similar. La actual administración luce huérfana de ideas para hacerle frente a un país estancado y que depende de una sola variable para sobrevivir. El alto precio petrolero, que ya resulta bajo para la voracidad de un Estado excluyente y enemigo de todos, es el único argumento que se tiene para el futuro.

No importa qué tanto pueda advertir el resto del país no gubernamental sobre la inviabilidad del presente. Los sabios de la revolución los desoirán por considerarlos más enemigos, apátridas o conspiradores de lo que fueron calificados ¬de esa misma manera¬ en el pasado quienes hoy gobiernan.

La lección es ampliamente conocida. La inviabilidad, tarde o temprano, termina precipitando cambios políticos. La diferencia fundamental e histórica es que en esta oportunidad no podemos permitirnos los sectarismos del pasado. Nuestro tiempo como nación viable se agota, eso deberá ser suficiente como para escuchar a todos cuando la soberbia deje de estar en el poder.

Fuente: EL NACIONAL – Jueves 19 de Abril de 2012 Opinión/7