Homosexualismo en el trabajo

No se debe olvidar, como lo manifiesta ‘placeresocul.blogspot.com’, que la sexualidad es un elemento básico de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la personalidad y de su proceso educativo.

La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no sólo en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual, en todas sus manifestaciones. Esta diversidad responde cumplidamente al diseño de Dios en la vocación enderezada a cada uno.

La genitalidad, orientada a la procreación, es la expresión máxima, en el plano físico, de la comunión de amor de los cónyuges. Arrancada de este contexto de don recíproco la genitalidad pierde su significado, cede al egoísmo individual y pasa a ser un desorden moral.

La sexualidad orientada, elevada e integrada por el amor adquiere verdadera calidad humana. En el cuadro del desarrollo biológico y psíquico sólo se realiza en sentido pleno con la conquista de la madurez afectiva que se manifiesta en el amor desinteresado y en la total donación de sí.

Lo cierto, que la sexualidad presenta diversas manifestaciones, algunas aceptadas, otras muy censuradas como el homosexualismo, la lesbianismo.

De darse en la empresa el homosexualismo, ha conllevado a que se llegue a crear una ley con respecto a ello, desde luego también se han dado protestas de los movimientos gay y de lesbianismo, porque cuando se les descubre y se les despide, se considera que son discriminados y se atenta seriamente contra sus derechos humanos.

Considérese, que en 31 de los 52 estados de EE.UU. es legal despedir a alguien por su preferencia sexual. El Partido Demócrata quiere acabar con esta discriminación. El primer paso se dio, cuando el Congreso aprobó una ley de derechos civiles por 235 votos contra 184. La Ley de No Discriminación en el Trabajo garantiza que no se podrá despedir a gays, lesbianas o bisexuales por el mero hecho de serlo.

El único gay reconocido en el Congreso, Barney Frank, se opuso a que esta ley se refiriera expresamente a opciones sexuales «porque podría llevar a recelos y a un rechazo». La mayoría de organizaciones gays y 25 demócratas liberales se han opuesto a la ley por motivos similares.

«Es duro tener que votar contra esta ley», dijo el representante demócrata Jerrol Nadler. «Nunca he votado contra una ley de derechos civiles en mi vida. Y no quiero hacerlo, pero esta ley se basa en una táctica equivocada», dijo. La asociación ‘National Gay and Lesbian Task Force’ afirmó que «esta ley no cuenta con el apoyo mayoritario de la comunidad gay».

Los transexuales han sido dejados de lado en la ley. Al principio se incluía una mención a ellos, pero los demócratas moderados decidieron excluirlos para arañar así algunos votos republicanos. En 39 estados, los transexuales pueden ser despedidos por el mero hecho de serlo. La representante demócrata Tammy Baldwin, abiertamente lesbiana, pidió que se incluyera une enmienda de último momento para incluirlos. «Las personas transexuales merecen que las escuchen, saber que no se les olvida. Aún hay mucho trabajo por hacer».

En un instituto del área de Chicago, cada año se celebra “el día del silencio”, patrocinado por la alianza hetero/gay, durante el cual no está permitido que los estudiantes hablen, como metáfora del silencio al que deben enfrentarse los estudiantes homosexuales en el día a día.

Durante ese día y los anteriores, los estudiantes suelen escribir mensajes en sus camisetas y chapas, como forma de mostrar apoyo a los gays y lesbianas.
El “día del silencio” de hace dos años, una estudiante, Heidi Zamecnik, decidió ponerse una camiseta elaborada por ella misma en la que se leía algo así como “Sé feliz, no gay”.

Justamente sobre este tema aporta Laurentino Vélez-Pelligrini, que el mundo industrial, nido de la formación de la identidad y de la conciencia obrera, pero también ámbito en el que las clases populares, en especial, el cabeza de familia, realzaban su resistencia física, su hombría y virilidad sigue circunscrito, a pesar de los cambios sociales y culturales, por toda una serie de pautas, de valores, de símbolos y de ritos vinculados a la identidad masculina. Rascarse los genitales, eructar o expulsar gases en público, hacer gala de voluminosos atributos sexuales debajo del mono de trabajo o del uniforme, recurrir a un vocabulario obsceno, defecarse en el Todopoderoso, poner en duda la honorabilidad de la madre del prójimo, recurrir a la pelea física como el instrumento por excelencia de reglaje y solución de cualquier litigio, mantener propósitos misóginos y machistas o convertir el último partido de football en tema central y favorito de conservación durante los descansos son muchos de los elementos que siguen primando en eso que engloba el llamado «trabajo de hombres» . El sentido del valor y del riesgo, (ilustrado por las escalofriantes cifras de siniestralidad laboral), acaban de redondear un mundo que contrasta con el glamoroso universo gay transmitido por los medios de comunicación, que sin embargo forma parte de la vida cotidiana de muchos homosexuales.

Un factor a tener en cuenta es, que los actos de discriminación homófoba en estos escalafones de la actividad productiva sólo llegan a ser neutralizados por el actor social a partir del instante en que éste ha conseguido acomodar su comportamiento a roles tradicionalmente vinculados con la masculinidad. Los gays adscritos profesionalmente al sector industrial suelen tener una vida privada y social en la que la propia homosexualidad ha sido plenamente asumida. Sin embargo, no deja de ser cierto que se definen a menudo por un deliberado y hostil distanciamiento respecto a lo que se acostumbra a denominar la «Cultura Gay”, en especial en lo que hace referencia a sus aspectos más folklóricos. La consecuencia es que esta clase de sujetos compatibilicen frecuentemente una homosexualidad práctica con una heterosexualidad actitudinal en sus representaciones más arcaicas.

Esta «virilización» simbólica suele derivar en una rápida y espontánea integración en un universo laboral masculino en principio hostil que criba a los nuevos llegados según demuestren éstos su capacidad de adaptación a sus reglas y normas. En algunos otros casos estos gays simbólicamente «virilizados» optan a menudo por estrategias de ocultación poniendo a prueba la propia masculinidad ante la mirada del entorno: abrir una zanja en un abrir y cerrar de ojos o alzar sobre un paleta una caja de cuarenta kilos sin apenas inmutarse ayudan en despejar sospechas sobre las verdaderas orientaciones sexuales.

Inventarse una novia, una vida familiar «tradicional», una infidelidad o un divorcio son por norma elementos de autoprotección añadidos. Las cenas de fin de semana con los «compañeros», dominados por los ritos del alcohol y la prueba del prostíbulo son elementos que otorgan carta de legitimidad a la virilidad del sujeto.

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