La Ceremonia del Té

“El Zen dice que tanto lo ordinario como lo extraordinario,
tanto la Tierra como el Cielo, son una realidad,
pero que no son dos cosas diferentes.
Reconcílialos y entonces el té se transforma
en oración y lo más profano se
transforma en lo más sagrado. …
El té es símbolo de ello”.

Osho

“Si tienes frío, el té te calentará, si tienes calor,
el té te refrescará.
Si estás deprimido, te animará.
Si estás excitado, te calmará”.

W. Gladstone, Primer Ministro de la Reina Victoria

… Ta-kemo, el anciano maestro de luenga barba blanca termina el último detalle de la preparación para la ceremonia del té, o Chasitsu. Los invitados con paciencia oriental aguardan en el jardín, (Rogi), en la sala de espera llamada Machiai. Sonrisas van y vienen, los integrantes se saludan con una profunda y respetuosa reverencia. En silencio admiran los bellísimos símbolos alusivos al acto, cada uno una obra de arte, ya sea un par de pergaminos antiguos con exquisitos dibujos o algunos objetos de porcelana, que de finos llegan a ser transparentes, pero también hay rollos de caligrafía y una profusión de espectaculares arreglos florales al lado de pinturas de Buda.

El Rogi se divide en dos: el Rogi exterior y el Rogi interior, que ya formaría parte del Chasitsu. Lentamente se entreabre la puerta que separa los dos jardines y los invitados, agachándose, entran por ese angosto acceso. Angosto y pequeño tiene que ser la entrada para predisponer a la humildad, dejando ya entrever la correcta actitud frente a la ceremonia por empezar. Calladamente entran en el Chasitsu. A cada paso que den, el mundo bullicioso, cotidiano, más y más se desvanece de la mente.

Se respira paz. La pieza sólo tiene ventanas pequeñas que apenas permiten la vista al exterior, es así como se crea la atmósfera interior necesaria. Su carácter es de naturaleza efímera y tiene su origen en el templo Zen. De tamaño reducido, su construcción es asimétrica, pues lo simétrico limita, “encasilla”. Los materiales son naturales: bambú, junco, madera, barro, paja. Este recinto se conoce bajo distintos nombres: “choza de la creatividad”, “choza de vacuidad”, “otro mundo”, “casa de lo asimétrico”.

Como es natural, antes de entrar, los guerreros, (samurai), deben dejar sus armas, pues en el salón de té no hay rangos, ni enemigos, sólo hermanos. Entran además descalzos para no llevar las impurezas del mundo a la choza sagrada.
Ahora el maestro enciende la cocina a leña, se añaden unos exquisitos palitos de incienso, y se coloca dentro la tetera con agua muy pura. Al hervir se prestará el oído al suave murmullo “in crescendo” que transportará la imaginación al ruido de las olas, el viento entre los árboles milenarios, el murmullo de los riachuelos cristalinos… Por mientras, se sirve una frugal comida con sake. Cada uno de los utensilios y recipientes de la ceremonia, son obras de arte de incalculable valor. Una curiosidad: algunos recipientes de té suelen resultar muy extraños para el gusto occidental, pues se trata de tazas, tazones, cuencas y platillos rústicos, gruesos, toscos, “deformados”. Aquí se trata del estilo “teísta” de concebir lo bello, donde entran en juego los elementos Wabi, (pobreza, simplicidad, lo no-ornamental, lo sincero), y Sabi, (soledad, desnudez, vacío). La misma manera “teísta” y minimalista se observa en la cabaña, en algunas de las pinturas y poemas. El sorprendente resultado son obras asimétricas e irrepetibles.

Los románticos y poéticos hijos del Sol Naciente llaman además el cuenco de té “nubes de lluvia”, “monte Fuji”, “Luna dorada”, y así…

Es importante saber que aquí no se trata de cualquier té. No. El maestro mezcla el agua caliente con un finísimo té en polvo color verde encendido, lo disuelve revolviendo con una especie de escobilla e, inclinándose lo ofrece a sus invitados. Estos cogen el grueso tazón poniendo la mano izquierda debajo y girándolo lentamente con la derecha contemplando con admiración uno a uno el recipiente del cual todos beben.

Dicho sea de paso, que el té obtenido nada tiene que ver con nuestras transparentes infusiones; en realidad es más parecido a un brebaje de espeso chocolate. Ellos lo llaman “baba de dragón”, o “espuma de jade líquida”. Hay otro cambio, pues ahora el maestro abre la pequeña claraboya en el techo. El entorno es mágico y el ambiente lentamente cambiará de Yin a Yang, de sombra a luz. También la percepción y significado del tiempo cobran una interpretación distinta. Las preocupaciones cotidianas quedan atrás, ya no hay temores, enojos, ni envidias.

A continuación, se servirán unos dulces y luego, en otro cuenco, un té “flojo”, diluido. Acto seguido, los invitados dan las gracias por todo, pero será el maestro quien salga primero por una puerta interior. Luego, parten los invitados al jardín y se despiden con profundas reverencias. Cuando el maestro de ceremonias sabe que ya están en el jardín, sale nuevamente y desde la pequeña puerta del chasitsu se despide a su vez.

… La ceremonia del té ha terminado… Dentro de uno ya no se podrá romper la armonía porque ahora la persona ES la armonía…

La leyenda…

El té es la segunda bebida más consumida en el mundo, después del agua. Tras cada taza de té humeante, se esconde una fascinante historia que se encuentra en la tradición cultural y social de muchísimos pueblos y naciones. Hojeando amarillentos documentos, libros, crónicas y diarios, lo que más llama la atención es la leyenda sobre el origen del té en Japón. Los pergaminos añosos relacionan los comienzos del uso de este brebaje con el budismo Zen y cuentan que un monje de origen hindú llamado Dharma en su largo peregrinaje llegó hasta China.

Durante su ardua y sumamente cansadora caminata pretendía estar despierto las 24 horas del día para rezar; pero un día, el sueño lo venció en plena meditación. Al despertar, se llenó de ira consigo mismo y sin chus, ni mus, se cortó los párpados con su cuchillo para que nunca más le volviese a ocurrir semejante percance.

Al día siguiente en el lugar en el que había botado sus párpados, había un arbusto extraño, diferente a todos los demás, cuyas hojas tenían la propiedad de ayudar a mantener los ojos abiertos. Dharma, ni corto, ni perezoso, propagó la noticia a sus seguidores y tras su estancia en China viajó hasta Japón. Demás está decir que de inmediato introdujo la “milagrosa” planta en todos los templos del budismo Zen de ese país. Fueron las escuelas Rinzai Zen y Soto Zen las que postularon que el té, ese poderoso estimulante y herramienta por excelencia para la meditación, aclara todos los aspectos místicos y descubre el verdadero significado de la filosofía Zen.

Los comienzos

Se cree que las primeras semillas de té, procedentes de China, las llevó un monje budista llamado Dengyo Daishi que estuvo en China del 803 al 805 d.C., y que a su vuelta a Japón, las plantó en las tierras de su monasterio. Cinco años más tarde sirvió una infusión de hojas de té al emperador Saga, que apreció tanto la bebida que mandó cultivar el té en cinco provincias cercanas a la capital. Como si eso fuera poco, los itinerantes monjes mendigos budistas, durante muchas décadas, lo llevaron escondido en sus túnicas, robándolo de las plantaciones chinas, con tal suerte que los emperadores japoneses pronto tuvieron el monopolio de esta bebida. Sus plantaciones “Udsi” fueron protegidas por grandes murallas, y cuando se realizaba la cosecha, se practicaba con las manos cubiertas por guantes especiales, prolijamente bordados. De ser una exclusiva bebida de la familia imperial y de la aristocracia, lentamente pasó a ser la bebida nacional.

Es en el siglo XII cuando el Imperio del Sol Naciente conoce un nuevo tipo de té, el “Matcha”, (polvo de té verde), que se extrae de la planta del té negro, sin fermentación. El matcha pronto se popularizó y ya en el siglo XIII, los samurais empezaron a tomar esa bebida, puesto que su consumo significaba no solo refinamiento, sino también era un inequívoco símbolo de riqueza y poder.

La ceremonia completa del té dura más de tres horas y fue popularizada por el emperador Rikyu.

No todos saben que el té, en el Imperio del Sol Naciente, siempre ha sido mucho más que una bebida y su uso como estimulante, para la práctica de la meditación Zen, no tardó en extenderse. A través de los años, los japoneses, sumamente respetuosos de tradiciones y costumbres, de a poco desarrollaron un ritual muy especial para tomar té, cuyo objetivo es ayudar al espíritu a encontrar la paz, una de los elementos más importantes de la filosofía Zen. En el acto de servir el té cada detalle tiene su exacta y rigurosa “coreografía” que poco o nada ha cambiado a través de los siglos.

En el Viejo Continente

Soldados, monjas, misioneros, aventureros y no pocos mercaderes van y vienen, desafiando el oleaje de los océanos… No se sabe a ciencia cierta cuando “desembarcó” el té en Europa. Sin embargo, parece que fueron los misioneros que deambulaban entre China y Japón los que introdujeron las codiciadas plantitas al Viejo Continente, aunque tal vez ocurrió a través del contacto con los árabes que lo conocían desde el siglo IX.

Lo cierto es, que la primera noticia aparece en el libro “Navigatione et viaggi”, publicado en Venecia en 1559 por el viajero-aventurero italiano Giambattista Ramusio. Pero son los portugueses, a través del centro comercial que establecen en la isla de Macao en 1557, los que comienzan su introducción en Europa. Unas décadas después son los holandeses, los que a partir de 1610 importan el té desde Japón primero, y desde China más tarde –y ya nada impide la amplia distribución a Francia y Alemania.

Un hecho importante: el primer té que llegó a Rusia fue un exquisito regalo de los chinos al zar Alexis en 1618, iniciándose algo más tarde un intenso tráfico de caravanas de camellos entre China y Rusia. Las caravanas tardaban 16 a 18 meses en llegar a la meta, -es que si lograban llegar, después de haber sobrevivido no pocas escaramuzas en la ruta– pues las vías de comercio estaban plagadas de bandidos.

”Five o´clock tea”…o ¿“four o´clock tea”?

”… La excelente bebida china aprobada por todos los médicos y llamada “Tcha” por los chinos, ‘Tay’ por otras naciones, o más conocida como ‘Té’, ahora en venta en ‘Sultaness Head’, Café situado en ‘Sweetings Rents’ cerca del ‘Royal Exchange’, Londres…”

Así reza el llamativo aviso de Thomas Garraway, londinense comerciante y dueño de una tienda de novedades, publicado en 1658 en el popular periódico “Mercurius Politicus”. Mas los clientes no hacían cola, puesto que al principio el elevadísimo precio del brebaje exótico, limitó su venta casi exclusivamente a la alta burguesía y la aristocracia.

Así las cosas, no sorprende que, cuando el rey Charles II en 1662 se casó con la princesa portuguesa Catalina de Braganza, que era una entusiasta consumidora de té, esta moderna bebida pronto se propagara por todo el país. Tanto así, que llegando el siglo XVIII, el té se vio convertido en la bebida más popular de Gran Bretaña, llegándose a consumir en 1791 un total de 6.379 toneladas.

Según los cronistas, durante mucho tiempo el té se tomaba a cualquier hora del día. ¿Y en qué momento el rito del “afternoon tea” llegó a ser una “marca registrada” de Inglaterra? Dicen los copuchentos de nuestros días que, a cierta hora, una deliciosa y sutil fragancia atraviesa el aire de la capital inglesa que se acentúa poderosamente, cuando el ‘Big Ben’ da las cuatro de la tarde. Resulta que el evento no acontece, como muchos creen, a las “five o´clock”, sino puntualmente a las cuatro de la tarde. Los ajetreos cotidianos se paralizan como por arte de magia, y en los hogares, en el Parlamento, en las fábricas, en las tiendas y también en ‘Buckingham Palace,… se hace un alto. ¡Sí! Hablamos, qué duda cabe, de una de las más arraigadas, características y democráticas tradiciones británicas: la costumbre de tomar té en la tarde. Este ritual, (¿o compulsión?), ampliamente desbordó las fronteras inglesas y se instaló para quedarse en muchos rincones del ancho mundo.

Dice la leyenda que fue Lady Anne Russell, séptima duquesa de Bedford, quien inició este acontecimiento social una lluviosa tarde en 1840, tras pedir de sus damas de compañía un “snack”, (refrigerio liviano), para calmar su hambre antes de la cena. Encantada con el fragante y humeante taza de té acompañada de tartas calientes, (scones), una amplia variedad de panecillos, (‘buns, brownies, muffins’), y ricos dulces, a la noble dama se le dio por repetir el ritual a diario a la misma hora, a las cuatro de la tarde en punto, compartiendo feliz con sus aristocráticas amigas.
… El resto, es historia: la costumbre de tomar una taza, (“ a cuppa…”), de té en la tarde se expandió como reguero de pólvora y ganó un lugar de honor como la infusión más característica del Reino Unido.

“Boston Tea Party”

Es conocido el rol estelar del té en la historia de la independencia de Norteamérica, cuando el 16 de diciembre de 1773 en Boston se produjeron los incidentes denominados entonces y para siempre como el “Boston Tea Party”.

… En el ajetreado puerto, desde el alba, se esperaba la llegada del enorme barco inglés ‘Dartmouth’ con una importante carga de hojas de té. La noche del mismo día, antes de que debiera desembarcarse el té, los patrióticos Hijos de la Libertad, más o menos 150 personas, se disfrazaron como indios Mohawk. Sigilosamente se dirigieron al muelle de Griffin, donde acababa de llegar el ‘Dartmouth’ con dos naves más, la’ Eleanor’ y la ‘Beaver’.

Los heroicos norteamericanos, armados con hachas y filosos cuchillos, asaltaron el barco, y en un abrir y cerrar de ojos, abrieron todas las cajas de té para arrojarlos por la borda. Dicen las crónicas que, al amanecer, 45 toneladas de té de un valor estimado en más de 10 mil libras esterlinas fueron tragados por las turbias aguas del puerto de Boston. Las hojas de té flotaron en las orillas alrededor de Boston por largas semanas…

Después del histórico ‘Boston Tea Party’, todos los patriotas cambiaron el té por el café, por lo que, al contrario de lo ocurrido en otros países colonizados por los ingleses, el consumo de té en los Estados Unidos fue siempre mínimo.

Así las cosas, preocupado por la baja venta del té, en 1904 el ocurrente comerciante neoyorquino, Thomas Sullivan, envía a sus clientes muestras de sus diferentes mezclas de té en pequeñas bolsitas de muselina.

¡Sorpresa mayúscula! La increíble comodidad y rapidez con que se preparaba el té utilizando aquellas bolsitas hizo que Sullivan, en un abrir y cerrar de ojos, recibiera una importante cantidad de pedidos, tanto así, que muy pronto tuvo que abrir un sucursal para la venta exclusiva de las novedosas bolsitas de té.

¡Se había descubierto uno de los más populares envases: las bolsitas para el té instantáneo!

Bebida de zares y heroínas rusas…

“… Ana Karenina se instaló ante el samovar” –relata León Tolstoi- “y los invitados se dispusieron en dos grupos: uno al lado de la dueña, junto al samovar; otro en un lugar distinto del salón, junto a la bella esposa de un embajador, vestida de terciopelo negro.”

El té que llegó a Rusia a mediados del siglo XVII, se popularizó de a poco y un siglo más tarde los rusos ricos ya habían adoptado el té como propio y ya no tardaría en incorporarse al resto de la población.

Pero no era cosa de llegar y tomar té, así no más… No. Los intensos fríos dificultaban hacer de esta infusión un ritual y, por eso, emplearon un recipiente muy “sui generis”. Se trata de la “tetera rusa”, el samovar, que conservaba caliente el agua en una vasija. En su interior llevaba un tubo con un receptáculo para las brasas ardientes.

Según los cronistas, los rusos bebían el té alrededor del samovar en cuatro momentos del día: por la mañana con crema o leche cruda, pan de centeno, tocino y huevos cocidos; después del almuerzo se acompañaba con una generosa tajada de torta; a la hora de la “once”, lo ideal era tomarlo con pan blanco y –más torta.

Tras la cena, se bebía solo.

Habitualmente los rusos toman el té del platito, agarrándolo con las manos levantadas y los dedos de la mano derecha ligeramente separados. Esto fue determinado por la costumbre de tomar el té del samovar, donde el agua se tiene siempre en el nivel de ebullición. El líquido vertido a los platitos quema menos. Y hay más… en muchas regiones de Rusia y hasta hoy, en vez de echar el cubo de azúcar al líquido, primero lo aprietan entre los dientes y acto seguido toman el sorbo de la infusión, endulzando de esta original manera el té.

Dicho sea de paso, que a la hora que sea, los rusos casi siempre “sazonan” el té con una buena dosis de vodka… Dicen los copuchentos que algunos “alcoholizados” llegan a tomar vodka con té…

El teatro y la literatura rusos a menudo incorporan en sus obras este ritual tan característico. Apareció por primera vez en ‘Crimen y Castigo’ de Dostoievski en una de las escenas claves, cuando la vieja patrona a espaldas de la puerta aviva el fuego del samovar y no se percata de la salida a hurtadillas del vil Raskolnikov.

Pensamientos durante el ritual

“… Vive el momento, aprecia tus alrededores,
encuentra belleza por doquier,
sé feliz en este momento particular
porque nunca volverá, es único,
irrepetible y te pertenece ahora.
Una vez que se vaya nunca regresará”.

Maestro de Espada Takuan Suho.

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