La ciudad es el hombre

Ciudadanía y espacio público. La agorafobia urbana.
Jordi Borja

Aunque a los urbanistas-cívicos nos complazca recordar aquello de que “el aire de la ciudad nos hace libres”, la realidad urbana actual -más bien- nos lleva a citar lo de “malos tiempos para la lírica”. Ya no es original titular el “the hell is in the city”, (el infierno está en la ciudad) o “la ville partout, partout en crise”, (la ciudad en todas partes, en todas partes en crisis), como hicieron The Econo mist y Le Monde Diplomatique hace algunos años. Todos lo hacen.

Las prácticas sociales parecen indicar que la salida es hacerse un refugio, protegerse del aire urbano no sólo por que está contaminado, sino por que el espacio abierto a los vientos es peligroso. En las grandes ciudades se imponen los ‘shopping centres’, con “reservado el derecho de admisión” y los ghettos residenciales cuyas calles de acceso han perdido su carácter público en manos de policías privados.

Hay un temor al espacio público. No es un espacio protector ni protegido. En unos casos, no ha sido pensado para dar seguridad, sino para ciertas funciones como circular o estacionar, o es sencillamente un espacio residual entre edificios y vías. En otros casos, ha sido ocupado por las “clases peligrosas” de la sociedad: inmigrantes, pobres o marginados. Por que la agorafobia es una enfermedad de clase de la que parecen exentos aquellos que viven la ciudad como una oportunidad de su pervivencia.

Aun que muchas veces sean las principales víctimas, no pueden permitirse prescindir del espacio público. Nuevamente, como en todos los momentos históricos de cambios sociales y culturales acelerados, se diagnostica la “muerte de la ciudad”. Es un tópico recurrente. Unos ponen el acento en la tribalización. Las “hordas” están en las puertas de la ciudad, (por ejemplo, “gran des ensembles” conflictivos), pero también en su corazón, en los centros históricos degradados. Kingali, la capital ruandesa, compartimentada por tribus que se odiaban, no sería un fenómeno primitivo solamente. También, una prefiguración de pesadilla de nuestro futuro urbano.

Un futuro ya presente en Argel, Estambul o El Cairo, con ejércitos protegiendo los barrios “civilizados” frente a la “barbarie” popular. Otros, más optimistas, nos dicen que la ciudad moderna es otra ciudad, la que se puede observar en los límites de la ciudad actual, en sus periferias suburbanas, en sus entradas.

La Edge City, (USA), o la exposición “Les entrées de la ville”, (París), el auge de las teorías del caos urbano, expresan esta mitificación de la ciudad “desurbanizada” o de la urbanización sin ciudad. Entendiendo por ciudad este producto físico, político y cultural complejo, europeo y mediterráneo, pero también americano y asiático, que hemos caracterizado en nuestra ideología y en nuestros valores como concentración de población y de actividad, mixtursocial y funcional, capacidad de autogobierno y ámbito de identificación simbólica y de participación cívica. Ciudad como encuentro, intercambio, ciudad igual a cultura y comercio. Ciudad de lugares y no simple espacio de flujos. Si la agorafobia urbana es una enfermedad producida por la degradación o la desaparición de los lugares públicos integradores y protectores, pero también abiertos a todos, la terapéutica y la alternativa parecen ser la instalación en los flujos y en los nuevos ghettos, (residenciales, centros comerciales, áreas de terciario, de excelencia, etc.). En esta nueva ciudad las infraestructuras de comunicación no crean centralidades ni lugares fuertes, más bien segmentan o fracturan el territorio y atomizan las relaciones sociales.

Otra manifestación de agorafobia. Pero ¿es inevitable que sea así? ¿Es el fin de la ciudad que hemos conocido históricamente? ¿Son reversibles y reutilizables estos procesos?

(*) Versión ampliada de la conferencia realizada en el evento “Debat Barcelona 1997. Ciutat Real, Ciutat Ideal.

Significado y Función en el Espacio Urbano Moderno”, Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, octubre de 1997.

Fuente: Revista del CLAD Reforma y Democracia. No. 12

Es recurrente el contenido de las declaraciones de los distintos candidatos a puestos de elección en las venideras elecciones.

Sus ofrecimientos reposan sobre el cuerpo de problemas que aquejan a la colectividad. Todos señalan su intención de atacar dificultades como la seguridad, desempleo, urbanismo, tráfico, inflación, etc. Dan por descontado las ideas que generaron los males que pretenden encarar.

De hecho, sus ofertas se encuentran cobijadas bajo el manto de estas representaciones. De ahí el contenido retórico y hueco de las consignas que orientan el “mercadeo” de sus propuestas.

En otras palabras, carecen de ideas nuevas para gobernar.

Esta tragedia embarga, igualmente, al llamado “socialismo del siglo XXI”: Desabastecimiento, inflación, crecimiento exponencial de las importaciones, corrupción generalizada, aumento del precio de los bienes no transables, estatismo crónico, endeudamiento externo, nacionalismo decimonónico, etc.

Todos estos “males” ya han sido experimentados. El virus que los origina se encuentra en el “paquete conceptual” que, desde los años treinta, ha sustentado las políticas públicas en el país. Esta enfermedad se ha podido prolongar en el tiempo, gracias a dos circunstancias: primero, los ingresos petroleros; y segundo, una cultura política refractaria a experimentar con nuevos conceptos.

El resultado se encuentra frente a nuestros ojos: los problemas crecen en la misma proporción en que se profundiza la incapacidad para resolverlos.

Las futuras elecciones regionales pudieran constituir un momento propicio para iniciar esta discusión. Se requiere, desde luego, superar esta ideología que hace caso omiso a la dimensión intelectual de la política y pretende sustituirla por el ejercicio de unas capacidades de corte “gerencial”.

Valencia es una ciudad derrotada. El cúmulo de problemas muestra su inviabilidad como metrópolis coherente y propicia para garantizar altos estándares de calidad de vida. Las ideas que sustentaron su crecimiento y desarrollo se encuentran agotadas.

Se requiere propiciar un debate para transformar en fuerza conceptos sobre los cuales enunciar una nueva urbanidad.

Modelos de ciudad

El arsenal teórico elaborado en referencia a la ciudad es amplio y variado. Existen realidades empíricas que pudieran servir como ilustraciones de estos modelos, sobre los cuales es posible “pensar” la ciudad. Por ejemplo, tenemos, en primer lugar, aquellas ciudades, Barcelona y Bogotá, que se rigen bajo el modelo de “planificación estratégica” que busca un reposicionamiento de la urbe en el concierto de las redes internacionales de ciudades. Un segundo en foque corre en la línea de la llamada “participación social”, que tiene como telón de fondo a la ciudad de Porto Alegre y el llamado presupuesto participativo, que hoy se extiende a lo largo del Brasil, a través del Ministerio de las Ciudades. Este caso privilegia el sentido de lo público y el carácter democrático del gobierno de la ciudad, sin que se excluya su internacionalización. Un tercer modelo, se encuentra asociado a la figura del académico de la universidad de Harvard, Michael Porter: su punto central se focaliza sobre la búsqueda de las “ventajas competitivas” de la ciudad alrededor de los llamados “cluster” temáticos. La ciudad de Boston es su referente más puro. Finalmente, una cuarta aproximación, corre a lo largo de una línea de contenido “neo liberal”, de acuerdo a la cual, el “mercado” es el que regula la ciudad. Ejemplo de esta propuesta lo constituyen las ciudades de Los Ángeles y Miami.

Agorafobia

El espacio público se encuentra en franco proceso de declinación. Es bueno recordar que en la antigua Grecia, la polis fundada en la democracia, integraba al ciudadano, quien la asumía como propia. Es por ello que la ciudad ha sido considerada como la primera forma de participación política y el escenario de construcción de la tríada compuesta por la ciudad, el estado y la ciudadanía.

Este sentido histórico se ha ido perdiendo. La ciudad se ha vaciado de la política y de lo público. Nuestras urbes se en encuentran afectadas por esta enfermedad de la agorafobia, producida por la de gradación de los lugares públicos integradores y protectores y su sustitución por nuevos espacios con características de ghettos residenciales y centros comerciales. Estas infraestructuras no crean centralidades ni lugares fuertes, más bien fracturan el territorio y atomizan las relaciones sociales. Valencia es un ejemplo paradigmático de esta desconstrucción de la ciudad.

Sus habitantes temen al espacio público. Este no es un ámbito protector ni protegido. No ha sido diseñado para brindar seguridad sino para responder a necesidades de circulación.

La ciudad es el hombre

Esta frase podría constituir el punto de partida para un abordaje diferente de la cuestión municipal. Centrar la actividad sobre el ciudadano implicaría una restitución de la importancia de lo público como opción frente a los problemas urbanos.

Lo fundamental, en el marco de esta perspectiva, no es la gestión sino el diseño de un esquema de gobierno local. El objetivo -señala el especialista en temas urbanos Fernando Carrión- es tener incidencia general en la sociedad local a partir de una multiplicidad de competencias, en contraposición con el municipio como prestador de servicios, y encontrar un justo medio entre representación y participación de la sociedad en el aparato municipal. De lo que se trata es, de impulsar la gobernabilidad y el desarrollo urbano, a través de una mejor integración social y una mayor participación de la población.

Retomando el tema electoral, es indudable que estas próximas elecciones, brindan una excelente oportunidad para indagar sobre el proyecto de ciudad que encarnan los diferentes candidatos a cargos de elección popular.

Desde luego, ello sólo sería posible si en el marco de esta contienda se explicita su dimensión intelectual. Vale decir, que la competencia se radique sobre propuestas de futuro y que trasciendan el tradicional mercadeo de frases y nombres de los candidatos.

Es indispensable recuperar el compromiso de la población con la ciudad y fortalecer nuestro sentido ciudadano. Así podremos colocar la ciudad al servicio
de sus habitantes y hacer realidad el contenido de la consigna que encabeza estas breves reflexiones: la ciudad es el hombre.

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