La competitividad de Venezuela

Ya se ha publicitado bastante el informe reciente sobre Competitividad,  realizado por el Foro Económico Mundial, donde Venezuela sale bastante mal parada. Vale la pena, sin embargo, gastar algunas líneas adicionales para aclarar que es eso de competitividad.

Aun cuando parezca obvio, la competitividad es la capacidad de competir. Y competir es un acto en el cual varios actores tratan de conseguir un mismo objetivo, pero no todos pueden conseguirlo con el mismo éxito. Algunos lo hacen mejor que otros. Unos salen vencedores y otros salen vencidos. De eso se trata la competencia. La competitividad es, por lo tanto, una cualidad que solo pueden exhibir los países, en la medida en que se midan o se comparen con otros países. Nunca un país es -medido o examinado en forma aislada- competitivo  o poco competitivo. Un país solo puede ser más competitivo o menos competitivo que otros. Se eso se trata el ranking que tanto se ha comentado en las semanas recientes.

Y como en los tiempos actuales los países no viven aislados -ni nadie hace doctrina de la posibilidad de desarrollarse por la vía de encerrarse en sus propias fronteras económicas y políticas- la competitividad es una cosa importante. Para poder crecer y desarrollarse -y poder darle a la población de un país los niveles de bienestar que son propios del mundo contemporáneo- es necesario vender y comprar bienes en el mercado internacional. Para bien o para mal, son esos relacionamientos internacionales los que definen hoy en día la capacidad económica -y por ende política- de un país.

La competitividad mide, por lo tanto, la capacidad de relacionarse con éxito en los mercados internacionales, la capacidad de asimilar y utilizar productivamente la tecnología de punta imperante en los diversos sectores productivos y la capacidad del entorno fisco e institucional de un país para potenciar esos relacionamientos.

La competitividad del país es obviamente un indicador de las condiciones medias que imperan en ese territorio, sin perjuicio de las condiciones particulares que puedan exhibir algunas empresas que se alcen por sobre la situación de su entorno.

EL PAPEL DEL GOBIERNO

La competitividad del país no depende solo de lo que pase al interior de las empresas. La competitividad de las empresas puede ser alta, pues están bien gerenciadas, tienen buena tecnología, buenas relaciones laborales, buen clima empresarial, elaboran un producto de calidad  y su costo de producción no es mayor que el de la competencia.  Puede que la competitividad de las empresas sea baja, y allí el problema nace mal desde la raíz. Pero aun suponiendo que la situación en las empresas sea buena -lo cual es un supuesto y no necesariamente una constatación de la realidad- esa competitividad puede perderse por las circunstancias del entorno que rodea a la empresa.

Si el Gobierno cobra impuestos excesivos, o si la corrupción imperante obliga a incurrir en costos ajenos al proceso de producción, o si los caminos y carreteras están en mal estado o no gozan de seguridad, o si en los puertos hay que hacer largas esperas antes de poder embarcar las mercancías, entonces todas las condiciones favorables logradas al interior de la empresas pueden esfumarse, antes de que las mercancías salgan de territorio nacional.

De allí entonces que la competitividad del país esté en función, entre otras cosas, de los factores institucionales; de la política económica; de la dotación y el estado de la infraestructura eléctrica, caminera, portuaria, etc.; del nivel de educación media de la población; del grado de preparación tecnológica  de sus profesionales y técnicos; de los incentivos a la innovación que existan en ese país y de muchos otros factores sociales, institucionales y políticos que caractericen a un país y que afecten su relacionamiento con el exterior.

LA INSEGURIDAD

Si un país tiene altas tasas de delincuencia pura y simple, o si presenta altos grados de corrupción administrativa, o si la burocracia estatal impone un sinnúmero de trámites para poder importar o exportar mercancías, o si las leyes laborales encarecen casi innecesariamente los costos de la mano de obra, o si la electricidad se va por períodos largos en múltiples ocasiones a lo largo del año, o si a un  turista holandés que ha recorrido 56 países lo matan en su velero al llegar a Margarita, o si las universidades no tienen dinero para contratar con sueldos dignos a los profesores de jornada exclusiva que necesitan, entonces nadie puede extrañarse de que nuestra capacidad de competir sea tan baja. Y el no tener competitividad es una y la misma cosa que tener en la frente un sello de perdedor neto en el contexto de la economía y de la política mundial.

Blog: sergio-arancibia.blogspot.com