La Degradación

En diciembre pasado, en el país se suscitaron algunos casos que merecen atención y el más indescriptible horror: por el simple hecho de haber tropezado a un hombre en la calle, un jovencito de apenas dieciocho años de edad fue asesinado; en otro caso, un chofer fue tiroteado por un transeúnte al cual el occiso instó a apurarse en su marcha. Caso aparte lo constituye el maltrato hacia infantes de menos de dos años con saldo de muerte de estas indefensas criaturas ¿Qué está ocurriendo en Venezuela? ¿Por qué se produce este grado superlativo de saña y violencia en un país que se caracterizó por la tolerancia y la camaradería?

Una fracción nada desdeñable de las cifras de homicidios no provienen del mero ataque del hampa o del acostumbrado ajuste de cuentas (victimas accidentales incluidas), hay una cantidad cada vez más creciente de muertes a causa de la “violencia súbita”, de la descarga inoficiosa de agresividad por motivos increíblemente baladíes. Cual pandemia se está extendiendo en la sociedad venezolana una especie de virus letal que produce no pocas víctimas, sumiendo al país en una nueva e inquietante realidad.

En este, nada halagüeño contexto, la Dra. Gloria Lizcano, ex directora del anexo Femenino de la Cárcel Nacional de Maracaibo delinea la situación en los siguientes términos: “Venezuela vive hoy la más severa crisis en el orden social, ético, político y moral que se recuerda..”.

Cuando una nación llega a estos niveles de violencia, puede hablarse de degradación, de una suerte de enfermedad que ha desbordado cualquier límite admisible y se instala como un disparador de situaciones inimaginables, cruentas y lastimosas. Un país enfermo, marcha hacia la desintegración más atroz y absoluta; se aleja de la luz del progreso y se precipita a la nada. Se vive en Venezuela preso de la ira, de una rabia apenas soterrada.

¿Tiene que ver esto con el grado de crispación en el que se “vive”, ó tiene además otros elementos que la van catalizando, como si de una nefasta reacción química se tratara? Cuando un ser humano lleva un estado de rabia tan grande, que no le importa siquiera terminar con la vida de otro, hay que hacer un alto y revisarse como conglomerado que habita un territorio.

Suficiente problemática encarna el hampa desbordada, para que a ello se sume el negro expediente de los asesinatos entre seres humanos no vinculados (al menos en forma directa) al hampa. Según datos de los Anuarios de Epidemiología y Estadísticas vitales del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, entre 1990 y 2006 se elevó la cifra de homicidios perpetrados en el país en 139,7%, elevación que resume sucintamente cómo el territorio nacional se ha vuelto una zona de derramamiento incesante de sangre, cuestión que amerita de la urgente atención de los expertos en el tema, habida cuenta de los orígenes genéticos, cerebrales, endocrinos, psicológicos y psicodinámicos de esta preocupante problemática.

Muy poco podrá hacerse para contrarrestar este grado tan elevado de degradación con el simple e intensivo uso de la represión policial; la situación fuera de cauce por mucho requiere de una política integral de ataque a los orígenes de esta variopinta mezcla de factores, que impulsan el incontenible fenómeno de la violencia en Venezuela.
En la década de los 30, se estudiaban los problemas nacionales con ahínco, con pasión; esa actitud debe retomarse en el país, sobre todo caras a la cita de octubre 2012. El candidato que resulte electo el próximo 12 de febrero debe, desde temprano, designar un Comité de expertos que ensamble toda una serie de políticas, incluidas las necesarias reformas del Sistema Judicial y Carcelario, para ir desmontando este proceso degenerativo y gangrenoso, que se ha venido instalando sin tregua ni clemencia. Psicólogos, psiquiatras, sociólogos, criminólogos, abogados, docentes, revisando el esclerosado cuerpo de nuestra sociedad, que si bien es joven, de acuerdo al censo realizado en el pasado año, está mostrando a gritos actitudes reñidas con toda idea de humanidad y principios de convivencia ciudadana.

Devolver la sanidad mental a la sociedad, debe ser el norte de ese Comité que para enero 2013, debe tener dibujada la expedita ruta de solución, que no será fácil, pero si necesario transitar.

Sin duda alguna, buena parte de las políticas a implementar vendrán de la mano de sólidas medidas en el ámbito educativo, en el campo de la salud, la recreación, el deporte, un enfoque humano hacia lo penitenciario y toda medida profiláctica, que ayude a encauzar las aguas tan revueltas de la sociedad en la que nos desenvolvemos, haciendo especial énfasis en la distensión política que debe ser una tarea diaria y sostenida del nuevo Gobierno.

Muchos años de desacierto y pugna deben enseñarnos que como país debe instalarse un nuevo nivel de convivencia y justicia, de manera de fundar las bases de una sociedad moderna en Venezuela. Nada de esto pertenece al territorio del “hágase y ejecútese”; requerirá de genuina voluntad política, ingrediente primordial de las transformaciones verdaderas.

En el país se respiran aires de cambio y de optimismo. Apostemos a esa realidad para vivir con dignidad. Es tiempo de construir otro tejido, uno que nos albergue a todos sin excepción y en donde prevalezca el respeto y la tolerancia.

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