La Economía de la Vida

Redacción. Cada cultura genera una explicación del mundo; y lo que tienen en común todas las explicaciones, es que en ellas va implícita la particular explicación del hombre, que se constituye en punto de referencia y centro en relación con el cual se determina lo que es pequeño o grande, próximo o lejano, bueno o malo.
Incluso en la fase teísta de las culturas, los dioses son antropomórficos, porque el hombre es incapaz de imaginarse nadie como él, del mismo modo que los dioses de las ranas tienen que acabar siendo batracios.
En la ecología ocurre otro tanto: bajo las apariencias de querer situar al hombre en el lugar que le corresponde, en la periferia del sistema ecológico, la verdad última es que se coloca en el mismo centro, convirtiéndose él mismo en el ecosistema por excelencia y en referente y medida de la vida natural.
Así constatamos que entre las teorías ecológicas que han prosperado, está la que contempla los ecosistemas como distintos escalones de explotación de unos vivientes por otros. A partir de este planteamiento está clarísimo que la especie con un mayor desarrollo ecológico, la que está en la avanzadilla del progreso natural, la que marca el camino que han de seguir pronto o tarde las demás especies, es la especie humana.
Así, podemos darles clases de comportamiento ecológico a los monos, a los pingüinos y a las focas. Incluso desde el punto de vista ecológico somos la especie superior, y somos así porque así nos ha hecho la naturaleza. A partir de semejantes disparates, no hay ecología que valga. Una visión del mundo y de la vida que pretende ser rompedora, y que en fin de cuentas no hace más que justificar al hombre, ¿qué sentido tiene? Si nos empeñamos en seguir siendo los reyes de la naturaleza, lo tenemos claro.
En vez de empeñarnos en trucar el espejo y ver en los demás animales una tenue sombra nuestra, deberíamos hacer auténtica biología, estudiar la razón y las razones de la vida, escribir la filosofía de la vida en libertad, movida no por las obligaciones sino por las necesidades; es decir, por los instintos y las pasiones. Hemos de esforzarnos por descubrir la lógica interna de la vida y sus leyes, que no son ni sombra de las nuestras.
Claro que salimos perdiendo con la comparación; claro que nuestra filosofía y nuestra ética de animales cautivos, no se tendría en pie frente a la naturaleza. Claro que seríamos los parias de la creación. Pero, al menos, nos enteraríamos de la película. Exactamente lo mismo que nos ocurre con el origen «oficial» del hombre, que es un mito tan «científico» como se quiera, pero mito; así ocurre con la biología en general y la ecología en particular, que se ha diseñado para santificar unas determinadas corrientes ideológicas.
Pretender que los lobos son unos explotadores de ovejas y que las cadenas alimentarias están basadas en la explotación; que el trabajo del hombre (explotado) está en el mismo orden, que el instintivo de las hormigas, las abejas o los castores; que la agricultura y la ganadería obedecen a las leyes ecológicas; que la explotación del hombre (más o menos esclavo) por el hombre (más o menos señor) es de carácter netamente ecológico (sino ecologista y todo); que se pueda hablar sin ruborizarse de ecología industrial; todo ello es una muestra de que, al final, se trata da traer como sea el agua a nuestro molino.

(Tomado de www.elalmanaque.com)