La gerencia pública y la calidad de vida del soberano

“La administración pública va de la mano
con el Estado. Cuando éste ya no responde
a la sociedad, tiene que transformarse y
adaptarse a las nuevas propuestas sociales.”

S. Cepeda I.

Últimamente, en el campo de la administración pública, se habla sobre el concepto de gerencia pública y no es para menos, ya que actualmente el contexto gubernamental se encuentra inmerso en la complejidad, producto de la demanda constante y urgente de la ciudadanía por satisfacer sus necesidades humanamente definidas.

En la actualidad, se vive en constantes cambios en los procesos sociales, económicos y tecnológicos, entre otros. La gerencia pública no escapa a este mar de cambios mundiales. Los procesos administrativos utilizados en la administración pública tradicional –y menos los modelos socialistas fracasados– ya no dan respuesta a los problemas nacionales que viven los diferentes paises. Surge así la necesidad de un cambio radical en los estilos de gestión gubernamentales.

Para lograr la eficiencia en la gestión pública se debe reclutar y seleccionar funcionarios que tengan el conocimiento, las habilidades y destrezas apropiadas para tal misión, y dominen las técnicas adecuadas para la concepción y adopción de decisiones y así lograr la racionalidad administrativa. El concepto de gerencia pública es engendrado en la administración privada, donde -por su naturaleza- ha dado buenos resultados, y por esto fue adoptado por la administración pública. El problema es confundir lo privado y lo público, ya que el primero se concentra en el superávit y el segundo se enfoca a lo social.

Los países desarrollados son desarrollados porque tienen gente educada, trabajadora, organizada y creativa en la gestión pública y en la privada. Los países sub-desarrollados son así porque tienen gente menos educada, más desorganizada, menos creativa, con muchos menos recursos, seleccionados por medio del “clientelismo partidista y el nepotismo” y -en general- están dirigidos (“¡mandados!”) por jefes corruptos, incapaces e incoherentes (por sólo mencionar unos pocos calificativos aplicables).

De manera general, se puede mencionar, por ejemplo, que en el Estado gendarme el objetivo era únicamente garantizar la seguridad y soberanía, además de impartir justicia; posteriormente, el Estado evolucionó y cambió a un Estado benefactor –que debería ser la orientación del cambio que reclama Venezuela–, en el que la responsabilidad estatal crece hacia la oferta de bienes públicos básicos como la educación, salud, vivienda y algunos otros.
Se cita el ejemplo de Corea. Ésta está dividida en dos Estados, uno (Corea del Sur) que adoptó el capitalismo combinado con estado de bienestar y llegó en pocos años a ser uno de los países más ricos del mundo, y otro (Corea del Norte) que se quedó en un marxismo obsoleto –base del socialismo del Siglo XXI– y autárquico que la llevó a la ruina. Los especialistas piensan que son pocos los que creen que la globalizadísima Corea del Sur está siendo constantemente explotada y que la aislada Corea del Norte –que sin duda no es explotada por otros– es la que ha logrado el mayor bienestar en su población. Corea, un pueblo divido por las ideologías, es un buen ejemplo de que globalizarse en sí no es malo.
Corea del Sur es un buen ejemplo de esta globalización bien encaminada, ellos supieron defender lo que se debía proteger de su industria, atacaron donde podían atacar, la electrónica por ejemplo, y lograron salir adelante pese a competir con dos increíbles gigantes: China y Japón.

Los países desarrollados con una excelente gestión pública y privada tienen una alta renta por cápita; es decir, un elevado ingreso medio por persona (por encima de los 10.000 dólares anuales); una industria potente y tecnológicamente avanzada; un alto nivel de vida, que se refleja en el desarrollo de las infraestructuras y en la cantidad y calidad de servicios sanitarios, educativos, culturales, etc. Además, una buena parte de la población mantiene un elevado nivel de consumo.

De lo anterior, puede concluirse que para evaluar el desarrollo de un país, no basta con considerar sólo variables económicas. Un país puede tener una producción y unos ingresos elevados, pero los beneficios pueden no repartirse equitativamente entre la población. Al igual que otros países de Latinoamérica, Venezuela es un país de grandes contrastes. Mientras la mayoría de la población difícilmente puede subsistir y un tercio de la misma vive con menos de dos dólares diarios, una minoría -conjuntamente con la “nueva clase boliburguesa” -poseen grandes fortunas. Venezuela es el sexto país productor de petróleo del mundo, pero esta riqueza apenas se revierte en la mayoría de la población. La incertidumbre política y la ausencia de un marco legal claro, así como la corrupción, condicionan a los inversores, quienes -a menudo- no se ven motivados para invertir en el país

Desde hace una veintena de años, aproximadamente, la ONU viene elaborando cada año el denominado Índice de Desarrollo Humano (IDH) que -además del ingreso medio por habitante- contempla varios aspectos sociales para evaluar el nivel de desarrollo de un país, tales como la alfabetización de la población, acceso a la sanidad, la esperanza de vida al nacer, una excelente calidad en los procesos de aprendizaje, igualdad entre hombres y mujeres, entre otros. Desde los años ochenta, ha aumentado el índice de desarrollo humano en bastantes países, sobre todo los situados en valores medios del IDH. Por ejemplo, ha habido mejoras significativas en China e India, en los estados musulmanes mediterráneos, como Túnez, Siria, Egipto y Marruecos, y en países de moderna industrialización como Singapur, Corea, Malasia e Indonesia.

El tema es que hay que globalizarse con un pueblo bien educado, con líderes patrióticos –en el buen sentido de la palabra (honestos, capaces y que quieran lo mejor para el pueblo)– y protegerse de los aspectos negativos de la globalización con un buen estado de bienestar, recogiendo los aspectos positivos, especialmente la capacidad de especializarse y prosperar, disminuyendo el efecto de los elementos negativos, como el daño a las industrias expuestas a la competencia.

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