La “hipocresía”

Hace unos días vi una película basada en hechos de la vida real, cuyo argumento era el secuestro y venta de niños y niñas a extranjeros, con el fin de prostituirlos. Realmente es una película desgarradora y caló muy hondo en mí. Me permitió reflexionar por mucho tiempo acerca de este tema y ¿qué es lo que estamos haciendo con el fin de evitar que este tipo de “negocios” continúen realizándose? Pareciera que es una lucha tan difícil como la venta de drogas a menores. Es difícil, porque en la mayoría de las veces, se ven involucradas personas muy influyentes y con mucho poder, las cuales facilitan que estos horribles delitos se den una y otra vez.

Algo que me llamó montones la atención, fue el hecho de que, a la hora de cruzar la frontera, para hacer entrega de su “mercancía”, (como le llamaban a los niños), se arrodillaban y le pedían a Dios que los ayudara a cruzar y a realizar el negocio sin ningún problema. ¡Increíble! ¿Es posible que esa gente
pensara que Dios los va a ayudar a realizar sus fechorías?. Considero que sí, porque lo que hacen es personalizarlo, lo hacen subjetivo, creen que Dios es un reflejo de sí mismos. En pocas palabras: No lo conocen.

Gran cantidad de personas, cuya vida se desenvuelve en el campo del hampa, oran antes de acostarse a dormir, ponen sus planes en las manos de Dios, piden su bendición al momento de realizar sus fechorías, piensan que Dios está de su lado.
Lo que no comprenden, es que su Dios es el Dios de todos, que el nos da libre albedrío y que las consecuencias de nuestros actos -tarde o temprano- tendrán sus resultados, o sea, “recogemos lo que sembramos”.

Lo anterior no se da sólo en el mundo del hampa, se da en la vida cotidiana. Muchas personas pasan juzgando, criticando y condenando a los demás, escudándose en Dios y se les olvida que, cuando señalamos con un dedo las faltas de los otros, tres dedos nos señalan a nosotros. Consideran que el hecho
de ir a la iglesia o de leer la Biblia, les da el derecho de convertirse en jueces y condenar a las demás personas.

Debemos trabajar día en día en ser mejores personas, en crecer más espiritualmente, en alejarnos de la crítica y el juzgamiento. Debemos ser más tolerantes, aceptar que cada ser humano es único y goza del libre albedrío y que este albedrío es respetado por Dios. Trabajemos en ordenar nuestros principios y valores, para que al final de nuestra vida, el árbol que lleve nuestro nombre, dé frutos dulces, jugosos y nutritivos y no frutos amargos y venenosos.

Está en nosotros escoger el camino que deseamos andar, la semilla que deseamos plantar y está en nosotros ser conscientes de que nuestros actos, aunque sean en secreto, tarde o temprano, nos van a pasar la factura, en la cual nuestros familiares más cercanos serán los avales, debido al sufrimiento que les podamos heredar con nuestro comportamiento.

“Me levantaré, iré a mi padre y le diré: ’Padre, he pecado contra el cielo y ante ti.” (Lucas 15:18).

(*) Empresaria (Costa Rica)
– Licenciada en Administración de Empresas con énfasis en Finanzas.
Contadora Privada y Auditora – Universidad Interamericana de Costa Rica.
– Motivadora y Conferenciante Internacional.
Libros en proceso:
– «Valores» (Desarrollo Personal).
«Clave D.I.O.S» (Desarrollo Personal).