La paciencia de los seguidores

“La paciencia es la más heroica de las virtudes,
precisamente porque carece de toda
apariencia de heroísmo”.

G. Leopardi

Todo líder tiene el compromiso y la obligación de velar por la superación personal, profesional y espiritual de quienes lo siguen. En el liderazgo público, esta misión se extiende hasta toda la colectividad –el pueblo–. Es una responsabilidad que, como persona, debe asumir quien funge como tal.

Por lo general, se reconoce la figura de un líder democrático exitoso por ser quien va a la cabeza, sobre sus hombros tiene la responsabilidad de llevar adelante todo género de proyectos, distinguiéndose por ser una persona emprendedora y con iniciativa, con la habilidad de saber transmitir sus pensamientos a los demás, comprensión de las personas y la desarrollada capacidad de conjuntar equipos colaborativos de trabajo de alto desempeño y autodirigidos, por medio de un proceso comunicacional eficiente basado en los procesos persuasivos y no en los impositivos –característicos estos últimos de los líderes autocráticos–.

Cuando el resultado del comportamiento del líder no satisface las expectativas de los seguidores, se presenta el momento emotivo de la frustración, entendiéndose como tal: el estado psicológico negativo que es producido por el fracaso a alcanzar o poder lograr algo. Es un sentimiento de impotencia ante una situación indeseada. Existe: ¡un malestar!

La frustración es el sentimiento que fluye cuando las promesas del líder no son cumplidas. Cuando no se consigue alcanzar el objetivo de bienestar ofrecido, por el cual muchas personas se han propuesto y por el que han luchado insistentemente. Se siente ansiedad, rabia, depresión, angustia, ira… Sentimientos y pensamientos autodestructivos para las personas por el nivel de insatisfacción que se presenta.

Cuando el nivel de malestar e inconformidad se mantienen en el tiempo y en el espacio, el nivel de rechazo y frustración crece y se reafirma y los seguidores en ese estado de ánimo se cobijan en la paciencia, que viene a ser la actitud que interponen y desarrollan las personas para poder soportar contratiempos y dificultades, para conseguir algún bien común. La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, ante el descontento, no reaccionar o un simple aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las realidades coyunturales que pone a la disposición de las personas, para iniciar un proceso diametralmente opuesto al nivel de desesperanza e inconformidad vivencial.

La paciencia es la virtud por la que las personas soportan –hasta un límite– con ánimo sereno los males y los avatares de la vida (tal como cuando se padece una enfermedad), no sea que por perder la serenidad se abandonen los pocos bienes (perdiéndose hasta la esperanza), pudiéndose llegar a males mayores.

La paciencia es un rasgo de personalidad madura. Esto hace que las personas que tienen paciencia, sepan esperar con calma –hasta cierto término– que las cosas sucedan, ya que piensan que a las cosas que no dependen estrictamente de cada persona, hay que darles determinado tiempo y, que una vez concluido ese lapso, hay que pensar en un cambio que garantice la consecución de las mejoras deseadas. De aquí que el cambio no puede ser “cualquier cambio”, tiene que ser un cambio que garantice mejores contextos que los actuales.

Las adversidades, así como los niveles de insatisfacción personales y colectivos, como consecuencias de los resultados infructuosos de la gestión del líder, tienden a desarrollar en los seguidores -colectividad- una sensibilidad que les va a permitir identificar los problemas, contrariedades, fracasos del día a día y, por medio de todo ello, afrontar la vida de una manera exigente y -preferiblemente- de pronta solución.

Cuando los cambios de las mejoras ofrecidas no llegan, el nivel de frustración es tal que el comportamiento de los seguidores se transforma de paciente a impaciente y desdoblan una conducta poco inteligente.

Por las ideas desarrolladas en los párrafos anteriores, el liderazgo –sobre todo el público– está comprometido con la capacidad de promover continuo progreso, desde una predisposición al cambio creador y una visión compartida que ilusiona y mueve a las personas hacia las metas deseadas en cada momento. El liderazgo representa, por tanto, avance y perfeccionamiento para las personas, impulsadas por esa visión compartida y ambos efectos (avance y perfeccionamiento) deben estar orientados a todos los estratos organizacionales y de la sociedad en general.

Estas concepciones de liderazgo cuentan con una dimensión ética que reconoce la capacidad del ser humano para actuar por motivos trascendentes en beneficio del progreso colectivo. El denominado liderazgo de servicio -que debería ser el estilo predominante en la administración pública-, fundamentado en una visión holística de la realidad, en un sentido de comunidad y en un proceso de concepción y adopción de decisiones compartido, antepone -como principal valor- el servicio a los demás, destacando también el importante papel que las organizaciones públicas y privadas pueden y deben tener en la mejora de las condiciones y calidad de vida de las personas y en el ascenso de la sociedad.

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