La política es así: “Cervantes, camarada, tu muerte será vengada”

La actual discusión en torno a la modificación de la Ley de Universidades ofrece una excelente oportunidad para posar la mirada en estas instituciones. El veto otorgado por el ejecutivo y el llamado a debatir es una oportunidad que no se debe despreciar. Desafortunadamente esta discusión ha estado subordinada a agendas políticas particulares. No se ha puesto el acento en aquellos aspectos que modelan el carácter único de la institución universitaria. Gobierno y cierta oposición comparten una misma visión de la universidad. Esta comunión explica su confusión a la hora de diferenciar las dimensiones del poder y de autoridad; este desconcierto, sin dudad, ha invadido las estrategias diseñadas para emprender la defensa y renovación de estas instituciones.

Unas de estas distorsiones ha sido asumir esta corporación como un espacio donde se reproducen estructuras de poder homologas a las existentes en la sociedad. Los vicios del clientelismo, burocratismos, administrativismo, etc. tienen su origen en esta confusión. Sin embargo la naturaleza de la autoridad en estas instituciones es diferente a la que prevalece en las instancias políticas de la sociedad. Las jerarquías universitarias se deben basar en el auctoritas académico, por lo que sus relaciones no pueden ser consideradas como verdaderas relaciones de poder.

Insistimos. La autoridad académica debe nacer del respeto que irradia el miembro de la comunidad universitaria que se destaca en la creación, difusión y aplicación del conocimiento. Se trata de un ejercicio de liderazgo de talante académico y no del que brota del poder del “jefe”; el académico debe ejercer la hegemonía intelectual en su institución y, en consecuencia, “no requiere de aparatos propagandísticos que lo creen o lo refuercen, ni de estructuras jerárquicas permanentes que tengan como función mantenerlo.” (Fuenmayor).

La mesa está servida. Depende de los universitarios enriquecer el debate e intentar orientarlo hacia la búsqueda de alternativas que recupere, afiance y profundice la dimensión intelectual de nuestra institución. No cabe la menor duda que la universidad es una construcción social y, en consecuencia, debería comportarse a tono con esta alta responsabilidad. Sin embargo, para cumplir eficaz y eficientemente esta misión, es imprescindible dotarla de una autonomía crítica que le permita distanciarse de su entorno para poder cuestionarlo, valorarlo y transformarlo. El marco institucional universitario actual no facilita a plenitud esta altísima misión. Es tiempo de abrir el pensamiento y auscultar inéditas respuestas a las graves interrogantes que se ciernen sobre el viejo y oxidado tramado organizacional sobre el cual descansan nuestras instituciones de educación superior.

La esencia de la universidad, lo que le da persistencia y continuidad temporal, en palabras del profesor Briceño Guerrero, “son los haceres que se engendran cuando la pequeña vigilia de nuestros sentidos está gobernada por la voluntad de saber”

Aún es válida, entonces, la consigna del movimiento de reforma de los años sesenta: “Cervantes, camarada, tu muerte será vengada”

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