La Política es así: La conquista del poder

La obtención y preservación del poder es el eje central de toda actividad política. Afirmación obvia, muchas veces ignorada por quienes practican esta actividad. Autores diversos han reflexionado en torno a este importante tema. Por ejemplo, Max Weber (1864-1920) colocaba el poder y el Estado como el objetivo de la política. Carl Schmitt, (1888-1985) por su parte, le otorgaba un sentido agónico que se desprendía del antagonismo entre fuerzas diferentes alineadas en una relación amigo-enemigo. Antonio Gramsci (1891-1937) amplió esta visión. Trasladó su búsqueda hacia la sociedad civil. Lo fundamental sería conquistar la hegemonía en el plano de las ideas antes de asumir el poder político. Estas acotaciones vienen a cuento con la finalidad de resaltar una realidad ya advertida por estos autores.
Cuando el poder no es el centro de la actividad política ésta adquiere un sentido administrativo y burocrático.

La campaña electoral proporciona un escenario ideal para confrontar dos visiones antagónicas relativas a esta búsqueda. La ofertada por el oficialismo y la oposición. La primera es dicotómica y polarizada.
Organiza aliados y adversarios en una relación amigo-enemigo. De ahí su consigna emblemática: “Patria, socialismo o muerte. Venceremos”. Sus aristas dominantes: centralismo exacerbado y una visión única del país. La oposición, por su parte, no ha podido desarrollar una estrategia que le permita hegemonizar con nuevas ideas el ámbito electoral y político. Su táctica es electoral. Carece de una visión que le permita ejercer la dirección intelectual del país. De ahí el sesgo burocrático que impregna su actividad.
Desde luego esta descripción es dura y, quizá, injusta. Existen organizaciones que desde perspectivas particulares intentan desarrollar y difundir ideas a partir de las cuales se podría formular un discurso político con vocación hegemónica.

Por ejemplo, estos grupos comparten un cierto consenso en torno a áreas que se consideran básicas para el diseño de un proyecto nacional (pobreza, paz, empleo, justicia, etc.,). Sin embargo, soslayan la dimensión del poder. Carecen de una explícita voluntad de poder. No conectan la particularidad de estas reivindicaciones con una oferta política que las condense y les proporcione potencialidad hegemónica.

Ciertamente el país requiere de una nueva configuración institucional. Y de un discurso político alternativo que exprese esta circunstancia. El federalismo autonómico constituye el punto de partida para esta narrativa. La lucha por las autonomías proporciona los contenidos concretos que la contienda electoral y política debe obtener y proteger. Solo así se podrá alcanzar y ejercer la dirección intelectual y política de nuestra sociedad.

Insistimos. Lo electoral desprovisto de esta oferta alternativa corre el riesgo de restaurar el pasado. Ya hemos tenido experiencias históricas en este sentido. No debemos perder de vista que el centralismo no se agota en el tema administrativo. Por el contrario, constituye un dispositivo simbólico que invade con su lógica todo nuestro tramado institucional. El federalista, por otra parte, es un relato polifónico. Vale decir, permite la pluralidad de voces como instrumento para alcanzar la dirección intelectual y política de nuestra sociedad.

De esto se trata la conquista del poder.

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