La Política es así: La política del disimulo

José Ignacio Cabrujas conceptualizó como “estado de disimulo,” el agotado marco institucional sobre el cual descansaba el Estado Venezolano. Entendía esta circunstancia como una suerte de mascarada institucional que ocultaba nuestras carencias. En consecuencia el Estado se saltaba la responsabilidad de proporcionar respuestas apropiadas a estas insuficiencias. Esta simulación llegó a su tono más alto a finales de la década de los ochenta y cristalizó en el juicio montado al entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Los “simuladores” no pudieron comprender que, en el fondo, se estaba resquebrajando las instituciones democráticas del país. Su resultado es conocido. Proporcionó piso a la llamada V República y desbrozó el camino para el tránsito hacia el llamado socialismo del siglo XXI.

Reflexionar sobre aquellos acontecimientos es tarea de urgencia. No se deben repetir apreciaciones erróneas. Los actores políticos no deben sobrevalorar las circunstancias electorales presentes en la actual coyuntura. En este sentido, es válido formular diversas interrogantes. Por ejemplo, ¿por qué el bloque opositor no ha podido vencer electoralmente con satisfacción al oficialismo? ¿Su propuesta difiere radicalmente a la representada por el Gobierno? ¿Se conoce este proyecto de país? ¿Es compartido por la totalidad de los componentes del bloque opositor? Me parece que detrás de esta imposibilidad de construir una nueva mayoría subyace, entre otros obstáculos, la rémora de un pasado que aún pesa sobre gran parte de estos actores políticos. Un número significativo aún se encuentra sumergido en las viejas recetas que prevalecieron en el pasado.

En otras palabras, el problema no consiste exclusivamente en derrotar electoralmente a Chávez. Es indispensable desplazar las ideas que han sustentado su acción de Gobierno. Propuestas, que en lo sustantivo, hasta hace poco, eran compartidas por casi la totalidad de los actores políticos que hacen oposición. Recordemos, que una de las aristas que alimentó la crisis política de finales de los ochenta fue el carácter liberal del paquete de medidas económicas denominado el “Gran Viraje”. Este programa no fue comprendido por los actores políticos. Su cultura política anclada sobre un populismo matizado por la comodidad petrolera se alzó como una barrera que no pudo ser derribada.

El tacticismo populista aún pesa. Quizá esta circunstancia opere como un velo que impide a la población visualizar a la oposición como una opción sustantivamente distinta a la que prevaleció en la IV y a la que se encuentra en pleno ejercicio en esta V República.

Al igual que ayer, lo que está en juego es la institucionalidad democrática. Esta política del disimulo puede conducirnos hacia otra frustración histórica.

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