La Reforma Universitaria peruana: la envidia que nos da

Se habla hasta por los codos en toda América Latina de la importancia estratégica que tiene la educación, como elemento que define lo que los países podrían llegar a ser en un futuro nada lejano.  Sin embargo, los gobiernos -preocupados por lo general más por lo urgente que por lo importante- no suelen entrar de lleno a  analizar las necesarias reformas en los sistemas educacionales, y siguen, por lo tanto, en estas materias, avanzando en la misma senda que ya ha sido definida hace varias décadas atrás.

Hasta ahora, el gran indicador de lo que se hace en educación ha sido el porcentaje de cobertura, es decir, medir cuántos de los hombres y  mujeres que, de acuerdo a su edad, podrían o deberían estar inscritos en algún establecimiento educacional, efectivamente lo están. Y en ese campo, los índices de cobertura que exhibe la América Latina no son malos. Hay elevados índices de cobertura educacional, tanto en educación básica, media y universitaria. No es malo, desde luego, que la cobertura educacional se eleve y se mantenga alta. No es malo que existan colegios, liceos  y universidades dislocadas en todo el territorio nacional, en cada país de nuestra América. Pero es igualmente importante, que la educación sea de buena calidad. Y cuando el problema se plantea en esos términos, se abren polémicas interminables, que muchas veces terminan por paralizar las reformas que se intentaban realizar.

En Perú se ha aprobado recién, a nivel parlamentario, una reforma universitaria cuya columna vertebral está centrada más en la calidad de la educación que en la mera extensión cuantitativa de la misma. Dicha reforma está conformada por un conjunto de grandes ideas-fuerza, que puede que no solucionen de un plumazo todos los problemas de la educación universitaria, pero que avanzan en la dirección correcta. Veamos algunas de esas ideas.

En primer lugar, impone la norma de que todos los profesores universitarios tienen que tener el grado académico de Master. Así de simple. Es decir, se elevan los requisitos necesarios como para ejercer de Profesor universitario. Ya no basta con ser Licenciado, sino hay que tener un nivel académico más elevado aun. Es obvio, que el título de Master puede haber sido adquirido en universidades de poco rigor académico, y que ser Master no asegura de por sí, vocación académica ni docente. Pero es mejor así que nada.

Otro componente importante de esta reforma peruana, es que se impone a todas las universidades, públicas y privadas, tener un 25% o más de su personal académico en calidad de personal a jornada exclusiva. También, así de simple. Eso obliga, a que un porcentaje importante de la actividad docente sea realizada por profesores, que hacen de la docencia y de la investigación una actividad central de su vida laboral y profesional.

Y para fomentar la actividad investigativa en el seno de la universidades, precisamente por parte de ese personal académico que trabaja en jornada exclusiva en el seno de las universidades, se concede un 50% más de remuneración a quien realice investigación.

Otro asunto importante, es que se impone que todos los alumnos, para recibir el grado académico que bachiller -correspondiente al ‘bachelor’ norteamericano- tengan que realizar un trabajo de investigación; es decir, que no sea un título automático.

En aras de mejorar la gestión administrativa de las universidades -que parece ser un punto flaco de todas ellas en toda la América Latina- se establece que las universidades tendrán que contar con una gerencia administrativa, encargada profesionalmente de todos los aspectos que correspondan, y que sustituya, por lo tanto, a los Vicerrectorados administrativos, que por lo general, son docentes o investigadores prestados a la actividad administrativa, sin mucho conocimiento ni continuidad en esas labores.

No se trata, obviamente, de reformas que sean la panacea universal. Dejan muchos problemas sin resolver y su implementación requerirá de períodos de transición que hay que definir en forma cuidadosa, para asegurar que la transición sea ordenada. Pero se trata de cambios que se hacen, con la mente del legislador más puesta en el problema de la calidad que en la mera extensión cuantitativa de los sistemas universitarios. Se trata de cambios que se orientan en la dirección adecuada.

Blog: sergio-arancibia.blogspot.com