La tragedia de la ineficiencia y la catástrofe del conformismo

El primer factor que compone el círculo vicioso que he señalado, es la ineficiencia. Tristemente, pareciera que dicho fenómeno fuese lo único permanente en el ámbito político y económico; y más catastróficamente en la memoria social de nuestro país. La tragedia de la ineficiencia es un lastre sumamente dañino que arrastramos desde hace mucho, pero el caso de Venezuela es especialmente difícil, pues la misma ha logrado traspasar los límites del problema puntual para convertirse en una característica que, resignadamente, la sociedad ha adoptado como parte de la cotidianidad. No es extraño escuchar la lamentable frase: “es que los venezolanos somos así…”; frase que en sí misma significa una renuncia consciente a toda posibilidad de prosperar.

El otro factor que entra en juego en este círculo vicioso, es el conformismo, y es justamente éste el que activa todo el poder destructivo del maléfico ciclo; es decir, potencia el poder de la ineficiencia y da luz verde a los ineficientes de oficio. Sencillos hechos y pensamientos cotidianos nos deben alertar sobre la catástrofe del conformismo en auge: si la calle está bloqueada por una obra inconclusa, siempre tendré una trocha alternativa; no importa que la calle no tenga rayado o el alumbrado público no funcione, por lo menos no hay muchos huecos; no importa si la luz se va, porque gracias a Dios puedo comprar una planta eléctrica y problema resuelto; y no importa que el hampa esté desatada, de todas formas yo no salgo nunca en las noches de mi casa… Y a la sombra de esta cotidianidad –entre chistecito y chistecito- crece y crece la ineficiencia por ausencia de una verdadera contraloría social, y nuestros hijos crecen pensando que está bien no respetar las reglas y obviar los principios, si al final todos los irrespetan.

En el medio del remolino, ineficiencia y conformismo se consumen nuestros valores y nos resignarnos pensando que nuestro buen humor, capacidad de adaptación y “viveza”, son suficientes atributos para sobrellevar los problemas y construir un país. No nos vamos a despertar una mañana, abrir la puerta de la casa y encontrarnos con un país próspero por arte de magia, sólo porque pensamos merecerlo, o por la tarea de un sólo hombre. La prosperidad en sociedad, al igual que la motivación por lograr, es un ejercicio interno, personal y difícil, que requiere compromiso y fuerza de voluntad, y los países que son prósperos lo son, porque sus ciudadanos decidieron serlo y ejercitan y protegen esa prosperidad sobre la base de principios y valores. La prosperidad no se decreta.

Desarrollar en todos y cada uno de nosotros la convicción, de que el buen hacer es la condición primaria y esencial para convivir en armonía, con esperanza y en prosperidad, es tarea necesaria; y es la única forma de no sucumbir ante la tragedia de la ineficiencia y la catástrofe del conformismo.

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