La transición como cambio

            Desde el comienzo de la civilización humana, se ha venido observando procesos de transición; que significa que el hombre no ha permanecido estático, sino que ha sufrido múltiples transformaciones. Por cierto, que el término transición en algunas oportunidades, se le ha considerado como pasar la página y de no prestarle la atención debida a las cosas. Empero como la realidad es porfiada. Se aborda la transición que deriva del latín transitio, el cual se refiere al efecto de pasar de un estado  diferente a otro; es decir, un modo de ser y estar distinto.

            Para la Real Academia Española (2017), como la acción o el efecto de pasar de un modo de ser a otro distinto. También, como un cambio repentino. En palabras más, palabras menos, se corresponde al proceso mediante el cual se produce un cambio en el cual una situación preexistente  es modificada y transformada por otra; de modo, que esta conlleva a la sustitución de creencias, paradigmas y valores.

            De hecho, para otros la transición, se trata de un periodo intermedio en el cual algo sucede o se pasa de un estado a otro, que se manifiesta por cierto tiempo, con la posibilidad de desaparecer, pero que pueden quedar reminiscencia del pasado, hasta que lo nuevo logre imponerse y enseñorearse de forma definitiva.

            Cabe apuntar, que ya anteriormente, Herodoto (445 a c) señalaba: “Que lo único constante es el cambio”. Por ello, se plantea la transición en distintos ámbitos de la vida del ser humano como: en el espacio subjetivo y familiar; el paso del parto a la vida, el paso por las distintas etapas del ser humano (niñez, adolescencia, adultez); en el escenario político, el cambio de un régimen a otro, la sustitución de las dictaduras a la democracia, en las ciencias naturales el paso de un estado sólido a liquido, en el entorno social se puede observar la diáspora y la migración de las personas a distintos espacios del planeta y así sucesivamente.

            Ahora bien, en los ciclos de transición, vienen acompañados en los niños, jóvenes y adultos con sentimientos de duelos, los cuales se producen por la pérdida de un familiar querido, la presencia de un familiar con un patología de carácter terminal, la separación de de parejas, los viajes, mudanzas,  la diáspora, el cambio de los centros de educación, así como los desastres naturales, los regímenes que aspiran eternizarse en el poder.

En concordancia con lo anterior, permite que se produzcan conductas diferentes a lo normal, se observan niños, jóvenes y hasta adultos  con actitudes de agresividad, ansiedad, apatía, conductas hostiles, violentas, indiferencia, mal humor, y hasta  la perdida de la motivación por la educación, y el interés por los demás y por la vida.

 En reiteradas oportunidades, he escuchado frases como: “Este país se lo llevo, quien lo trajo”. “Este país es un estiércol y aquí no vale la pena seguir viviendo”. Por ende, en la vida los seres humanos tienen tres (3) opciones: el silencio, la huida o la participación  En pocas palabras, caen en lo que se denomina la depresión y la desesperanza.

De igual manera, como consecuencia de la diáspora que vive el país, en los últimos años, he visto como las personas de la juventud prolongada (tercera edad) se han quedado solas, debido a que sus familiares se han marchado de la nación, en búsqueda de mejores condiciones de vida. A pesar, de que sus hijos les envían los recursos y remesas para alimentarse y mantenerse en vida. No hay ninguna duda, que la soledad y la ausencia de sus seres queridos, producen enormes duelos y enfermedades. Además, que se cumple el axioma que:” el cuerpo grita lo que la boca calla”.

En función de lo anterior, cuando ocurre este tipo de situaciones lo vital es intentar comprender y tener paciencia. Cualquiera diría que es muy fácil decirlo, pero qué difícil es cumplirlo. Sé que no es nada sencillo, no es como pelar las mandarinas, pero hay que intentarlo. De acuerdo, con un aforismo dice:”Que el sabio comprende mucho y sufre poco”. “Es mejor la miel que la cicuta”.

De ahí, que sea necesario entender los hechos, por muy difíciles y dolorosos que sean. No se hace nada bien, meter a los niños y jóvenes en una burbuja; es decir, que no sepan nada, que no se enteren de lo sucedido, que se hagan lo desentendidos.  Otro comportamiento avieso de algunos padres desesperados, es la de prometer cosas, que luego, no se van a cumplir. Simple y llanamente para salir del paso. Ya antes Aristóteles (350, a c),  al embustero nadie le cree, porque cada vez que intenta decir, la verdad, nadie le cree.

Entretanto, lo sensato es decir la verdad y darle el apoyo; es vital que  ellos sientan que no están solos, y además, que cuentan con su familia. Hay que desarrollar lo que se denomina el Síndrome del Bioanalista, en cual el profesional de la salud, toma una muestra de sangre y después que realiza los exámenes respectivos, su veredicto es decir, la verdad, independientemente de lo que sea. Lo grave seria ocultarla.

En este mismo contexto, debe evitarse en la transición – tiene que ver con el deseo – asignarle responsabilidad a los niños y jóvenes de lo que sucede en los duelos. Muchas veces, se escucha a padres diciéndoles a sus hijos que las decisiones que toman, lo hacen por ellos, que se trata, de proteger su futuro y por mejorar la calidad de vida. Que desean lo mejor para su destino.

Visto lo antes planteado, se genera en el interior de los jóvenes, indicios de culpabilidad y responsabilidad sobre algo sobre la cual ellos, no tienen control y a su vez nada que ver. En las transiciones se producen heridas en las personas. Recuerdo aquella frase que señala: “que las personas duelen como las heridas”. Finalmente, cuando los seres humanos, no logran superar los estados de desesperanza, producto de la transición, lo prudente es buscar la ayuda psicológica, de orientación y de salud  con la finalidad de superar estos momentos de incertidumbre y complejidad.

Carlos Blanco; [email protected]