La tristeza, la rabia, el miedo y la desesperanza caracterizan a los venezolanos

POR FRANCISCO OLIVARES @FOLIVARES10 FOTO: AP

EL ESTÍMULO. @elestimulo

La tristeza, la rabia, el miedo, la desesperanza son emociones que predominan en el venezolano. Sin embargo la esperanza y las expectativas de un cambio surgen como un antídoto a ese dolor social que afecta al ciudadano abrumado por los problemas de violencia criminal, escasez y alto costo de la vida. Ese diagnóstico se encuentra reflejado en el estudio “Mapa Emocional de Venezuela”, una investigación realizada en varias regiones del país por un grupo de especialistas encabezado por la psicóloga Yorelis Acosta.

Con rigor científico se puede afirmar que la tristeza, la rabia y el miedo son las principales emociones que se han alojado en el alma de los venezolanos en los últimos años. Tales sentimientos han invadido todos los espacios de la vida social y no hay lugar ni grupo en el que lo relevante no sea enumerar las dificultades y preocupaciones del quehacer diario.

¿Por qué los venezolanos se sienten tristes, o por qué hay un predominio de emociones negativas? Hay factores contextuales que afectan la tranquilidad, la salud mental y en consecuencia la calidad de vida de las personas.

“Ya, ya basta. Suficiente. Necesitamos regresar a la vida. Más aún, los venezolanos estamos asustados. Muy asustados. No entendemos cómo pudimos llegar a este derrumbe general. A este naufragio de la normalidad”. Describía en una de sus últimas crónicas el escritor Leonardo Padrón haciéndose la misma pregunta.

La psicóloga social, Yorelis Acosta, profesora e investigadora de la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Católica Andrés Bello, ha indagado sobre el porqué de estas emociones en continuos estudios de investigación de campo. El último de éstos: “El mapa emocional de Venezuela” que fue realizado en varios estados del país a mediados de 2015, revela el drama individual y social que en los últimos años se ha anidado en la psiquis del venezolano.

“Se habla sólo de la descomunal escasez. Del laberinto de colas en los supermercados. Del costo desmedido de la vida. Comprar un apartamento es un evento inaccesible. Un carro es una extravagancia de cifras. Un mercado es un asalto a la quincena. Un aguacate es un grito en el bolsillo (…) Somos eclipse y sequía. Las conversaciones solo cuentan violencia: el general y su esposa asesinados con 30 tiros, el video del hombre que quemaron en Catia, el chef que lincharon por un equívoco (…) duelos entre bandas que llenan el cielo de metralla”, así describe Padrón el laberíntico mundo que ha cercado al venezolano del llamado socialismo del siglo XXI.

Ese drama ha sido sistematizado en cifras y en entrevistas individuales y está registrado en el estudio encabezado por la experta investigadora, Acosta, quien contando con el trabajo de campo de estudiantes de Comunicación Social de la UCAB e investigadores de varias regiones del país, identificaron las emociones que se gestan en el venezolano. Tales emociones podrían sintetizarse en la conclusión del estudio que expresa que “en Venezuela existe un dolor social”.

Para el estudio que buscó conocer la prevalencia de emociones básicas en Venezuela, se levantaron 2.532 respuestas durante los meses de junio a septiembre del año pasado y 568 respuestas luego de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre en 10 estados del país. Destaca la investigadora que más que cuantitativo es un estudio cualitativo que se complementó con posteriores entrevistas en profundidad.

Si bien los resultados indican el predominio de emociones negativas como la tristeza la rabia, el miedo y la resignación antes del 6 de diciembre, después de esa fecha se fortalecen otras emociones como la esperanza.

Pero más allá de los datos, resalta la especialista, llamamos la atención desde este acercamiento psicosocial sobre el sufrimiento del país debido a las condiciones adversas percibidas por las personas que participaron en el estudio, como la inseguridad, la escasez de alimentos y medicinas, el alto costo de la vida y la anarquía.

Pueblos tristes

Ante la pregunta: ¿Cuál emoción predomina en Ud. en este momento: miedo, esperanza, rabia, tristeza, resignación, alegría, repugnancia, expectativa? En términos numéricos el estudio arroja que la emoción que más afecta al venezolano es la tristeza, con 19.73% de las respuestas; seguido de rabia 16.6%.

La esperanza y la expectativas aparecen como un efecto reactivo a las anteriores con resultados exactamente iguales, 16.26%. El miedo está presente con 12,87% de las respuestas; la resignación en 10.5%; la alegría, con 5,56%, y en último lugar, 141 personas en esta muestra, entre un universo de 2.534 entrevistas, seleccionaron la opción de repugnancia (1,45%).

La preocupación sintetiza todo lo que hay en el contexto, señala la investigadora Yorelis Acosta: en lo económico, por la escasez, por la inseguridad, por la crisis en los servicios.

Una serie de eventos alimentan constantemente estas emociones: por ejemplo las explosiones sociales en el estado Zulia, en las ciudades de Cumaná y Maturín, las protestas contra el racionamiento de electricidad; los saqueos por la escasez de alimentos; el drama de los pacientes al borde de la muerte. Una expresión extrema han sido los linchamientos, que responden a la impotencia ante la incapacidad del Estado para controlar la delincuencia y atacar la impunidad.

Caracas y la clase media

Llaman la atención en el estudio las respuestas que se obtuvieron en Caracas en las entrevistas de acuerdo al nivel socioeconómico, tanto cualitativas como cuantitativas.

Las respuestas de la clase media y la clase popular resultaron con visiones muy diferentes en cuanto a cómo perciben la crisis. Aunque en Caracas predomina la esperanza como la emoción más asentada, en la clase media está en primer lugar la tristeza y el miedo, en tanto que en las clases populares los valores que predominan son la esperanza y expectativa.

Aunque se identifican las mismas dificultades y se caracterizan de la misma forma, la clase media refleja mayor temor (miedo) y tristeza que las clases populares.

En Caracas se realizaron 947 entrevistas, que se dividieron en 454 en zonas de clase media y 493 en zonas populares.

Explica la investigadora que las emociones negativas tienden a ser más sentidas en la clase media debido a que ésta ha tenido que transitar en las actuales circunstancias por espacios que le eran desconocidos, ha sido golpeada y se ha visto bastante disminuida, se siente humillada, degradada.

Nunca se habían imaginado transitar por espacios y situaciones como ahora, cuando tiene que madrugar para hacer colas, implorar por una medicina, encontrar que no le alcanza la quincena para comprar alimentos. Asimismo sufre más marcadamente el tema de la inseguridad, se siente atrapada, impotente. Una característica que se hace visible con fuerza es el desamparo ante las instituciones, ante los organismos de justicia, ante las instituciones cuando éstas no responden a sus derechos.

A diferencia, las clases populares se han enfrentado a la adversidad desde siempre en las barriadas, en el día a día y hasta en la vida laboral. La muerte pareciera que ronda cerca de ellos, de sus vecinos. Se observa en los testimonios de esas madres que dicen:“¡Ya me han matado dos muchachos!”.

Son condiciones de vida distintas. Pero ocurre que en el actual contexto todos se unifican, todos son Venezuela, comparten la cola y se ven obligados a aprender de esta situación, enfatiza Acosta.

Esa condición del sector popular también explica por qué en ese segmento la esperanza, la expectativa de salir de allí e incluso la alegría, tienen mayor presencia que en la clase media.

Detrás de las emociones

Particularmente Zulia aparece con una gran carga de tristeza y rabia como las emociones que más predominan. Sin embargo las emociones que puedan considerarse “negativas “pueden generar en las personas reacciones inesperadas. Precisa la investigación que si bien la tristeza paraliza, la rabia puede ser un detonante para movilizar, para reclamar derechos.

Las distintas respuestas observadas en Zulia respecto a otras regiones pueden estar vinculadas a la propia experiencia y a influencias de contexto, como puede ser el clima, que pueden afectar la conducta de las personas. La suma de esas emociones son combinaciones muy peligrosas, que pueden convertirse en conflicto social o explosiones espontáneas, como ya ha ocurrido en esa entidad.

Pero por ejemplo la combinación de la tristeza y la desesperanza pueden provocar que la gente tienda a paralizarse a no salir, a pensar “¡ya no hay nada qué hacer!”, e incluso llegar a un extremo de optar por el suicidio.

Aclara la investigadora que las emociones tienen un lado bueno y otro negativo. Por ejemplo la tristeza en sus estadios iniciales puede ser interesante y hasta puede ser positiva porque, aunque la persona está ensimismada y paralizada, está reflexionando y de esa reflexión puede sacar mejores estrategias para enfrentar una situación adversa.

Pero cuando la tristeza te acompaña siempre tiene un correlato, una dimensión fisiológica de pensamiento y de acción. Entonces el pensamiento que se enquista en la gente con tristeza es “no puedo”, “para qué voy a participar si no voy a conseguir nada” etc. Visto desde lo social también hay sociedades que se han definido como “No podemos”.

En el estudio se detectaron regiones donde aparece la resignación como la emoción número uno. Una sociedad resignada es inmóvil, una sociedad temerosa. Esta emoción resultó muy alta en Portuguesa.

El miedo se destaca en Nueva Esparta y en Cojedes. Una sociedad temerosa igualmente es una sociedad inmovilizada, con más tolerancia al sufrimiento y con menos recursos sociales para enfrentar la adversidad.

Precisa la sicóloga que las emociones se comportan como las vacunas ante las enfermedades. “Si te pones la vacuna de la gripe no es que no te va a dar gripe, sino que si te la contraes ésta será más suave. Cuando predominan las emociones positivas los anticuerpos son más fuertes, llegan los momentos de crisis y adversidad y los vas a poder enfrentar. Pero si te agarran con un bajón en las defensas, que es lo que nosotros estamos viendo en algunos sectores del país, te paralizan. Sostiene la investigadora que las emociones también se han usado como forma de dominación de parte de gobiernos dictatoriales o populistas.

Dolor y tolerancia

Uno de los elementos que destaca el estudio es la capacidad de tolerancia que está mostrando el venezolano en estos tiempos frente al dolor, a la indolencia. El hecho de que una colectividad concluya ante un hecho de violencia en la que ha sido víctima: “¡Bueno, al manos no te mataron!”, o que se celebre “¡solamente hubo 30 muertos este fin de semana!” es una comparación en la que aceptamos la tragedia.

Explica la especialista que esto lo observamos cuando nuestra referencia de criminalidad ha llegado a ser muy alto, y eso se ha asimilado de esa manera.

Los índices de inseguridad (o más bien violencia criminal) son tan altos que ya son patológicos en relación a otros países de América Latina.

Señala como ejemplo que tenemos en Venezuela un índice de 90 homicidios por cada 100 mil habitantes y eso nos ha llevado a considerar como un alivio que pudiéramos bajarlo a 30 por cada 100 mil habitantes, cuando para la Organización Mundial de la Salud (OMS), 30 homicidios cada 100 mil habitantes es considerada una sociedad muy violenta.

Del estudio se desprende que los venezolanos han ido subiendo su nivel de tolerancia al dolor pero eso no significa que nos estemos acostumbrando, que estemos contentos de vivir con eso. Se reconoce que hay un sufrimiento.

Destaca Acosta que las sociedades violentas tienen muchas consecuencias en pérdidas tanto económicas como humanas y psicológicas. Hay una relación directa entre esos índices negativos y la salud, la tranquilidad y la calidad de vida, pero “tantos años con este sufrimiento nos han hecho más tolerantes al sufrimiento, concluye, el estudio.

Se han perdido los derechos

Frente a la pérdida de institucionalidad y de los derechos ciudadanos hay mucho desamparo en la gente. La gente ya no cree o poco cree en las instituciones, sostiene Acosta. Así lo reflejan las respuestas de los entrevistados y otros estudios de opinión que identifican ese sentimiento.

En este “mapa emocional” aparece la “desesperanza” con mucha fuerza. Es allí donde aparece el dilema de para qué voy a reclamar o para qué me voy a movilizar si lo que se va a solicitar no va a tener ningún respaldo o ninguna respuesta de las autoridades.

Otro ejemplo que destaca la investigadora es lo que ocurre frente a la justicia cuando la gente desiste de poner la denuncia porque de antemano supone que no habrá resultados. Eso deviene en situaciones que se están viendo, como los linchamientos, cuyos números van en aumento. Igualmente se pueden producir formas de protestas más radicales porque el Estado no ha dado respuestas y la gente ya no cree que a través de las instituciones se pueden conseguir resultados, como ha sido el caso de algunos saqueos a centros de distribución de alimentos que se extienden por todo el territorio.

El linchamiento es una reacción de una colectividad que ya no cree en el sistema de justicia, en el policía, en la institución.

¿Para qué voy a capturar y entregar a un delincuente a la policía si a los dos días estará libre y temo además por la represalia del delincuente? No se sienten protegidos, se sienten totalmente desvalidos. El colectivo reacciona y hace justicia por sus manos, de hecho se suele llamar “justicia popular”, porque el sistema formal no está funcionando.

Advierte que ha habido un incremento de la violencia en estos casos, en los asesinatos, en los linchamientos. Los apalean, los queman.

Y un comportamiento irracional, una vez que se dispara, es difícil de detener. Si en el grupo alguien interfiere y dice “¡ya está!”, “¡ya lo golpeamos!”, “¡ya lo agarramos!”, a ese también se lo llevan por delante. El comportamiento de masas a veces es irracional, pero también estamos viendo elementos de racionalidad, es decir, la gente se está organizando para defenderse, para defender su vida y para defender sus bienes. Esas reacciones se han desplegado en algunas urbanizaciones y barrios.