La Universidad Latina en el siglo XXI

Debemos pensar en la Universidad como la valorización de diferencias y talentos y no como una escuela vocacional, capacitando y formado gente para un oficio particular.

La vida de los oficios es ahora muy corta, si se la compara con la vida profesional, lo que hace necesario preparar un ser humano no sólo para el presente, sino también para el futuro.

No debemos olvidar que la Universidad esta obligada a descubrir los talentos y capacidades de cada persona, desarrollándolos, permitiéndoles que todo eso se abra como una flor en primavera.

A la gente hay que interesarla por cuestiones que, a lo mejor, nada van a tener que ver con su profesión inmediata. Esa será la forma para que, después, en ese primer puesto de trabajo, se destaque por la creatividad, por realizar cosas diferentes a los demás. Ahí reside la clave de la eficacia frente a la competitividad.

Lo más importante en una Universidad no es construir edificios, generar aranceles, de disponer de salas equipadas y administrar carreras, sino que es generar nuevas ideas. Esa es la verdadera obligación de un Directivo, de un Rector.

Formar a un ser humano que esté más adentro que arriba; es decir, influir más que mandar, las ideas más que el poder. Que el amor a la verdad sea más fuerte.

Necesitamos dar el paso en una sociedad, en la que lo dominante no sea el racionalismo político y económico, a otra en la que lo que despunte sea la solidaridad, la cultura en todos los aspectos emergentes de la vida. Una sociedad en que el mundo vital posea más importancia que la tecnoestructura.

Todo esto me lleva a pensar en una reinvención de la Universidad, que no sólo produzca «ejecutivos, funcionarios, empleados y burócratas, gente dependiente, para favorecer organizaciones establecidas». De una Universidad que produce adeptos, seguidores y empleados, para llegar a producir líderes empresariales, favorecer la creación de nuevas organizaciones, producir individuos innovadores, independientes, capaces de asumir los riesgos propios a la creación de nuevos emprendimientos.

Gente que no valga por lo que sepa, sino por lo que haga con lo que sepa.

Se puede asegurar, que una vida que merece la pena vivirse es la de una gran idea soñada en la juventud y desarrollada en la edad madura Pero, lamentablemente estamos acostumbrados a recibirlo todo desde arriba. Una visión demasiado jerárquica y estamental todavía, en la que la burocracia y el mercantilismo siguen teniendo mucha importancia; en cambio, creemos menos en la libertad concertada de los ciudadanos.

Debemos aportar más por la vida, no tanto por la organización y si por las ocurrencias, la deportividad, la jovialidad, el aire festivo, incluso, por lo divertido.

Ortega y Gasett, lo llamaba «voluntad de aventura».

Eso es lo que falta en las Universidades chilenas. Hay un desprecio hacia las humanidades, la filosofía, el arte.

En definitiva, un profesional formado aprende las cuestiones técnicas con relativa facilidad. Estas, además, cambian constantemente. O sea, lo técnico varía y se aprende pronto. En cambio, lo humano es lo que permanece y lo que es más difícil de aprender. En una empresa, en una organización de cualquier tipo, el 90% de los problemas que se plantean son humanos, de análisis de situaciones, de tratos con personas, de relaciones. Los grandes errores se cometen, por dejarse llevar exclusivamente por las técnicas.

Debemos modificar sustancialmente el concepto, que los profesionales no deben estar expuestos al riesgo y que deben buscar empleos estables y seguros. Por lo tanto, hay que habilitar profesionales con capacidad y deseos de tomar riesgos y saber transformarlos en realizaciones.

Se hace necesario entender, que el profesional universitario no sólo está habilitado técnicamente, sino que debe, además, poseer formación intelectual, con valores éticos y morales, características que lo transformen en un ser solidario y completo.

Recordemos que la persona es el objeto de la educación y no la profesión.

Debemos lograr que nuestra cultura tenga conciencia que el ejercicio profesional de este siglo, está vinculado a un nuevo paradigma que va más allá de mantener un puesto, y que el éxito de un profesional se mide ahora, no con el parámetro del titulo del cargo y el sueldo percibido.

La forma de medir el éxito profesional en el siglo XXI será a través del logro, la autorrealización, el desarrollo del carácter, la independencia, la responsabilidad social; el ser generador de empleo y emprendimientos. También, por el número de personas que derivan su sustento de la acción del profesional, la contribución económica a sus países, la producción intelectual, la solidaridad con los otros, etc. Se hace imperante desarrollar el valor de la autosuficiencia, para salir del molde del empleo como forma exclusiva de desarrollo.

Debemos entregar a nuestros profesionales una perspectiva de largo plazo no sólo en sus decisiones organizacionales, sino también en sus actividades personales.

Necesitamos desarrollar una nueva generación de jóvenes, gente que logre ver los árboles, pero que también presten atención a la magia del bosque. Que tengan la percepción de todo y de cada parte. Seres humanos justos, que inspiren confianza y demuestren lo mismo con sus aliados, estimulándolos, energizándolos, sin recelo a que le hagan sombra, y sí, enorgulleciéndose de ellos.

Se necesita de jóvenes que creen, en torno de sí, un ambiente de entusiasmo, de libertad, de responsabilidad, de determinación, de respeto y de amistad.

Se necesita de seres menos racionales, que comprendan que su realización personal, está estrellada en sus pasiones y en sus sueños. Se necesita de jóvenes que sepan administrar cosas y liderar personas. Se necesita urgentemente de un nuevo ser, de un nuevo joven emprendedor que diga:

¡Esto con la ayuda de Dios lo hice yo!

Dirección-E: www.fernandovigorena.cl
(*)Conferencista Internacional-Chile