La Universidad necesita organizarse en Núcleos Culturales

«Quien no comprende una mirada,
tampoco comprenderá
una larga explicación.»
Proverbio árabe

Cristovan Buarque, de Brasil, señala, “que la universidad no se puede concretar en transformarse en una fábrica de profesionales fríos, dueños de un saber monstruoso, debe responsabilizarse en ser un centro de formación de seres humanos, con aprecio por la estética, capaces de desfrutar la vida. La universidad necesita formar ingenieros que construyen las máquinas y entienden la fuerza de ellas, pero que también valoran la música, la literatura, las artes en general”.

Para esto, más allá de departamentos y de núcleos temáticos, la universidad necesita organizarse en núcleos culturales, que promuevan la práctica de la ética y de la estética entre sus miembros.

Deben las universidades, en el diseño de sus perfiles de profesionales que forma, incorporar asignaturas que proporcionen todo ese conocimiento cultural propio de los escenarios del presente, evitando deshumanizar al profesional, sin darle la oportunidad de alimentar su espíritu que le garantice ese humanismo necesario de su esencia, que se ha perdido en los últimos tiempos.

Tomar muy en cuenta, como lo aporta Buarque, el incorporar en la formación de sus estudiantes, y en el trabajo de sus profesores, un estricto compromiso ético con el ideal de una humanidad indisoluble. Sus cursos deben orientarse para la preparación de profesionales en áreas de la intervención social, como la educación y la salud. Sus derechos intelectuales se deben subordinar a los intereses de la lucha contra la pobreza en el mundo. La universidad debe ser un agente fundamental de la “Declaración del Milenio” de las Naciones Unidas.

Las autoridades universitarias, que actualmente gobiernan las universidades, deben identificarse más con la necesidad de incentivar en la formación de los profesionales, a seres que realmente sepan actuar de acuerdo a los requerimientos que los escenarios demandan, garantizándoles a sus egresados una formación ética, un liderazgo que se transforme en generadores de cambios, transformaciones necesarias para colaborar con el desarrollo del país.

Tomar muy en cuenta, por ejemplo lo que aporta el Dr. Julio Durand, que el desafío post-modernista implica, que la universidad se plantee seriamente si está dispuesta a asumir la responsabilidad de educar a sus estudiantes, para que sepan responder a los dilemas morales y políticos de nuestro tiempo. Si la respuesta, como creo, es afirmativa, el problema sería cómo construir un modelo educativo comprometido con valores, que respete la pluralidad y diversidad de enfoques y que, al mismo tiempo, no caiga en un relativismo impotente. La pretendida neutralidad ante temas que requieren respuestas complejas y comprometidas no es sostenible, como lo demuestran sus consecuencias perjudiciales en tantos campos de la vida social actual.

La universidad debe buscar la presentación de un ideal de servicio a la sociedad, que tenga sus raíces en valores que puedan ser compartidos por personas de diferentes ámbitos culturales, religiosos y políticos.

Este ideal no se fundamenta únicamente en la reflexión intelectual; no se trata únicamente de adquirir ‘hábitos de la mente’, sino que suponen el desarrollo de lo que Tocqueville llamaba ‘hábitos del corazón’, que ayuden no sólo a ganarse la vida, sino a vivirla con plenitud de sentido, especialmente por estar abiertos e involucrados en el bienestar de los demás y en la construcción del bien común.
Cuando las universidades se identifican con su responsabilidad de colaborar el la formación integral de sus profesionales, puede alcanzar valores que son determinantes en una sociedad, tal como lo recuerda el Dr. Julio Durand, a saber:

a. El amor a la justicia se puede enseñar y aprender de múltiples maneras, primordialmente, con el cumplimiento acabado de las propias obligaciones. Hay que combatir la cultura de la ‘trampa’, del engaño, del ventajismo y los privilegios indebidos.
b. La fortaleza se expresa en la cultura del esfuerzo y el trabajo bien hecho. Un alto nivel de exigencia, apropiado para cada participante, debe ser una nota predominante en la universidad, abandonando el facilismo populista, que termina perjudicando a los estudiantes y a toda la sociedad.
c. El autocontrol, otro modo de llamar a la templanza, implica recuperar el buen gusto personal y la buena educación en el trato con los demás, que es señal de respeto, también por uno mismo. La limpieza, la corrección en el hablar, y otras muchas facetas menores, contribuyen al armónico desarrollo de la personalidad, que ha de caracterizar a toda persona con aspiraciones de liderazgo.
d. Por último, la prudencia que guía la toma de decisiones y, en general, toda la actividad humana, se fomenta con la ponderación en el juicio, el establecimiento de prioridades tomando en cuenta los valores asumidos, el respeto a las opiniones diversas que enriquecen la propia visión, el espíritu de iniciativa, etc.

Página Web: www.camova.com