LAS CINCO PATAS DEL GATO

En las últimas semanas han aparecido sesudos estudios tendientes a demostrar que las reformas que se desprenden del proyecto de nueva constitución son demasiado caras. No se dice que las reformas sean malas, sino que se dice algo así como “qué lástima, me encantarían esas reformas, pero desgraciadamente no tenemos, como país, tanta plata como para gastar en esas medidas. Compremos mejor, por ahora, algo más barato aun cuando no sea tan bueno.” 

Es evidente que, si se quisiera hacer realidad, al día siguiente después del plebiscito, todas las aspiraciones que están presentes en el proyecto de nueva constitución, los ingresos y los activos fiscales disponibles no serían suficientes, y probablemente seguirán siendo insuficientes a lo largo de varios años.

Lo planteado en el proyecto de nueva constitución no es un programa de gobierno que aspira a llevarse adelante en un período presidencial determinado. Se trata de normas constitucionales que señalan las ideas fuerza que deben presidir el desarrollo del país durante varias décadas después de su aprobación.  Se trata de la dirección en la cual hay que avanzar. Así entendidas la cosa no hay plazos fijos para alcanzar lo que se plantea en la nueva constitución. Puede ser un par de años, en algunas cosas, puede ser una década en otras. Más aún, puede haber cuestiones que nunca se alcancen, pues son líneas de acción que no tienen un punto de llegada, sino que estarán abiertas como mapa de ruta permanente a lo largo de los años. Cuando se alcance un punto sustantivo de avance en la dirección deseada, siempre habrá nuevas tareas que surjan en el horizonte. 

Decir, por lo tanto, que las ideas planeadas son muy caras es una cuestión que carece de sentido. Si se toma como plazo para realizarlas el breve lapso de un año fiscal, es obvio que los ingresos disponibles no alcancen. Si se toma un quinquenio, es posible que se avance mucho más en la obtención y canalización de los fondos que se necesiten. Si se piensa que la constitución es para 50 años o más, dentro de una década las perspectivas serán, probablemente, mucho mejores en materia de materialización de sus objetivos. 

Por lo tanto, los que dicen que las medidas son muy caras y que los ingresos no alcanzan están en la obligación de decir con claridad meridiana que período tiempo tienen en la cabeza. ¿Un año? ¿Diez años?  ¿Veinte años? ¿Nunca? Además, ¿cuáles son las opciones que estos críticos plantean? ¿No hacer ni emprender nada, ni hoy ni nunca, porque todo tiene costos, y esos costos siempre se visualizarán como muy altos para los que quieren conservar todo tal como está?  ¿O hacer solo la mitad de las propuestas que surjan de la nueva constitución? ¿O tratar de buscar nuevos recursos para financiar lo que tenga que financiarse?

Hay que aceptar que las reformas tienen costos, pero también generan beneficios para todos o para muchos de los chilenos. Lo justo sería, entonces, comparar los costos con los beneficios, a lo largo del tiempo, para ver si los primeros son realmente más altos que los segundos. Es decir, medir los costos o los beneficios netos. Eso obligaría, por ejemplo, a medir el aporte en mayor producción y productividad – además de la mejor calidad de vida – que tendría una atención de salud más universal y más oportuna, y no solo, los costos en hospitales y médicos. Igualmente hay que medir los beneficios en términos felicidad y de autorrespeto – además de los aportes más altos a los procesos productivos – que tendría una educación más extendida y más sostenida en el tiempo para todos los trabajadores. De más está decir que cuidar nuestra tierra, nuestras aguas, nuestro aire y nuestros mares para provecho de las presentes y futuras generaciones, no tiene precio.

En síntesis, quizás sería más honesto para este tipo de críticos, decir derechamente que las reformas no les gustan, cuesten lo que cuesten y háganse cuando se hagan – para decir lo cual están en su pleno derecho –  y no estar buscándole las cinco patas al gato.  

Imagen de Šárka Jonášová en Pixabay