Las importaciones agroalimentarias como factor de subdesarrollo

Venezuela no produce actualmente, en las cantidades requeridas, ningún producto de origen alimentario demandado por su población. Es verdad que la condición de país neto importador nos acompaña desde hace más de 7 décadas, pero los niveles a que ha alcanzado tal anomalía en los últimos años raya con lo indescriptible. Ilustremos con el caso del maíz blanco tal anormalidad.

La arepa junto al arroz es el alimento más consumido por los venezolanos. De acuerdo, a un estudio que realizó el BCV en el 2009, el 60% desayunamos – en condiciones normales – con ella, y cenamos la mitad de la población con tan popular y nutritivo alimento. Un consumo total de esa magnitud, equivalente a 40Kg/PC/año de harina de maíz, exige que en nuestros campos agrícolas se cosechen anualmente 1.600.000 Toneladas de maíz blanco que a razón de 3.500 Kg/has obligaría a sembrar un total de 457.000 has. Pues bien, el año pasado solo se cosecharon 133.000 has las cuales representan el 29% de lo requerido; por lo cual el déficit se ubicó en 71%. Estás alarmantes deficiencias en la producción de tan vital cereal, sumado a las restricciones en las importaciones por la severa crisis de divisas  que atravesamos, explica la aguda escasez de harina precocida en los anaqueles de abastos y supermercados.

Lo descrito para el maíz blanco, lamentablemente, sucede con el maíz amarillo, el sorgo, el arroz, la caña de azúcar, los granos leguminosos, (caraotas, frijol quinchoncho), los productos oleaginosos (palma aceitera, girasol, ajonjolí, coco), el café, algodón, leche, carnes rojas y concentrados proteicos vegetales como la soya, base de la producción avícola (pollos y huevos) cerdos y peces en sistemas acuícolas. Nótese que señalamos solo rubros propios de agro ecosistemas tropicales, es decir, que podemos producir con alta eficiencia en el país dado que tenemos las condiciones agroclimáticas para ello.

Evolución de las Importaciones Agrícolas 1998-2017

En 1998 cuando Hugo Chávez gana la presidencia de la república, las importaciones agroalimentarias -MAA su simbología económica convencional- eran de $1.766.000 (en Miles), que significan 77 $/ PC.  A partir del 2001 se inició una línea ascendente ubicándose en el 2008 en 340$/PC, para un gran total de $9.437.000 (en miles) lo cual representó para esos años un incremento de 434%. Entre 2009 y 2011 promediaron $6.103.000 (en miles); siendo su comportamiento para los años 2012-2017, como a continuación se gráfica:

La caracterización, muy negativa por lo demás, que hacemos del papel de las importaciones agrícolas, deviene por dos vías:

De un lado, por estrambótico monto medido en dólares corrientes en el lapso 1998-2017, montante a $ 94.354.000.000, -¡noventa y cuatro mil millones de dólares!- los cuales constituyen una elevadísima cantidad de recursos financieros para un país con apremiantes necesidades en otras áreas que apuntalen su desarrollo máximo -es la otra cosa fea del asunto- cuando la mayor parte de esas erogaciones se han hecho para importar productos finales para el consumo directo que podemos producir y no para traer maquinaria, insumos, equipos y tecnología.

La Balanza Agroalimentaria Del País.

Se conceptualiza como la balanza comercial agrícola de un país, el saldo entre sus exportaciones agrícolas menos sus importaciones. Uno de los objetivos rectores que debe perseguirse en este sentido es la concreción de una balanza agrícola superavitaria; es decir, que exportemos alimentos por un monto superior a lo que importamos, de modo que el saldo neto positivo constituya recursos que soporten el proceso de transformaciones que exige el propio sector, sobre todo ahora, que las divisas de origen petrolero serán escasas por un tiempo. Claro, hoy día estamos lejos de tal propósito. Veamos la evolución de la balanza Agrícola.

Cómo se desprende de la figura las exportaciones agrícolas después de financiar el 40% de las importaciones agroalimentarias -a decir verdad, constituía un pronunciado déficit para 1998-, desaparecieron a partir del año 2008 al extremo que desde el año 2010, las mismas representan menos del 1% de las importaciones agrícolas totales.

¿Podemos revertir esta negativa situación?

Absolutamente si, nuestra condición de país neto exportador está asociada, esencialmente, a tres factores. De un lado, a la adopción explícita en la década de los 50 y 60 del siglo pasado, de un modelo de desarrollo «hacia adentro» que tenía a la política de sustitución de importaciones como su herramienta fundamental, la cual además, se sustentaba en unos ingresos petroleros que permitían cubrir con abundantes importaciones todo lo que internamente no se producía. Consecuencia natural de lo anterior, -el segundo factor-, la economía nacional se articuló bajo un sistema de tipo de cambio fijo y sobrevaluado desde un principio (4,30 Bs/$) el cual determinaba que las importaciones lucieran muy baratas y, paralelamente, nuestras exportaciones muy caras para los residentes de otras naciones. ¡El petróleo pagaba todo! No hay nada más efectivo para convertir a una sociedad adicta a las importaciones que una moneda interna apreciada. Los cuantiosos superávit en cuenta corriente que cada año mostraba nuestras cuentas nacionales por efecto de los ingresos petroleros, escondían las gravísimas deficiencias estructurales de una economía que descansaba su estrategia de desarrollo a largo plazo, prácticamente solo en la liquidación de un activo no renovable y en la producción de bienes no transables  -no sujetos a comercio internacional-, la cual, por definición, no tenía posibilidades reales de llegar muy lejos por lo corta de su visión.

¿Y el tercer factor? En cierto modo corolario de todo lo anterior, una política agrícola que tiene al consumidor -no al productor agropecuario- como centro y eje de su configuración. Cuando se deciden medidas para fortalecer al campo venezolano, pero se hacen desde las perspectivas del consumidor, por consideraciones electorales, políticas o de naturaleza social -por justas que ellas sean- el destino es el fracaso de las mismas. A las pruebas me remito.

…Y llegamos al llegadero.

El año pasado estimamos que se importaron en productos agroalimentarios unos $120 PC, lo que en dólares corrientes representan unos $3.600.000, cifra que representó el 30% de las importaciones totales del país; las mismas significan una caída de 65% en relación a las importaciones agrícolas realizadas en el 2014 -año que se inició la actual depresión económica que vivimos-, que en un contexto de caída brutal de la producción agrícola interna, se configura este tétrico cuadro de criminal escasez y altos precios que distingue al mercado alimentario venezolano.

¿Qué hacer?

Elevar significativamente el nivel de autonomía alimentaria (AA) del país es uno de los ineludibles retos que la sociedad venezolana tiene que plantearse de cara a las transformaciones futuras que pronto debemos emprender; entendiendo por autonomía alimentaria, la capacidad del país de autoabastecer a la población de buena parte de los requerimientos energéticos y nutricionales por esta demandados, fundamentalmente de los que se cosechan con alta eficiencia productiva en las condiciones naturales del trópico.

AA= (Pe-XAA)/Pr *100

Siendo:

AA: autonomía alimentaria

Pe: producción efectiva o real en el año corriente.

XAA: exportaciones agroalimentarias.

Pr: producción requerida.

Por ejemplo para 2017, se estima que el país produjo 13.500.000 Tn de alimentos, las exportaciones fueron cuasi inexistentes y la producción bruta requerida para alcanzar un consumo de 2.600 Cal/PC/día se ubican en 36.500.000 Tn; en esas condiciones el nivel de autonomía alimentaria fue de:

AA=(13.500.000 – 0)/36.500.000  *100 = 37%

Se considera que un país observa un nivel óptimo o adecuado de autonomía alimentaria, cuando está variable alcanza un valor igual o superior al 74% por lo cual afirmamos que Venezuela al presentar un valor de 37% para 2017, califica para este vital indicador en términos de máxima criticidad. He allí el tamaño de uno de los grandes desafíos que como sociedad tenemos planteados en materia nutricional. Reducir las importaciones agrícolas abruptamente, conformar un patrón de productos primarios exportables que determinen un saldo superavitario en la balanza comercial agrícola, exige la definición de una política agrícola, diametralmente opuesta a la aplicada en los últimos 50 años, materia sobre la cual hablaremos en próximas entregas.