Las migraciones entre el dolor y la esperanza

Hay un fenómeno que se está haciendo cada vez más masivo, a nivel internacional, pero del cual se habla poco en los ámbitos de la política y de la economía. Se trata del tema de las migraciones, y en particular, de las migraciones de niños.

Cuando miles de africanos se echan a las aguas oceánicas, en frágiles embarcaciones, para intentar llegar a España  o a Italia, y de allí poder posteriormente internarse en algún otro país europeo, se está en presencia no solo de un fenómeno económico –la movilidad internacional del factor trabajo– sino de un fenómeno social de tremendo dramatismo. Más aun, es un drama que debería sacudir en mayor medida las fibras morales que se supone que constituyen uno de los soportes de la civilización occidental.

Todo parece indicar que las familias se separan para enfrentar esa odisea de poder radicarse en Europa. Primero, viajan las mujeres y/o los niños. No siempre pueden viajar juntos, pues el viaje por agua, no solo es riesgoso, sino que además es caro. Hay que pagar, por el cupo en una patera, cantidades que son exorbitantes para los niveles de ingreso de las familias que recurren a este expediente. Primero, viajan los niños. Solos. Si llegan con vida, y logran ser admitidos en un país europeo, se salvarán de morir de hambre a temprana edad y tendrán acceso a un  nivel de vida al cual jamás podrían acceder en sus países de origen. Si se puede, después de meses o de años, viajarán las madres, y solo después, si los ingresos lo permiten, los padres. Las posibilidades de llegar con vida, de no ser deportados y de poder reencontrarse con sus hijos y con sus mujeres, son escasas.  ¿Estamos en presencia de personajes desalmados, que arriesgan frívolamente la vida de sus mujeres y de sus hijos? ¿O estamos en presencia de la más íntima, profunda y ancestral manifestación del instinto de conservación, que lleva a los individuos de todas las especies, a hacer todo lo posible por salvar la vida de sus cachorros, aun con los sacrificios que sean necesarios?

El fenómeno se repite en América. Aquí, muy cerca de nosotros. Desde Guatemala, El Salvador y Honduras comienza a darse, en forma cada vez más frecuente, la práctica de enviar a niños de corta edad, solos, a que crucen las fronteras del paraíso norteamericano. Puede que mueran en la travesía, o que caigan en poder de la mafias, o que lleguen a tierra norteamericana y sean aprehendidos por las fuerzas fronterizas, lo cual les genera casa y comida por algunos días hasta que se decida sobre su situación. Es posible que sean enviados a casa de parientes que ya viven en Estados Unidos, o incluso que  sean entregados en adopción, en forma definitiva o transitoria. Todo es mejor que el hambre, la violencia o la vida sin destino en las garras de la pobreza, en sus países de origen.

Desde un punto de vista estrictamente económico, se llevan buenas estadísticas de los ingresos que los trabajadores radicados en un determinado país, envían a sus familiares en los países de origen. Esas remesas se han convertido en parte importante de los ingresos con que viven, no solo las familias, sino que incluso los países que reciben esos aportes. Durante muchos años, esas remesas no han causado problema al país desde donde se envían, pues los trabajadores han obtenido esos ingresos de fuentes legítimas; y han contribuido, con mano de obra barato, al crecimiento de los países donde se han radicado. Pero, en épocas de crisis, esos son los bolsones de mano de obra que primero quedan no solo cesantes, sino que sobrantes.

La globalización, que difunde por el mundo las imágenes idílicas del mundo desarrollado, y que genera medios de transporte que acortan distancias entre países situados en latitudes muy distantes -unido al hambre, las enfermedades, la violencia, la inseguridad, la falta de educación y de salud, en muchos países en desarrollo– sigue fomentando ese fenómeno de las migraciones. Ya no se trata de los buques cargados de emigrantes irlandeses o italianos, que tanta importancia tuvieron en el desarrollo de Estados Unidos -y en la conformación del alma misma de ese país- sino de hombres, mujeres y niños que lo arriesgan todo, absolutamente todo, por encontrar un lugar en este mundo donde puedan vivir como seres humanos. Si los derechos humanos han llegado a ser objeto del derecho internacional, y a ser considerados derechos que acompañan al ser humano con independencia de su nacionalidad, sexo, color o religión, este problema debería ser abordado en ese contexto legal y moral.

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