Leonardo Ruiz Pineda y la libertad del 23E

A nadie le gusta vivir encadenado, ni siquiera a aquellos a los que de pleno se consideran resignados a su suerte. Esto es algo que no tiene discusión, pues así como el hombre tiene la propensión a tratar de dominar al otro, la tiene para exigir, como al aire, libertad para desenvolverse en la tierra. Hace 54 años, tal día como hoy, una conjunción de factores cuya flama fue ese genético deseo del ser humano por no permanecer cautivo, dio al traste con una dictadura militar que por espacio de diez años invadió todo espacio respirable del país, la tiranía de un hombre singularmente astuto y calculador, Marcos Pérez Jiménez.

La génesis de este período de muchas obras de infraestructura (no hay que negarlo), pero también de mucha opacidad y atroz represión, estuvo en los graves errores políticos cometidos por AD y otras agrupaciones políticas a mediados de los años 40, en los que estuvieron enfrascados en una serie de enfrentamientos suicidas, teñidos del más marcado sectarismo, nula capacidad de acuerdos supranacionales y cortedad en la visión de mediano y largo plazo.

Es a raíz del asesinato del Presidente de la Junta de Gobierno (en noviembre de 1950), Mayor Carlos Delgado Chalbaud, cuando da inicio (primero como triunvirato ) y luego como gobierno personalista, la influencia directa de Pérez Jiménez en el país, generando toda una “estructura disuasiva” contra los rivales políticos, que se encarnó en una policía de ingrata recordación y de mucha tortura: la Seguridad Nacional o simplemente SN.

No deja uno, a la distancia, de asombrarse con el grado de crueldad que este eficaz e infame aparato de “sujeción al orden establecido” logró implantar a través de su celebérrimo Jefe, Pedro Estrada, y el Ministro del Interior de la época, Laureano Vallenilla Lanz. Fueron días de calculada maldad que, lamentablemente, se han repetido circunstancialmente, en la Venezuela que surgió del golpe de estado bajo diversos gobiernos de corte democrático, (ya decía un pensador que la democracia para algunos es cuestión de forma).

Pese al clima de evidente terror de esos años, sobre todo los que van de 1951 a 1958, hubo dirigentes que retaron -con una valentía más allá de toda prueba- al inmisericorde régimen perejimenista. Como si fuesen inmunes al miedo, o tal vez colocando por encima de éste su suprema tarea de recobrar aires de libertad para el país, muchos de ellos no se recuerdan por sus nombres, son seres valientes y etéreos, valerosos y anónimos, permanecen en la penumbra de la historia, sin embargo todos pueden representarse en uno de ellos, el secretario general de AD en la clandestinidad, Leonardo Ruiz Pineda, alguien del que Domingo Alberto Rangel expresó: «Leonardo es en y para la Venezuela de todos los tiempos un valiente capitán, porque su ejemplo traspasará las edades, aguarda y busca la muerte como si quisiese consumar en la inmolación el rito de su gran destino.»

¿Cómo era y qué pensaba ese líder que tanto sacrificó por el país? Tal vez una forma de dar debida respuesta a esta pregunta, sea la de releer algunas de sus cartas. Sirvan los siguientes textos como ejemplo de la grandeza de espíritu que llegó a poseer en su alma:

“Gracias por tu carta y mayor es la gracia de haberme enviado tu libro “Amada Tierra”, generoso mensaje de sólida poesía tuya. Lo tengo en mi habitación, al lado de las cosas queridas, a modo de refugio donde guardarme el corazón cansado.” (Carta de 1951 a la poetisa Lucila Velásquez, activista en la clandestinidad).

“Soy un hombre civilizado, un ser normal, una persona alentada y movida por sentimientos superiores, reñida con toda actitud contraria a la decencia humana ..(..) no he querido hacer de la lucha instrumento personal de venganza para mis enemigos, no obstante que éstos han perseguido a mi familia, sumido en la miseria espiritual a los míos. Me he sobrepuesto a estas dificultades secundarias y me he mantenido en un plano de altura, negado a dejarme arrastrar por impulsos elementales. Una vez más nuestros enemigos abusan de sus ventajas transitorias y pretenden envenenar a la opinión contra nosotros. Están buscando un pretexto para eliminarnos físicamente…Yo no me acobardaré…es necesario que ellos comprendan que a nosotros nos mueve un valor espiritual que sólo las causas justas imprimen al hombre de bien (Carta a su padre de fecha abril de 1952, seis meses antes de que cayera bajo las balas de la SN).

Leonardo Ruiz Pineda no pudo ver la caída, un 23 de enero de 1958, de la dictadura que tan valientemente combatió desde posiciones tan delicadas como peligrosas, pero si dejó como legado ese ejemplo de compromiso con la democracia y la justicia, esa denuncia ante el abuso oficial y la opresión. Su impronta, como bien dijo el poeta Andrés Eloy Blanco, es invencible. Es una refrescante lección de civismo y entrega para nosotros en Venezuela.

La lección de un valiente, pero sobre todo, la de un fervoroso creyente de la idea primogénita de la libertad.

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