Líder = Profeta

“Sin profecía, el pueblo se desenfrena”
(Proverbios 29: 18)

Ya se sabe que “líder” no es un título, sino el calificativo de quien actúa como “orientador” y que es conferido por los compañeros de equipo que le perciben como un “agente positivo del cambio, digno de confianza”.

Entre las muchas características que ha de tener un buen líder, para ser catalogado así, está la de saber actuar como un profeta, aquél que por inspiración (entusiasmo creador debido a la influencia de una fuerza), predice las cosas que acontecerán y lo hace en virtud de tener el don de prever (ver con anticipación lo que va a pasar), porque percibe las señales que indican el porvenir, sabe interpretarlas y por eso, puede pronosticar (del griego prognostikón; pro: adelante; gnosis: conocimiento); es decir, basándose en lo pasado y/o en lo presente -no en fantasías ni caprichos (deseos vehementes)- sabe por adelantado lo que ocurrirá y lo comunica a otro/s antes del término del tiempo debido: Proclama una profecía.

Una profecía es una revelación o anuncio adelantado de un probable suceso futuro que puede ser asumido de maneras muy disímiles, pues cada cual juzga según el cristal por el cual ve: para unos puede ser una simple conjetura y hasta catalogarla como una utopía (un irrealizable), mientras que otros pueden tomarla como una realidad posible y admitirla como una “eutopía” (el sitio, sistema o plan deseable por ser “bueno”), quienes se enamorarán de lo visualizado y presagiado.

Ante este dilema, pareciera que lo mejor es partir de que el futuro es un incierto, por razón de ser un inexistente (por cuanto que lo único que existe es el presente) y esto lleva a admitir la incertidumbre de su ocurrencia. Todo buen líder lo sabe: El futuro no existe, pero… existirá, porque ¡el futuro siempre llega, tarde o temprano! y puede que algo probable deje de ser una conjetura y se convierta en una realidad, si se hace todo lo que debe hacerse para materializarlo, debiendo empezar por lo primero: Compartir la profecía.

Hay muchas vías para divulgar una revelación; distintos métodos se prestan para eso (verbal, escrito o a través del ejemplo, utilizando un lenguaje natural o artificial, figurado o gráfico, siempre en función informativa, etc.); pero la más eficaz de todas es la plática pública y perseverante (no ocasional), el hablar inteligente y permanente hasta obtener la respuesta deseada: que la gente se comprometa con el logro de ese futuro deseable, convirtiéndolo en la meta de una misión a cumplir. Para que ese hablar sea efectivo y eficaz, debe haber el contacto personal directo entre el líder y su/s seguidor/es, debiendo mediar un mensaje elocuente. Entonces, antes de empezar a pregonar la profecía, se necesita conocer la técnica que permite ofrecer y comunicar un mensaje que deleite, impresione, persuada y mueva; para eso ha de ser lógico (razonado formal, deductiva y válidamente, diferenciando los razonamientos válidos de los que no lo son, lo cual le confiere fortaleza), agradable, elegante, fresco, directo, conciso, nutritivo, sencillo, claro, comprensible, impactante, y convincente, debiendo ser un todo, conformado por la unión de varias porciones para que pueda actuar como un propulsor que lleva hacia la acción y que simultáneamente abate la inactividad y la oposición.

Por lo anterior, conviene que el mensaje esté formado por cuatro unidades esenciales: 1- la introducción (el punto de inicio que debe atraer la atención y el interés del oyente, pues le prepara para lo que seguirá; generalmente, es la cita breve de algo especial e importante ya sabido y admitido y que sirve de basamento para la idea promovida con la profecía); 2- la presentación (la secuencia bien arreglada de elementos de la trama contextualizada y completa de enunciados que engloba la exposición vívida y enérgica del tema propiamente dicho -la esencia misma del asunto acerca del cual trata la profecía, cuyos intríngulis deben ser conocidos y dominados a plenitud por el expositor, como producto de haberlos investigado y estudiado- todo lo cual ha de acompañarse de su explicación, sin caer en expresiones incompletas ni sobrentendidos); 3- la aplicación (quizá, lo más trascendente del mensaje, puesto que encierra el valor agregado ulterior -el beneficio- que deriva de lograrse lo profetizado: Es la carnada que seduce y lleva a morder el anzuelo para conmover al oyente y a actuar en pro de ello; siendo -por ende- una táctica de persuasión: La verdad que deviene de la profecía); y 4- la culminación (en la cual -buscando grabar profundamente en la mente y en el corazón- se recapitula lo dicho y se recalca, insistiendo resumidamente sobre lo compartido y lo que se enlaza con ello).

En lo organizacional, la profecía es el nuevo ámbito deseable, la nueva disposición estructural, arquitectónica o funcional deseable que formula la mente del líder: 1- como respuesta reactiva a su descontento con la situación actual (relativa a conflicto, problema, o debilidad); o 2- como acción proactiva conveniente de ser ejecutada ¡a tiempo! ante el presentimiento (intuición) de la probabilidad de que ocurra alguna circunstancia, que pueda significar una amenaza (en el peor de los casos) o una oportunidad (en el mejor de ellos), o debido al conocimiento de que algo sucederá (como la entrada en vigencia de una normativa legal nueva, etc.), siendo provechoso expresar el mensaje -independientemente de cual sea la particularidad- como esa chispa energética que prende el fuego que debe avivarse, cada vez más, para que -simultáneamente- sea la luz esclarecedora que alumbra el camino a seguir y la fuerza que mueve al motor de la actividad de los miembros de la organización. Para que sea así, se debe platicar pública, inteligente y perseverantemente, hasta obtener la actitud deseada: Que la gente se comprometa con el logro del futuro deseable, convirtiéndolo en una meta de su misión a cumplir.

Respecto de la profecía (el futuro deseable), es bueno convenir que ésta se inicia en el mismísimo momento cuando la mente visualiza lo que ha de ser, pues en ese maravilloso instante empieza el otro orden de cosas; porque el primer paso en el camino al éxito se da en la mente. ¿Qué se requiere para que surja una profecía?: Un gran poder de observación atenta, focalizada y analítica (porque no es posible concebir ni entender la solución de un conflicto o problema sin comprender su interioridad). Para lograr la cristalización de lo anhelado, ha de tenerse ingenio para hallar el modo de implementar la solución, siendo la persuasión del accionar de los hacedores (los otros integrantes de la organización) una de las tácticas que siempre han de participar. El líder ha de contar con todas estas virtudes que debe saber amalgamar flexiblemente (para poder ser efectivo y eficiente en pro de lograr su difícil misión de transformación) en aras de producir los mejores efectos para facilitar la comprensión de lo que le toca comunicar a sus seguidores, adoptando como una responsabilidad propia el compartir sus ideas (las creaciones que nacen como producto de su observación sobre lo que debe modificarse: Eliminarse, mejorarse, adaptarse, etc.) porque sabe que, si no las pone al alcance de otros, todo se perderá en esa lejanía absurda donde se anclan quienes no dejan un legado para los demás.