Liderazgo y Poder

“La capacidad de conducir a otros hombres
no reside en la de atrofiar su libertad,
sino la de ensancharla, hacer que de ellos
se manifieste su compromiso, cambios,
capaces de transformar las debilidades
en fortalezas favoreciendo a todos”
Joshua Iazzi

Joan Ginebra, Profesor del IESE de Barcelona y del Instituto Internacional San Telmo de Sevilla, nos comenta, que en la presente coyuntura está abriéndose paso, en forma casi abrupta, un nuevo modelo de encarar la actividad empresarial.

Nos referimos al “Cambio de Servicio” que ni es una nueva atención especial a las empresas llamadas de servicios, ni es una reiteración del marketing de siempre; se trata posiblemente, de la mayor revolución de los últimos cuarenta años y afecta a todo tipo de empresas, sean industriales o del sector primario. O específicamente de servicios. A lo que se camina es a la Dirección por servicio, como un nuevo modelo de dirigir. Pues bien, este cambio exige, en forma eminente, la presencia de un buen liderazgo en la gestión directiva.

Un líder que sepa interpretar las necesidades de su entorno, integrar y motivar a sus seguidores con la colaboración de los conocimientos administrativos modernos, a fin de dar paso a nuevos paradigmas y en donde el poder sea usado adecuadamente a favor de todos, evitando contaminarse con él en favor de los intereses personales que los colectivos.

A través de este escrito, nos adentramos en analizar el liderazgo y el poder, exponiendo algunos tópicos que nos permiten el adentrarnos en su alcance, en todo aquello que beneficia o perjudica al líder, dependiendo como se usa.

Se ha dicho, que uno de los orígenes del poder es el liderazgo y hemos de aceptar la legitimidad de su búsqueda. En cierto sentido, nos recuerda Ginebra, el liderazgo es la fuente más ennoblecida de poder, por lo que tiene de otorgamiento libre por parte de los gobernados. Cabe entonces la pregunta ¿Es legítimo perseguir el poder? Al respecto, Ginebra contesta, que no parece que se pueda objetar este derecho; es más: hemos de aceptar como natural y, aun de una elevada calidad ética, que quien piensa que su juicio es mejor que el de quienes con menor categoría maneja mal las riendas del poder, busque hasta abnegadamente hacerse con ellas, lograr el poder, para acabar así con gestiones mediocres o, incluso, con finalidades menos rectas, a fin de barrer aquellas personas que se aferran al cargo para servirse de él y no para hacer cosas por los demás desde y con el cargo.

Nos agrega Ginebra, que en el campo de las organizaciones empresariales, lo mismo que en la esfera política, hemos asistido en la última década, especialmente en sociedades de alta entropía (en donde una sociedad de alta entropía es comprensiva, tolerante, sin desniveles, sin tensiones, sin gran fe y con gran resignación; sin grandes propósitos ni ilusiones, es decir, anciana y decrépita), a un rechazo del poder. Justamente, a través de los sindicatos de los partidos políticos progresistas, se ha presentado una dura batalla en contra del poder (cuando no son ellos los que lo detentan). Hay que atacar el poder en nombre de la democracia, de la autorrealización, del derecho a la espontaneidad, en la defensa del proletariado, o de lo que sea. El caso es, que el poder tiene mala reputación. Hay temor, pánico de ser manejado. Sin embargo, el poder será siempre el omnipresente en la marcha de cualquier sociedad.

Se hace hincapié en señalar, y no olvidar que un cargo en cualquier institución genera poder, la capacidad de castigar o de premiar, de otorgar recursos para algo que otro quiere hacer o de negarlo; la posibilidad de configurar las cosas de una determinada manera, la de administrar un presupuesto, la de contratar y despedir. Todo ello hace que las personas se muevan siguiendo la voluntad, expresa o tácita, de quien ocupa el cargo. El flujo de poder por envestidura es vertical y descendente; se trata de un poder de arriba-abajo. Su ejercicio se confunde comúnmente con el mando.

Las organizaciones requieren de un liderazgo que sepa manejar adecuadamente el poder, de tal forma, que todos se sientan partícipes en el compromiso de alcanzar metas, logros, sin sentirse presionado. En donde el líder se subroga en los afanes personales del seguidor y este, a cambio, le otorga el poder. Tal como lo señalan Benis y Nanas (Leaders, Harper & Row, 1985), el liderazgo es en cierto sentido un empoderamiento del líder apoyado en una cultura de estar orgulloso de que se va estableciendo entre la masa de seguidores.

Una vez más Ginebra nos recuerda, que el poder de liderazgo no nace de la protestas del cargo, ni de pequeñas y concretas dependencias que el líder genere en los de abajo; lo que hace, más bien con los de abajo es seducirlos. Es decir, que el propio liderazgo es, si acaso, una gran dependencia del seguidor respecto del líder. El Liderazgo actúa a modo de un filtro, de elíxir mágico: Es una gran seducción.

Para finalizar este análisis, no podemos ignorar lo que André Maurois, en sus “Diálogos sobre el mundo”,(editorial Siglo XX, Buenos Aires), nos relata de cómo un Napoleón no se hace obedecer por temor. Napoleón no era severo; no era, incluso, suficientemente severo. En cuanto a Turena, su ejército era el modelo de una perfecta república. Nadie se apercibía ahí, del mando ni de la obediencia. Cada uno conocía su deber y lo que hacía era por deseo de agradar al general, y por un sincero afán de gloria, que se transmitía desde el jefe hasta los más simples soldados. Se trabajaba por amor al Mariscal. Cuando se sabía que había de visitar los trabajos de un puesto, de una carretera, se apresuraban a terminarlos por el placer de verle satisfecho.

Definitivamente, un buen líder en las organizaciones del presente le da a la conducción de una organización una mayor riqueza, una mayor prestancia, mezcla todo y aprovecha todo y todo lo refuerza con todo, está siempre atento, no puede darse el lujo de desaprovechar las oportunidades, reforzar las debilidades y velar porque sus seguidores satisfagan sus necesidades. No lo olvide.

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