¿Lo sanitario no se discute?

El Gobierno ha convocado a los partidos de oposición a un dialogo político con una agenda muy precisa: protección social, reactivación económica y estrategia fiscal.

La oposición ha aceptado concurrir a ese dialogo, pero ha rayado la cancha dejando muy claro que solo se trata de discutir un plan de emergencia para enfrentar la crisis actual, pero que no está en discusión un acuerdo nacional de mediano o largo plazo. Los acuerdos de esta última naturaleza tienen que darse al calor de la discusión constitucional que tiene su primer capítulo en el mes de octubre.

Pero llama la atención que en las discusiones actuales no esté en un lugar central de la mesa el problema propiamente sanitario, es decir, como enfrentar la pandemia, que es el origen de todos los otros males.

Si la pandemia no se controla o se detiene, los ciudadanos seguirán contagiándose, tendrán que seguir las cuarentenas, los hombres y mujeres no podrán salir a trabajar y la carencia de ingresos y de producción conduce y seguirá conduciendo, cada vez con mayor fuerza, a la dura presencia del hambre en cada una de las familias más vulnerables del país. No se trata solo de darles un ingreso a miles de ciudadanos mientras estén encerrados por cuarentena, por cesantía, por infección o por peligro de la misma, o, sino de evitar y combatir el peligro del contagio, con estrategias y herramientas diferentes a las utilizadas hasta el presente. 

Está claro, a esta altura de los acontecimientos, que el Gobierno ha fracasado en su guerra contra la pandemia. Los muertos siguen creciendo día a día, los contagiados – cualquiera que sea la forma como se les mida- siguen aumentando; la necesidad de mantener o de ampliar las cuarentenas se siguen visualizando como imprescindibles; las clínicas y hospitales están colapsados.

Los expertos en sanidad y en epidemias ha sido claros: se necesitan testeos mucho más masivos, para detectar los contagios;  se necesita más trazabilidad, es decir, seguir la huella, hacia atrás, de modo de averiguar donde se contagió cada uno de los contagiados; se necesita detectar y atender en mayor medida a todos los que han estado en contacto con cada infectado; se necesitan más camas en hoteles hospitalarios para atender a quienes, por razones de soledad, de aislamiento, de hacinamiento familiar o sencillamente por pobreza cruda y dura, no tienen condiciones de pasar su período de posible contagio en su casa. Incluso hay que parar la distribución de cajas de alimentos, que es un mecanismo que aumenta las posibilidades de contagio.  Y cuando decimos “se necesitan mas“ hay que entender que se requieren miles, o cientos de miles, de nuevas unidades de cada cuestión de las mencionadas. No se trata de dos o tres unidades más de cada cosa, para efectos de hacer más bonito el parte de guerra diario, o para salir en la foto. La guerra contra la pandemia tiene que ser con todo, para que sea una guerra de verdad verdad.

Solo en la medida en que estas cuestiones se discutan en serio, se podrá conversar sobre cuantos meses es posible y deseable sostener los planes de emergencia que hoy en día se diseñen. No tiene ningún sentido, por ejemplo, una caja de alimentos, entregada por una sola vez, con un tremendo costo logístico, si la pandemia se visualiza como agresivamente presente por lo menos durante tres meses más. Incluso si se avanzara hacia las transferencias masivas en dinero, que es lo que todos aconsejan, no es lo mismo calcular el costo fiscal de aquello si se visualiza como una medida sostenible por dos o tres meses, que por seis o por doce. Lo mismo vale para los bonos de diferente naturaleza que el Gobierno ha ofrecido entregar. En otras palabras, los planes de emergencia que hoy día se aprueben, y el costo fiscal de los mismos, solo tienen sentido discutirlos en un contexto en que lo sanitario esté claramente presente y permeabilizando todo el debate.

Si el plan propiamente sanitario anda por su cuenta, o el Gobierno no lo consulta con el conjunto del sistema político – incluidos partidos, gremios y alcaldes – entonces cualquier programa de emergencia que se acuerde en las próximas dos semanas tendrá que repetirse, en condiciones más dramáticas, en dos o tres meses más, con el mismo temario.   —