Los Cambios y los Acuerdos

El modelo de industrialización por sustitución de importaciones –también conocido como el modelo de industrialización hacia adentro- presidió el desarrollo económico de Venezuela durante por lo menos 40 años. Aun cuando durante todo ese período se sucedieron en la Presidencia de la República hombres de diferentes signos políticos, todos respetaban lo que era un cierto acuerdo explicito o implícito en términos de los derroteros básicos por donde debía transitar el país.

Cuando el Presidente Pérez, en su segundo mandato, quiso introducir grandes virajes en la orientación económica del país, cometió el grave error de no hacer todo lo posible por lograr los consensos políticos y ciudadanos básicos que se necesitan, para llevar adelante cualquier cambio relevante en los horizontes de un país.  Se confió en que su partido era lo suficientemente fuerte y lo respaldaba en tan alta medida, que con eso bastaba y sobraba para llevar adelante los cambios que él visualizaba como necesarios. Uno podría polemizar hasta la consumación de los siglos, sobre si esos cambios eran necesarios y/o si eran técnicamente viables o no; pero lo cierto es que no se lograron los consensos necesarios como para que esos cambios gozaran del suficiente apoyo ciudadano. El resto de la historia es conocida.

El Presidente Chávez cometió el mismo error anterior, más otros que le fueron propios. Supuso que los grandes cambios en la estructura económica y/o en la superestructura política se podían hacer y sostener gracias a la desorganización social y política que imperaban en la ciudadanía y gracias a la fuerza o la prepotencia que se desplegaba desde el Ejecutivo. Pero la búsqueda de consensos políticos -que pasan necesariamente por los contactos, los diálogos y los acuerdos- no sólo no se consideraba necesaria, sino que era visualizada como una trasgresión de los principios revolucionarios y como una muestra de debilidad con el enemigo.

El segundo error, ya propiamente chavista, fue caminar hacia atrás. Tratar de imponer un modelo de centralismo, estatismo y caudillismo que estaba ya en franco retroceso en todo el planeta Tierra -aun cuando habían existido en Venezuela y en el mundo, ciertos periodos, ya remotos, en que un modelo de esas características había servido para el desarrollo institucional y económico de algunos países- pero que el siglo XXI se mostraba claramente  como un modelo incapaz de potenciar las fuerzas productivas con que contaba la nación venezolana. El fracaso de ese modelo en su versión chavista no se manifestó en un retroceso con respecto a los niveles productivos que exhibía Venezuela al principio de ese mandato presidencial, sino en un desaprovechar en forma clara y manifiesta las inmensas oportunidades que se presentaron en el siglo XXI para el desarrollo social y económico de Venezuela gracias a los elevados precios del petróleo.

Ahora, que ha pasado el período de la abundancia y del derroche -y se entra en el periodo de la escasez- la única forma en que el país puede consolidar o llevar adelante reformas que perduren es, por la vía de sumar apoyos sociales, políticos e institucionales a una matriz de funcionamiento que sea viable y sostenible y que asegure  el crecimiento y la modernidad de la nación venezolana. Nada de eso se puede hacer sino por la vía del dialogo y de los acuerdos. No se puede seguir pensando -ni a un lado ni al otro de la calle- que conversar y llegar a acuerdos con el adversario, es una muestra de cobardía o de debilidad, ni seguir pensando que con la fuerza propia basta y sobra para hacer cualquier cosa.  

Mientras el Gobierno colombiano conversa con las FARC, y Estados Unidos inicia conversaciones con los talibanes afganos, y los gobiernos centroamericanos hacen acuerdos con las maras, no es posible que algunos venezolanos sigan despreciando el camino del diálogo y de los acuerdos. Acuerdos sobre cómo darle continuidad a la política social, y sobre cómo darle eficiencia y modernidad a la industria petrolera; sobre cómo darle estabilidad y justicia a la agricultura venezolana, y sobre cómo promover exportaciones; sobre cómo darle educación de buena calidad a todos los jóvenes del país y sobre cómo darle seguridad a todas las calles y barrios de Venezuela; sobre cómo abrirse a la economía internacional y sobre cómo generar una nueva industrialización basada en la competitividad y la innovación. Sin acuerdos, sobre estos temas -y sobre muchos otros-  no hay posibilidad alguna de llevar adelante cambios trascendentes y durables. Y sin acuerdos trascendentes el país camina hacia un abismo.

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