Los CLAPS: un intento de repartir lo que no hay; por Luis Vicente León

Los CLAPS son sólo otro intento de repartir lo que no hay.

Con una caída brutal de la producción, sumada a una reducción severa de las importaciones, es obvio que no hay productos suficientes para abastecer el mercado.

La escasez en Caracas supera el 82% en los anaqueles y 40% en los hogares. Y es la ciudad mejor abastecida del país.

Si a esto le añadimos la hostilidad oficial contra el sector privado, el impago de las deudas comerciales, la caída de producción de las empresas expropiadas y la ineficiencia y corrupción de los sistemas públicos de distribución, es muy fácil predecir lo que ocurrirá con este heredero de las restricciones de compras, los captahuellas, las guías de distribución, los Bicentenarios, Mercales y PDVALES: sólo se va a distribuir la escasez, pero siendo más ineficaces y con mayor corrupción.

Y a esto, que es predecible, debemos agregar la función política de control social y la creación en la gente de una dependencia perversa del gobierno para conseguir comida, repartida por un grupo de presión oficial. Algo que no es muy bueno para el gobierno, pues lo único que hará es poner en evidencia que el gobierno no tiene ni tendrá alimentos para todos y que su capacidad de distribución es evidentemente peor que la privada.

No se trata de una realidad paralela construida en un discurso político, sino de la vida cotidiana de la población que ya sabe perfectamente lo que está pasando y ya perdió la confianza en los mensajes populistas del Estado.

En resumen: los CLAPS no sólo son una desastrosa idea económica, sino además una pésima estrategia de control político, con todas las características para que el tiro les salga, una vez más, por la culata.

Así que, de pana y todo, un consejo central: viejo, preocúpate porque se den las condiciones para aumentar la producción y la inversión privada, porque sólo entonces la comida llegará, sin interferencia oficial, a los lugares donde tiene que llegar: al pueblo.

Lo demás son pendejadas.

Luis Vicente León