Los Conductores de los Pueblos

“El carácter es la virtud de
los tiempos difíciles.”

Charles de Gaulle

Si se concibe la política como la actividad humana que tiende a dirigir el ordenamiento de la sociedad, debe implicar también, y con bastante fuerza, la conducción idónea de ese conglomerado que se denomina -con abstraccionismo- “el pueblo”. Aristóteles definía al ser humano como un animal político y los sucesivos siglos no han desmentido su aserto. En la esencia de todo líder, subyace teóricamente el ser un buen conductor. ¿De qué? De los anhelos y sueño de la sociedad en la que se mueve y se dedica a servir, filtrados a través de un lúcido análisis de la realidad circundante. Un país que no cuente con una clase dirigente que sea capaz de otear en el más difuso horizonte, interpretar los signos y transmitir, con eficacia directrices a la población, es una nación sin rumbo ni propósito, proclive a las más rebuscadas posibilidades de crisis e involuciones lastimeras.

La historia de la humanidad recuerda a hombres como Bolívar, Churchill, de Gaulle, Betancourt, Roosevelt y tantos otros, que lograron plasmar sus visiones y análisis en hechos, e inspirar a sus colectivos hacia acciones creadoras y beneficiosas, insuflar ánimos para que lucharan, con éxito, contra situaciones dramáticamente adversas. Algunos pensadores han dicho que las situaciones extraordinarias producen hombres extraordinarios. Es, quizás, más realista pensar como el militar colombiano, Julio César Carranza, en el sentido que “no hay hombres extraordinarios; hay situaciones extraordinarias resueltas por hombres ordinarios…”.

Para nadie es un secreto que Venezuela surca aguas tormentosamente preocupantes, momentos en los que la esperanza se evapora y el futuro luce los trajes de la incertidumbre. Etapa aciaga en la que requiere de buenos conductores, baqueanos de la política, entendida en su esencia positiva y generadora de espacios donde merecemos vivir y desarrollarnos. La nación requiere de dirigentes que dejen a un lado, dada la magnitud de la tarea, sus intereses primordiales, y le pongan el hombro a la resolución del estropicio reinante. Conductores, que dibujen el mapa hacia el país que queremos y necesitamos.

Estadistas que avizoren esa región futura en la que las nuevas generaciones recuerden, como algunos pueblos, a sus conductores, a los edificadores de una patria de concordia, justicia, bienestar y progreso.
Hay un párrafo de la extraordinaria novela de Francisco Suniaga, “El Pasajero de Truman”, sobre el que pido disculpas por su longitud, que aclara muy bien el argumento central que tocamos: “El primer derecho es el que priva por encima de la totalidad de las normas, incluyendo las constitucionales, es el que deviene de la realidad humana que te rodea. Sus reglas no están escritas en ninguna parte. A pesar de eso, forman un código que te dice de manera exacta lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer en un contexto determinado, en una sociedad. Ese derecho primario… se llama política, y sus reglas, con todo y ser obvias, pocos las perciben y menos las respetan. Lo paradójico es que esas reglas son mucho más rígidas y sus sanciones mucho más duras que las normas del derecho penal más severo, por lo que los políticos deberíamos prestarle mucha más atención. Un político, para ser bueno, tiene que conocer y respetar ese código porque de no hacerlo, estará condenado a llevarse una derrota tras otra y a sufrir duros golpes en el plano personal… Un buen político es aquel que mantiene el equilibrio entre lo que cree que se debe hacer y lo que reconoce que se puede hacer. En otras palabras, equilibrio entre su concepción de lo ético y sus emociones, por un lado, y el oficio político desapasionado, por el otro. Si sólo cuentas con una de esas dos condiciones serás un ingenuo o un cínico, jamás un buen político.” (pp. 262-263).

Claro está, ello no es tarea de los conductores únicamente. Su trabajo será estéril sin el concurso diario de nuestra ciudadanía. De ese ejercicio y papel que nos ha costado tanto aprender a ejercer en colectivo e individualmente.

Nos acercamos a un punto de inflexión de inconmensurables consecuencias, en él necesitaremos a los conductores que marquen esa ruta de despegue hacia un mejor destino.

¿Tendremos a esos conductores llegada la hora?

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