Los hijos de Venezuela ya no pasean en bicicleta

Tengo una hija hermosa de sólo ocho meses, y un hijo preciso de ocho años. Mis hijos son el logro más grande de mi vida. Son para mí el presente, el recuerdo vivo de los esfuerzos, el fruto del amor y el cariño, la esperanza y el reflejo del futuro que quiero y anhelo. Hasta que fui padre, no había comprendido la esencia misma de la palabra entrega total, menos había entendido el poder de la esperanza que se dibuja con cada paso de un hijo…y con su sonrisa cuando pasea en bicicleta por primera vez.
Es tan grande el amor por un hijo, que por más que le digamos te quiero, nunca parece ser suficiente. Ya sea porque seamos padres, o simplemente porque al cerrar los ojos vemos nítidamente la sonrisa de papá y mamá aquella primera vez que jugamos al béisbol, cuando pasábamos de grado, cuando llegaba el niño Jesús, o el día de la graduación de bachiller, hoy todos queremos que los hijos de todos paseen en bicicleta, den la vuelta a la manzana, y regresen con una sonrisa en la cara gritando: ¡mira papá, mira mamá!
La tragedia de los hermanos Faddoul ha llenado de dolor y conmoción al país entero, dejando de nuevo al aire – y ante la vista impotente de todos – el deterioro progresivo de nuestro maltrecho patrimonio social. Hoy más que nunca, los hijos Faddoul deben ser los hijos de todos; los hijos de Venezuela.
Aunque el dolor que podamos sentir nunca podrá compararse a lo que han de sentir sus padres, debemos unirnos en torno a ese dolor colectivo y preguntarnos: ¿A qué estaríamos dispuestos a renunciar por la seguridad de nuestros hijos? En la respuesta a esa pregunta están las claves de la trampa socio-política de la Venezuela actual.
No sorprende que estudios recientes hayan evidenciado que un porcentaje altísimo de la población latinoamericana este dispuesta a renunciar hasta a su propia libertad a cambio de seguridad. Yo personalmente, como padre que soy, renunciaría a lo que hiciera falta y sin pensarlo mucho con tal de seguir viendo la sonrisa de mis hijos y darles dignidad, vida y futuro.
A veces me pregunto si los politiqueros de oficio de nuestra historia reciente, y los oportunistas demagogos de nuestra historia actual, han vivido todos estos años en el mismo país que usted y que yo. Quizás sus hijos juegan a la pelota dentro de los grandes jardines que rodean sus mansiones y no tienen la necesidad de jugar por el vecindario como su hijo y el mío. Quizás hasta pasen más tiempo en Orlando o en la casa de Miami…en fin.
Ojala un día les llegue la luz a tantos y tantos que ostentan cargos públicos, a esos que hoy se inventan enemigos fuera, nos cuentan historietas de pacotilla a cada rato, se burlan una y otra vez de este hermoso y gran pueblo, y se gastan nuestro dinero en comprar aviones, fragatas y cañones para destruir a un “enemigo externo”. No se a ustedes, pero a mí me queda muy claro: ¡el enemigo está entre nosotros!
Exijo por lo tanto como ciudadano venezolano un poco de sentido común, solo un respiro de sensatez y un ápice de buen hacer y de gerencia aplicada. Señores politiquillos de oficio: SIN SEGURIDAD NO HAY VIDA NI FUTURO POSIBLE, Y MUCHO MENOS SOCIEDAD. No se crean estados de bienestar a base de mediocridad e improvisación. ¿Cómo vamos a vivir y desarrollarnos en sociedad si los garantes de nuestra mínima seguridad se convierten en el enemigo? ¿En que cabeza cabe pedir a un pueblo que se prepare para una guerra externa e inventada cuando la tenemos en vivo y directo en la puerta de nuestras casas y si es real? ¿Hace falta otro sacrificio?
Es momento de mantener la guardia en alto y seguir luchando por nuestra dignidad. No saldremos de la trampa en que estamos mientras el requisito más importante para ejercer un cargo público sea el tener prontuario.
Ahora mismo el enemigo sigue entre nosotros, se rearma y se burla. Y mientras tanto mi hijo y el suyo ya no pasean en bicicleta…