Maris, una lección de humildad (a su infinita memoria)

Definitivamente Dios hace travesuras para que aprendamos algo, sobre todo cuando de crecer como seres humanos se trata. Hace 50 años una de esas travesuras tomó cuerpo, a lo largo de 61 batazos de vuelta completa, salidos del bate de un jardinero zurdo, indigno, según muchos en esa época, de quebrar la legendaria marca de más cuadrangulares en una temporada impuesta, 34 años atrás, por el señor del Olimpo del béisbol, su majestad “Babe” Ruth.

Durante 162 juegos, 8 más de los juegos que regularmente se hacían, pues precisamente en ese año (1961) las Grandes Ligas experimentaron una expansión en el número de equipos , un joven pueblerino que creció en Fargo (Dakota del Norte), hizo lo más hereje que podían pensar los puristas (los mismos, que según Rich Westcott, autor del libro “Grandes Jonrones del Siglo XX, respiraron cuando Hack Wilson, 56 jonrones en 1930, Jimmie Foxx , 58 / 1932 y Hank Greemberg, 58 / 1938, fracasaron en su intento de romper el mítico registro del Bambino y desafiar una marca que estaba grabada en piedra y sellada para la posteridad. No pocas fueron las presiones, insultos y amenazas sufridas por Roger Maris, quien además de enfrentar a los lanzadores contrarios, tenía que vérselas con fanáticos que le escribían anónimos en medio de la lucha que se libraba en ese país por los Derechos civiles. Una década más tarde, esos mismo insultos, potenciados por su color de piel, llovieron sobre Hank Aaron, cuando se le ocurrió la “infeliz idea” de intentar el quiebre de la marca de jonrones de por vida, que el Bambino había elevado a la imponente cifra de 714 tetrabatazos.

Para julio de 1961 ya Maris había despachado 40 y tantos jonrones, y entonces en la oficina del Comisionado de béisbol, quien para la época era un tal Ford Frick, se encendieron y aullaron las alarmas. Sabiendo que podía estar en peligro la marca de quien fue su amigo, decidió “contrarrestar” la eventual hazaña anunciando, que como el calendario se había extendido en ocho encuentros, sí el récord se batía más allá del partido 154, se le colocaría a la nueva marca un asterisco, para significar que no era un récord absoluto; es decir que Ruth seguiría, de alguna manera, reinando en el formato de 154 juegos.

Como para ponerle más suspenso a la gesta, Maris estaba en un cabeza a cabeza de jonrones con su compañero de equipo y muchacho de la película, Mikey Mantle. Mantle , al arribar a las 5 decenas de jonrones comenzó a frenarse, debido a las múltiples problemas de salud que le aquejaban, dándole vía libre al desconocido Maris.

Los insultos, la presión de los medios, la injusta medida del Comisionado, sometían a Maris a un más que cruel nivel de tensión. Todo este público vía crucis se reflejó, en su regularmente afable carácter y en una visible caída del pelo. A la distancia, es difícil calibrar cuanto tuvo que sufrir este joven pelotero, en una actividad que, por lúdica, debería ser placentera, que por trascendente, debería ser limpia y honorable; pero que como toda actividad humana está llena también de nuestras miserias y discriminaciones. Los reporteros le increpaban a cada instante: “¿Vas a romper la marca?” y él respondía, con frecuencia irritado: “no me importa la marca, quiero ayudar a ganar el banderín “, pero, como en un drama de Shakespeare, muchos conspiraban y hacían insoportable la atmósfera que debía respirar Maris, y todo ello, en nombre de la absurda mitología peloteril, que no concebía que los récords están allí para ser quebrados, para significar superación y esfuerzo, y no (he allí lo importante) que alguien es mejor o peor que otro, sobre todo en el béisbol donde la eras y los recursos son distintos.

Finalmente, y como llevado de la mano pícara del Creador, llegó el 1 de octubre. Era el último día de la temporada y el Yankee Stadium albergaba a más de 23.000 almas. Cerrando la cuarta entrada vino Maris a batear frente al lanzador de los Medias Rojas de Boston, Tracy Stallard. Una perfecta parábola salió hacia lo más profundo del right, una pelota que significaba el triunfo de la humildad y de la perseverancia. ¡El jonrón 61! El estadio estalló en una algarabía, que aún , 50 años después, se escucha.

Después de todo, muchos fanáticos, (gracias a Dios, la mayoría), no eran del mismo parecer de los acosadores de este sencillo jugador, que tuvo el pundonor y la fe para incorporarse ante las dificultades y seguir adelante.

Maris, una lección admirable de humildad…

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