Martha, la corocora roja (parte II)

Traducción del Ciconiiforme al Español, por Armando Mendoza.
Ilustración, por Carolina Flores

Cuando nos llega la temporada feliz de tener nuestra familia, en los meses de abril y mayo, seleccionamos cuidadosamente el sitio para anidar, lejos del alcance de los depredadores y cerca de los comederos, lo que hace del manglar un sitio ideal. Sin embargo, la intromisión del mamífero inteligente y sus crías, que a veces hasta nos roban los huevos, con frecuencia nos obliga a cambiar nuestros nidos a zonas menos apropiadas y en ocasiones hasta nos vemos obligadas a irnos de nuestro querido Parque Nacional Morrocoy.

! Amigos humanos: En Morrocoy cabemos todos, ayúdennos a conservar nuestras familias y tendrán la gracia de nuestro frenético vuelo y colorido, dándole puntos escarlata al manglar para disfrute de toda la humanidad !

En nuestra especie, como en casi todas, es el macho el que inicia el cortejo, y lo hace cambiando de color su pico, más largo y más curvo que el nuestro, de rojo a color negro y, enseguida, comienza a buscar un sitio para hacer el nido. Una vez seleccionado, lo defiende de otros machos a picotazo limpio; se instala allí y comienza a estimular con su pico la glándula uropigial, productora de grasa, que comienza a untarse en la cabeza, cuello, alas y resto del cuerpo, para lucir muy brillante y atractivo. Luego, comienza el ritual de restregar su nuca sobre la espalda con un movimiento giratorio, se alborota las plumas y picotea las ramitas adyacentes, para que las hembras aspirantes sepan que ya tienen nido y que quiere aparearse.

A nosotras las hembras, en época de celo, también se nos pone el pico negro; pero, además para causar impresión, inflamos una espectacular bolsa gular de color rojo intenso, que le alborota los alerones a cualquiera. La competencia es recia pues, a veces, hasta diez de nosotras, bolsa gular destellante de rojo, contorsionando la nuca sobre la espalda, cual odalisca, y con las plumas enguerrilladas tratamos de impresionar a ése macho, que entonces se la da de muy importante y nos tiene a todas en vilo casi todo el día, antes de tomar una decisión. Una vez que se decide, da a la hembra agraciada un ceremonial saludo, con un vaivén de la cabeza y cuello, que asemeja una reverencia real; y es, en ese momento, que entorchamos nuestros cuellos y enseguida a la cópula, para un gran final en que la hembra toma el pico del macho con el suyo y se lo sacude varias veces para sellar el pacto.

Terminado este ritual, se desinfla la bolsa gular y comienza el trabajo de hogar; el macho comienza a traer más ramitas para hacer el nido y yo me encargo del ensamblaje. Cada vez que mi macho regresa con una ramita, lo recibo con mucha alegría, con batidas de ala y un alboroto de cantos de regocijo. Terminado el nido, sigue un período de cópulas en el nido y la postura de dos o tres diminutos huevos en un intervalo de uno o dos días.

Luego de 33 días de incubación, nacieron mis primeros pichones. ¡Irreconocibles ! Sus poquitas plumas son negras y sólo el pico y las patas son rosadas; pero menos mal, porque si nacieran escarlata, los gavilanes y demás depredadores aéreos, los verían desde bien alto en su vuelo. Bueno, ahora hay que alimentarlos, labor que también hacemos juntos, turnándonos para buscar comida y para protegerlos del inclemente sol tropical mientras están en el nido. Durante el proceso de alimentación, les enseñamos a introducir su piquito en nuestro buche, para regurgitar el alimento semiprocesado en el pico del pichón. Pero crecen rápido, pues a las tres semanas, mis pichones negritos, pico y patas también, ya están brincando por el vecindario del nido y, a las cuatro semanas, ya están haciendo vuelos de reconocimiento por el manglar. Afortunadamente, la vida en colonia nos permite dejar a los pichones en una guardería vecinal, al cuidado de varios adultos, que nos turnamos la responsabilidad de su seguridad y entrenamiento de vuelo. Cuando regresamos a la guardería, nuestros hijos nos reconocen, se acercan contentos y gritando de alegría, para comer de nuestro buche.

Yo ruego a mis colegas docentes del género humano, que informen bien a sus pichones y a los adultos también; ustedes son inteligentes y laboriosos, sólo pónganse a pensar que de nuestra especie, la gran mayoría vivimos en Venezuela, y en cuánta gente, de todo el mundo, estaría dispuesta a pagarles a ustedes por darles la oportunidad de venir a vernos,;por nuestra parte, estamos dispuestas a volar para sus invitados y hasta dejar que nos tomen fotos y de que aprendan sobre nosotras, para que también nos respeten y aprecien nuestra contribución a las bellezas que ofrece nuestro Parque Nacional Morrocoy y el Refugio de Cuare para todo el mundo.

En este caso, me permito hablar en nombre de otras especies del Parque ,dispuestas a colaborar, cada una en su especialidad como lo harían las tijeretas, gaviotas, garzas, pelícanos y hasta el Caimán de la Costa; peces loro, ángeles, y pare usted de contar. Imaginen lo ocupado que estarían los lancheros llevando gente a vernos, los guías locales, pescadores, ostreros, vendedores de empanadas y de tantos otros servicios que necesitan los turistas que nos visitan. Sólo tenemos que educarnos, prepararnos y organizarnos para aprovechar, de manera sustentable, nuestras riquezas naturales; para tener una vida más agradable y productiva en la que todos salimos beneficiados.

Bueno, las maestras no sabemos cuándo parar cuando comenzamos a hablar, y ya se acaba el espacio. Para terminar mi relato, quiero hacer un llamado a mis coterráneos de Morrocoy y a los demás humanos que nos visitan, de que el parque es responsabilidad de todos; si lo cuidamos y lo queremos, tendremos un Parque más hermoso, más acogedor y con la mayor biodiversidad posible.