Martin Dihigo, perfección y gallardía

Si en algún momento, eso que llamamos perfección, llenura de condiciones y talentos, habitó un cuerpo dedicado a la práctica del béisbol, tendríamos que decir que fue en el caso de un singularísimo pelotero caribeño y por más señas, cubano: Martin Dihigo. ¿Cómo obviar que la única posición que no jugó con brillantez fue la receptoría? ¿De qué manera no pensar que desde el morrito escribió páginas de gloria, con tanta espectacularidad como desde la caja de bateo, jardines, infield? ¿Puede soslayarse que fue un pelotero completo entre los grandes del juego?

Este sensacional pelotero, no muy conocido por las nuevas generaciones de fanáticos, ya que vivió su esplendor entre las décadas de los 20 y 40 del siglo anterior, nació en Cidra (Matanzas, Cuba) un 25 de mayo de 1906. Se dice que el fanático del béisbol es el único que puede consumir cuantiosas cantidades de marcas y numeritos y quedar con hambre. En el caso de los guarismos de Dihigo, les aseguro que quedarían saciados los más exigentes y a punto de completar el festín, con un digestivo. Un adelanto: Dihigo bateó para un promedio de 307 en 12 campañas en las Ligas Negras, 317 en diez temporadas en la Liga Mexicana y 291 en 24 zafras en la Liga de Cuba. Como pitcher tuvo récord de 119-57 en la liga de los manitos. Para que se tenga una idea somera de su excelencia, observen este dato: en 1938, mientras jugaba en México, tuvo récord de pitcheo de 18-2 con 0,90 de efectividad; al bate promedió 387 como jugador de las otras posiciones al campo.

La carrera de Dihigo comenzó bien temprano en su isla natal: desde los 13 años jugó en los campeonatos juveniles, para luego, a partir de 1921, establecerse como SS de los Piratas de Matanzas y dar el salto a esa dimensión, que lo inmortalizaría totalmente en los salones de la Fama de EEUU (por su participación en las ligas negras entre 1923 y 1936), México, Venezuela y República Dominicana.

¿Se imaginan ustedes los inmensos logros que hubiese alcanzado Dihigo en la Gran Carpa, si en esos años no hubiese prevalecido esa absurda e injusta actitud discriminatoria por el color de la piel? ¿No creen que hubiese sido extraordinario verlo jugar contra Babe Ruth, Lou Gehrig, Mel Ott y Jimmie Foxx y Walter Johnson, por nombrar algunas de las luminarias del firmamento de la historia de la pelota y que fueron contemporáneos de MartinDihigo?

El legendario Roy Campanella fue deslumbrado por el nivel de juego Martin: “Fue uno de los más grandes que yo haya visto. Era un toletero tremendo, y conjugaba la habilidad de batear para el promedio con el poder del bateador largo”. Otro tanto opinaba el portentoso Johny Mize, quien lo conoció cuando la carrera del cubano comenzaba su cuesta: “El más grande jugador que vi fue un negro. Está en el Salón de la Fama aunque mucha gente en los Estados Unidos no haya oído hablar de él. Se llama Martin Dihigo “.

En Venezuela jugó Dihigo cuando el General Gómez estaba en las postrimerías de su largo gobierno, los años 1932 al 34. Lo hizo con los equipos de Concordia y Universidad. Dos décadas después sería manager de Los Leones del Caracas, equipo al que llevó al Campeonato de la Liga con récord de 32-25.

Como todo en la vida, tanto esplendor se va acabando, el tiempo es implacable con las condiciones físicas, y a Martin también lo alcanzó esa terrible molicie. El cronista mexicano, José Ignacio Peña, recuerda en una columna del pasado mes de abril, lo que fue el último juego de Dihigo: “¿Cuál fue el último juego de Martín Dihigo como pelotero? Según comentó el gran pelotero cubano, fue el 24 de julio de 1947 jugando para los Azules del Veracruz. Jugó la pradera derecha y se fue en blanco en cuatro veces al bate. El lanzador estadounidense Fred Martin dominó al gran veterano y lo ponchó en tres ocasiones. Los fanáticos de las gradas principales se metieron fuertemente con él, y al terminar el juego, Dihigo decidió retirarse.”En este pasaje vemos una de las caras más agrestes del juego: en el béisbol no hay piedad ni misericordia. Es un juego en el que el fanático rara vez, se inclina a la indulgencia y mucho menos con aquellos que considera monstruos sagrados, y en una especie de cruel catarsis, desahoga la frustración de no poder seguir disfrutando del mismo nivel de juego del jugador de su predilección.

Dihigo regresó a Cuba en los sesenta y fue reconocido por la Revolución de esa Isla, incluso llegó a ser Ministro de Deportes; pero, como siempre, la amarga realidad de ese régimen fue desgastando la ilusión y empotrando las esperanzas. Se cuenta que, en sus últimos años, Martin Dihigo trataba de tipear, en una desvencijada máquina con una casi inexistente cinta, comentarios sobre el béisbol amateur de la Isla. Hace 40 años, un 20 de mayo de 1971, falleció un hombre en el que por espacio de tres cuartos de siglo habitó la perfección beisbolera sin lugar a dudas.

De seguro que si llegase a construirse un campo de los sueños, él vendría.

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